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Mario Benedetti; Pobre Dios

POBRE DIOS

Es imposible estar seguro
pero tal vez sea Dios todo el silencio
que queda de los hombres

es imposible estar seguro
pero acaso Dios sea
la soledad total
irrevocable
más grave que la tuya
o que la mía
por lo menos más grave que la mía
que es soledad tan sólo
cuando el viejo crepúsculo me mira
como un toro furioso
y yo no tengo a mano
tus sabios labios para
olvidarme ele todo lo que temo

es imposible estar seguro
ah pero en ese caso
pobre Dios qué tristeza
debe ser su tristeza
pobre Dios
si una ver descendiera
a asir nuestra miseria
y respirara por unas pocas horas
el incesante miedo de la muerte
quizá mucho después
allá
solo y eterno
recordara esa tibia bocanada
como el único asueto
de su enorme
desolado Infinito.

Virginia Woolf; Al faro

"Así que Mr Tansley supuso que lo que ella quería era que viese que el cuadro de aquel hombre era pobre, es eso lo que se dice? Que los colores no eran sólidos? Es eso lo que se dice? Bajo la influencia de una extraordinaria emoción que había estado creciendo durante todo el paseo, empezado en el jardín cuando había intentado llevar su bolsa, incrementado en el pueblo cuando había querido contarle todo sobre sí mismo, estaba empezando a verse a sí mismo y a todo lo que conocía torcerse un poco. Era terriblemente extraño.

Se quedó alli de pie en el el salón de la casa diminuta donde ella le había llevado, esperándole, mientras ella iba escaleras arriba durante un rato para ver a una mujer. Escuchó sus pasos rápidos arriba, escuchó su voz alegre, luego grave; miró los tapetes, los carritos de té, sombras cristalinas; esperó bastante impaciente; deseó urgentemente el paseo de vuelta a casa, determinado a cargar su bolsa; entonces le escuchó salir; cerrar una puerta, decir que debían mantener las ventanas abiertas y las puertas cerradas, preguntar en casa por cualquier cosa que necesitasen (debía estar hablando con un niño), cuando, repentinamente, entró, se quedó silenciosa un momento (como si hubiese estado fingiendo allí arriba, y por un momento se permitiese ser ella misma ahora), se quedó bastante inmóvil contra el retrato de la Reina Victoria llevando el galón azul de la Liga; y todo de golpe se dio cuenta de que era esto: era esto - ella era la persona más hermosa que jamás había visto."

Es una de mis escenas favoritas (o de las que más recuerdo) de Al faro. Perdon por la traducción más que macarrónica en la que pierde infinito. Juro haber intentado hacerlo lo mejor posible.

Anne Sexton; Cenicienta

La traducción es macarrónica, pero encontré este poema curioso. No es precisamente un desgaste de figuras poéticas, pero el juego que hace con el cuento tradicional de los Grimms me parece interesante. También ha de tenerse en cuenta que esta mujer usaba la escritura de un modo bastante confesional. La biografía, en especial, da un enfoque curioso al analísis.

CENICIENTA

Siempre lees sobre ello:
el fontanero con doce hijos
que gana la lotería irlandesa.
De los retretes a la riqueza.
Esa historia.

O la doncella,
algun dulce exquisito de Dinamarca
que captura el corazón del hijo mayor.
De los pañales a Dior.
Esa historia.

O el lechero que sirve a los ricos,
huevos, crema, mantequilla, yoghurt, leche,
la furgoneta blanca como una ambulancia,
que llega a una gran propiedad
y hace una montaña.
De los homogeneizados al almuerzo con martinis.

O la limpiadora
que está en el autobús cuando choca
y consigue suficiente del seguro.
De las mopas a Bonwit Teller.
Esa historia.

Una vez
la esposa de un hombre rico estaba en su lecho de muerte
y le dijo a su hija Cenicienta:
Se devota. Se buena. Asi sonreiré
desde el cielo al borde de una nube.
El hombre tomó a otra esposa que tenía
dos hijas, bastante bonitas
pero con corazones como blackjacks.
Ceincienta era su doncella.
Dormía junto al fuego enhollinado cada noche
y andaba por ahí pareciéndose a Al Jolson.
Su padre trajo regalos de la ciudad a casa,
joyas y vestidos para las otras mujeres,
pero la rama de un árbol para Cenicienta.
Plantó esa rama en la tumba de su madre
y esta creció como un árbol donde se posaba la blanca paloma.
Cada vez que deseaba cualquier cosa la paloma
lo dejaría caer como un huevo en la tierra.
El pájaro es importante, queridos, así que prestadle atención.

Después vino el baile, como todos sabéis.
Era un mercado de matrimonios.
El príncipe estaba buscando una princesa.
Todas estaban listas salvo Cenicienta
y todas se estaban emperifollando para el gran evento.
Cenicienta rogó que le dejasen ir también.
Su madrastra tiró un plato de lentejas
entre las cenizas y dijo: Recógelas
en una hora y podrás ir.
La blanca paloma trajo a todos sus amigos
todas las cálidas alas de su tierra natal vinieron,
y recogieron las lentejas en un suspiro.
No, Cenicienta, dijo la madrastra,
no tienes ropas y no puedes bailar.
Es la forma de ser de las madrastras.

Cenicienta fue al árbol en la tumba
y lloró allí como un cantante de evangelios:
Mama! Mama! Mi palomita,
llévame al baile del príncipe!
El pájaro dejó caer un vestido dorado
y unos delicados tacones de oro.
Un paquete algo grande para un simple pájaro.
Así que fue. Lo que no es una sorpresa.
Su madrastra y hermanastras no
le reconocieron sin la cara encenizada
y el príncipe cogió su mano al divisarla
y no bailó con otra en todo el día.

Con la noche pensó que sería mejor
llegar a casa. El príncipe caminó hasta su casa
y ella desapareció en el palomar
y aunque el príncipe cogió un hacha y lo cortó
en dos ella se había ido. De nuevo a las cenizas.
Estos eventos se repitieron durante tres días.
Sin embargo en el tercer día el príncipe
cubrió los escalones del palacio con cera de zapatero
y el zapato de oro de Cenicienta se quedó pegado.

Ahora encontraía a quien le quedase bien el zapato
y encontraría a su extraña chica bailarina por siempre.
Fue a su casa y las dos hermanas
estaban encantantadas porque tenían un pie bonito.
La mayor fue a la habitación para probarse el tacón
pero su gran dedo gordo se interpuso en el camino así que simplemente
se lo cortó y se puso el zapato.
El príncipe cabalgó con ella hasta que la blanca paloma
le insistió en que mirase la sangre fluyendo.
Es lo que pasa con las amputaciones.
No se sanan simplemente como un deseo.
La otra hermana cortó su talón
pero la sangre se chivó como debe hacerlo la sangre.
El príncipe se estaba cansando.
Empezaba a sentirse como un vendedor de zapatos.
Pero hizo un último intento.
Esta vez Cenicienta encajó en el zapato
como una carta de amor en su envoltorio.

A la ceremonia de la boda
las dos hermanas vinieron para pescar favores
y la blanca paloma les arrancó los ojos.
Dos agujeros huecos les quedaron
como dos cucharas de sopa.

Cenicienta y el príncipe
vivieron, dicen, felices para siempre,
como dos muñecas en una caja de museo
nunca molestos por pañales o polvo,
nunca discutiendo sobre el tiempo de un huevo,
nunca contando dos veces la misma historia,
nunca teniendo la plaga de la mediana edad,
sus queridas sonrisas encoladas para la eternidad.
Típicos gemelos Bobbsey.
Esa historia.

Friederike Mayröcker; Mysterium

MYSTERIUM



La imagen sacra tiene

una espina azul.

Jesús es bautizado

en naranja. Casi más allá

una y otra vez el Juicio Final.

Bienaventurados que sonríen y

forman coros. Verde clara

la tierra se hunde, pero

los cielos pronto se apaciguan.

Más claros, ondean como argénteas

banderas en lento movimiento,

y el cirio más alto se afana

y da olor.

Estoy ante ti en el polvo frío

estoy ante ti desde algún sitio

desde una aterida oscuridad

estoy ante ti y canto loas:

miradas de alabanza me elevaron

de los cansados estribos de mi

sentimiento, sin un

murmullo.

Pedro Páramo; Juan Rulfo

-Solamente es el caballo que va y viene. Ellos eran inseparables. Corre por todas partes buscándolo y siempre regresa a estas horas. Quizá el pobre no puede con su remordimiento. ¿Cómo hasta los animales se dan cuenta de cuando comenten un crimen, no?

-No entiendo. Ni he oído ningún ruido ni ningún caballo.

-¿No?

-No.

-Entonces es cosa de mi sexto sentido. Un don que Dios me dio; o tal vez sea una maldición. Sólo yo sé lo que he sufrido a causa de esto.

Guardó silencio un rato y luego añadió:

-Todo comenzó con Miguel Páramo. Sólo yo supe lo que le había pasado la noche que murió. Estaba yo acostada cuando oí regresar su caballo rumbo a la Media Luna. Me extrañó porque nunca volvía a esas horas. Siempre lo hacía entrada la madrugada. Iba a platicar con su novia a un pueblo llamado Contla, algo lejos de aquí. Salía temprano y tardaba en volver. Pero esa noche no regresó... ¿Lo oyes ahora? Esta claro que se oye. Viene de regreso.

-No oigo nada.

-Entonces es cosa mía. Bueno, como te estaba diciendo, eso de que no regresó es un puro decir. No había acabado de pasar su caballo cuando sentí que me tocaban por la ventana. Ve tú a saber si fue ilusión mía. Lo cierto es que algo me obligó a ir a ver quién era. Y era él, Miguel Páramo. No me extrañó verlo, pues hubo un tiempo en que se pasaba las noches en mi casa durmiendo conmigo, hasta que encontró esa muchacha que le sorbió los sesos.

"-¿Qué pasó? -le dije a Miguel Páramo-. ¿Te dieron calabazas?
"-No. Ella me sigue queriendo -me dijo-. Lo que sucede es que yo no pude dar con ella. Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué; pero sí sé que Contla no existe. Fui más allá, según mis cálculos, y no encontré nada. Vengo a contártelo a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera a los demás de Comala dirían que estoy loco, como siempre han dicho que lo estoy.
"-No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate, Miguel Páramo. Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa.
"-Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el Colorado lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como te digo, no había más que humo y humo y humo.
"-Mañana tu padre se torcerá de dolor -le dije-. Lo siento por él. Ahora vete y descansa en paz, Miguel. Te agradezco que hayas venido a despedirte de mi.
"Y cerré la ventana.
"Antes de que amaneciera un mozo de la Media Luna vino a decir:
"-El patró don Pedro le suplica. El niño Miguel ha muerto. Le suplica su compañía.
"-Ya lo sé -le dije-.¿Te pidieron que lloraras?
"-Sí, don Fulgor me dijo que se lo dijera llorando.
"-Está bien. Dile a don Pedro que allá iré. ¿Hace mucho que lo trajeron?
"-No hace ni media hora. De ser antes, tal vez se hubiera salvado. Aunque, según el doctor que lo palpó, ya estaba frío desde tiempo atrás. Lo supimos porque el Colorado volvió solo y se puso tan inquieto que no dejó dormir a nadie. Usted sabe cómo se querían él y el caballo, y hasta estoy por crear que el animal sufre más que don Pedro. No ha comido ni dormido y nomás se vuelve un puro corretear. Como que sabe, ¿sabe usted? Como que se siente despedazado y carcomido por dentro.
"-No se te olvide cerrar la puerta cuando te vayas.
"Y el mozo de Media Luna se fue."

-¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto? -me preguntó a mí.

-No, doña Eduviges.

-Más te vale.

(Aún sin título)

Porque hay algo sagrado, se dijo, en despertarse, algo mágico en haber saltado el hueco del sueño, que es tan, tan parecido a la muerte. Un poco más tranquilo, quizás, un poco menos para siempre, y aún así, aún así, un hueco que asusta, que demuestra cómo el mundo sigue más allá de nuestros pasos. “Simplemente”, se dijo bajando la cuesta, con un coro de coches pasando, arriba y abajo, lanzando rugidos como dragones, “es como morir por un tiempo cuando, de repente, tras un espacio vacío, apareces en otros ojos y en otra vida y te das cuenta de que, una vez más, has saltado de cuerpo.” Algo así, ¿no era cierto? Quizás por eso despertarse para él siempre había tenido algo de monstruoso también, que no fuese igual que para los demás. Bastaba despertarse para que se viese obligado a reevaluar sus recuerdos (“¿están todos?” “¿soy el mismo?”), contar sus manos, sus dedos, sus ojos (“¿no ha cambiado su color?”), sus pies, mirarse en el espejo y ver si se reconocía o si iba a tener que entenderse de nuevo como alguien distinto. Si, despertar asustaba. Solo en una ocasión, se dijo sonriendo, deteniéndose a contemplar la corteza de un árbol entre el estruendo, sólo en una ocasión había despertado de otra manera. Y no sólo una, en realidad, o sólo una si uno consideraba que sólo había sido en una vida, para él, para él, bueno, que contaba sus vidas como otros podían contar amaneceres, que se recordaba más a menudo despertando distinto y que, en fin, a que engañarse, estaba lo justo de loco para poder saber tanto. En aquella vida no recordaba haber hecho nada especial. Sólo se recordaba despertándose en un cuerpo de manos curtidas, de rostro dañado y, sin embargo, despertándose con una luz perfecta. Ah, no, en aquella vida no había hecho nada importante, como una pausa que el destino que se iba tejiendo le había dejado. Ni crimen ni altruismo, sólo dejar pasar el tiempo ocupando su lugar en el mundo y quizás, quizás por eso, no recordaba casi nada. Solo eso, despertar, un despertar que se habría repetido o no durante toda aquella vida (y a estas alturas, ¿qué diferencia había entre una y tres mil veces?). Le había despertado la luz, que era blanca y tranquila, o el ruido de alguien pasando por la calle y armando jaleo, o de algún animal, un caballo, por ejemplo, tirando de un carro con una señora dentro que se paseaba hasta misa. Lo importante es que algo le había despertado. Y entonces, recordaba ahora, tan distinto, cuando ya no había ni carruajes, había sonreído y todo había sido perfecto. Y no es que la cama fuese especialmente cómoda, de sábanas de holanda y colchón de plumas, ni que hubiese comido un festín, ni que no tuviese preocupaciones para el resto del día (aunque ahora, ahora, tan lejos, no sabría recordarlas), no. Era que se había despertado primero. Y allí estaba, en un abrazo con otro (¿o era otra? ¿y qué cuerpo llevaba él?) dejándose la piel en la suya, contando, contando las respiraciones mientras la luz era blanca y sentía, en fin, sentía que no se podía ser más feliz. Porque en aquel momento entraba la luz por la ventana y había pasado la noche abrazado, abrazando, abrazado, y como sonaba de perfecto, ¿no es cierto? Allí, habría creído, podía morir para siempre. ¿Se había olvidado? ¿Se imaginaba simplemente toda la escena a base de recortar y zurcir distintos despertares de aquella vida? Era, bueno, difícil saberlo, sobre todo ahora, tan lejos que probablemente ni de la cama, ni de la persona, ni siquiera de la habitación, debía quedar el más mínimo eco. Pero había sido feliz y había deseado no moverse. Había tenido los ojos entrecerrados, se había colocado de nuevo, la nariz en la otra nuca, respirando la piel, respirando con el pelo que hacía cosquillas, sin separar la mano, eso jamás, de la otra, rodeando con el brazo su pecho y sintiendo que era la piel más perfecta, el minuto más hermoso que se podía desear. Y luego había abierto de nuevo los ojos, se había permitido examinar el rostro que aún dormía y, ah, que hermoso, si, que hermoso que era aunque ahora, tan lejos, fuese incapaz de recordar siquiera sus facciones o su forma. Pero probablemente era hermoso, o mejor, lo parecía, que acababa resultado mucho más efectivo. Y después, mirando, se había despertado y todo había sido su sonrisa que quebraba los segundos, uno a uno, que los hacía eternos e inmutables, que duraba para siempre, para siempre. ¿Le había besado entonces? Si, seguro, estaba casi seguro de que se habían besado, de que había habido un intercambio de susurros y más besos y más y más caricias y quizás hasta habían hecho el amor o se habían levantado para atender otros asuntos, lamentando, lamentando, en fin, que la cama no durase para siempre. Porque estaba seguro, ahora, tan lejos, examinando sus recuerdos, de que aquella cama era para ambos un descanso, una balsa en medio de quien sabría decir qué problemas o responsabilidades. Ah, era perfecto, era perfecto. Pero uno no puede vivir eternamente en la cama, no eternamente en esos instantes de estar despertando, que se habían parecido tanto al olvido pero que eran tan perfectos, tanto, como para ser recordados. Así que quizás algunas veces se habían levantado juntos, o quizás sólo había sido una vez y había sido lo bastante hermoso. Y después, más tarde, y esto lo recordaba bien, cuando había leído en el destino adecuado que debía marcharse, quizás en el humo de las chimeneas o en una golondrina muerta que apareció en su ventana, se despidió, se levantó de la cama para siempre y, sin armar mucho jaleo, lamentando que su búsqueda no pudiese ser más simple, lo bastante simple como para quedarse allí para siempre, se dejó morir sin hacer ruido, llorando bajito, bajito, en el Támesis que bajaba sucio, cansado y frío. Y el resto de veces, se despertó con miedo de ser otro.

Cuento Koan: El anillo.

—Vengo a verle, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

—Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después… —y haciendo una pausa agregó
—Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver mi problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

—E...encantado, maestro —titubeó el joven, pero sintió  que de nuevo era minusvalorado y sus necesidades postergadas.


—Bien,  —asintió el maestro. Se quitó el anillo en el dedo pequeño, y dándoselo al muchacho, agregó
—Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le volvían la cara y sólo un anciano fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era demasiado para entregarla a cambio de un anillo como ése.

En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el camino, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.


¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

—Maestro —dijo—, lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás  pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor del anillo.

—Qué importante lo que dijiste, joven  amigo, —contestó sonriente el maestro.


—Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no te importe lo que ofrezca, ¡no se lo vendas!Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender Ya, no puedo dar más de  58 monedas de oro por su anillo.

—¡58 monedas! —exclamó el joven. 

—Sí — Replicó el joyero—, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé. Si la venta es urgente le daré 58 .

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

—Siéntate —dijo el maestro después de escucharlo. 

—Tu eres como este anillo: Una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.


“ Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore. “

Rafael Alberti; El ángel bueno

EL ÁNGEL BUENO


Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas.
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.

Italo Calvino; Las ciudades invisibles

El atlas del Gran Kan contiene también los mapas de las tierras prometidas visitadas en el pensamiento pero todavía no descubiertas o fundadas: la Nueva Atlántida, Utopía, la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonía, New-Lanark, Icaria.

Pregunta Kublai a Marco: -Tú que exploras en torno y ves los signos, sabrás decirme hacia cuál de estos futuros nos impulsan los vientos propicios.

-Para estos puertos no sabría trazar la ruta en la carta ni fijar la fecha de llegada. A veces me basta un escorzo abierto en mitad mismo de un paisaje incongruente, un aflorar de luces en la niebla, el diálogo de dos transeuntes que se encuentran en medio del trajín, para pensar que partiendo de allí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno manda y no sabe quién las recibe. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, ya más rala, ya más densa, no has de creer que se puede dejar de buscarla. Quizá mientras nosotros hablamos está aflorando desparramada dentro de los confines de su imperio; puedo rastrearla, pero de la manera que te he dicho.

El Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.

Dice: -Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la ciudad infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.

Y Polo: -El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

Pablo Neruda; Poema nº 5

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

Los fantasmas de mi casa

He aquí, queridos lectores, el inicio de un relato de fantasmas. Y es que, con esto de la postmodernidad, la metaliteratura y el realismo mágico, la novela gótica no es lo que era:


Lo cierto es que el hogar de las Blanca y Hurtado dejaba bastante que desear, ya desde antes del asunto de sus fantasmas. Se trataba de un enorme caserón, viejo como el pecado, donde habían nacido, vivido y muerto varias generaciones de siervos, amos y mulas. En sus buenos tiempos, había tenido un jardín listo para meriendas episcopales, un estanque con nenúfares egipcios, copas de bohemia, sábanas de holanda y un mobiliario traído directamente de aquellos saqueos de la Revolución Francesa. En aquellos tiempos, según contaba la abuela con recuerdos de niñez imaginada, siempre había gente y movimiento, y dignatarios llamando a la puerta y damas de sociedad pintando en el porche, o abanicándose el calor o escuchando teología del último seminarista bien avenido que les cogiese las manos en los sermones. Y esos, decía la abuela mientras la hija leía novelas francesas camufladas en devocionarios, eran los buenos tiempos. Entonces toda la comida era importada, y hasta los perros eran incapaces de tragar nada que no hubiese viajado, como mínimo, un par de leguas marinas. De naranjas de la China a faisanes de Turquía, buenos eran ellos. Y tanto era así, contaba mientras la sirvienta zurcía calcetines, algo apartadita, por aquello del respeto, pero pegada aún así porque no iba a morirse de frío y ya no andaban con dinero como para tener un fuego aparte para señores y siervos, tanto era así, que cuando hubo aquel terremoto de hacía ya tanto y no hubo barcos por un tiempo, tuvieron que quedarse en ayunas por no poder tragar las patatas o el pollo local. Pero esos, concluía la abuela, quedándose dormida mientras la madre leía devocionarios de verdad, habían sido otros tiempos. Ahora eran otras, y había cambiado tanto. La comida era barata y del mercado, y en la casa sólo vivían la abuela, la madre y la hija. La sirvienta no era oficialmente contada, por mucho que estuviese allí, y el marido había muerto de Dios sabe que enfermedad de la entrepierna que le obligó a ausentarse de casa para siempre. Todas hacían juntas las tareas del hogar e iban empeñando muebles dorados de cuando los jacobinos para sacarse unos cuartos. Y estaba también la sirvienta, claro, que prácticamente había criado a la hija en la cocina enseñándole a cortar hierbas, coser maleficios y zurcir calcetines para que, pocas horas después, su madre le enseñase a leer el catecismo e intentase borrarle el ceceo sevillano. Que la heredera del nombre familiar compartiese defectos del habla con la sirvienta era, a los ojos de la muy severa madre, la muestra total y absoluta de que habían tocado fondo. Cabe señalar que la sirvienta sólo tenía el defecto de cecear por obra y gracia de las obras completas del Siglo de Oro que llevaba releyendo desde que el mundo es mundo; pero la clase es la clase, y por mucho que casi declamase sonetos al natural, nada le quitaba su aire de sierva y sus supersticiones.

Su historia no era la única, claro. En realidad, la decadencia y los fantasmas eran puntos en común con todas las demás grandes familias. La primera venía de condiciones socioeconómicas explicadas por señores muy inteligentes y leídos en distintas universidades. Sólo hace falta que los susodichos señores se pongan de acuerdo (porque aún no se sabe si se debía a la explotación del proletariado, la endogamia, la pereza natural de su casta o el sexo de los ángeles) y hasta el más curioso y crítico lector quedará satisfecho. La segunda, aunque no muy señalada en documentos oficiales, es de lo más lógica. Tanta gente había muerto a lo largo de ilustres siglos de historia que no podían evitarse. Y así, hasta en los tiempos antiguos que imaginaba recordar la abuela, de cuando en cuando a uno le despertaba un ulular de alma en pena o unos pasos invisibles subiendo la rechinante escalera. Las sirvientas, que desde que el tiempo es tiempo tuvieron en esta casa algo de artes gitanas, derramaban agua en el porche, agitaban campanas, cruzaban los dedos colgando romero o, a la desesperada, dejaban cuencos con vino para emborrachar a los fantasmas y que no subieran. El problema es que fantasmas de tan augusta casa no se conformaban con vinos de menos de diez años, y entre los vivos y los muertos las cuentas se desbordaban. Pero, como ya se dijo, nada de esto era extraño. De hecho, en días como la mañana después de San Juan, era normal que las señoras tratasen a la salida de la iglesia los desmanes de los fantasmas e intentasen averiguar qué familiar o sirviente podía haber llevado una vida tan cuestionable como para andar buscando el licor de los cuencos en vez de irse a la Gloria como Dios manda.

Pedro Salinas; La voz a ti debida

La voz a ti debida (versos 494 a 521)


Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!


Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».

Borges; El acechado

He aquí el mejor poema de amor (o al menos uno de los más originales). Donde al principio del amor todo son "me duele su rechazo" o "estoy extasiado por que me corresponda", Borges presenta un punto de vista que probablemente sería el suyo cuando empezó a tener sentimientos por aquella jovencita que había sido su alumna y con quien terminaría sus días. Sin más preámbulos:

EL ACECHADO

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que usó
el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre,
la sombra militar de mis muertos, la noche
intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,
ya el hombre se levanta a la voz
del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor:
la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera
y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Gabriel García Márquez; El amor en los tiempos del cólera

Fermina Daza despidió a la mayoría junto al altar, pero acompañó al último grupo de amigos íntimos hasta la puerta de la calle, para cerrarla ella misma, como lo había hecho siempre. Se disponía a hacerlo con el último aliento, cuando vio a Florentino Ariza vestido de luto en el centro de la sala desierta. Se alegró, porque hacía muchos años que lo había borrado de su vida, y era la primera vez que lo veía a conciencia depurado por el olvido. Pero antes de que pudiera agradecerle la visita, él se puso el sombrero en el sitio del corazón, trémulo y digno, y reventó el absceso que había sido el sustento de su vida.

-Fermina -le dijo-: he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre.

Fermina Daza se habría creído frente a un loco, si no hubiera tenido motivos para pensar que Florentino Ariza estaba en aquel instante inspirado por la gracia del Espíritu Santo. Su impulso inmediato fue maldecirlo por la profanación de la casa cuando aún estaba caliente en la tumba el cadáver de su esposo. Pero se lo impidió la dignidad de la rabia. "Lárgate -le dijo-. Y no te dejes ver nunca más en los años que te queden de vida." Volvió a abrir por completo la puerta de la calle que había empezado a cerrar y concluyó:

-Que espero sean muy pocos.

Cuando oyó apagarse los pasos en la calle solitaria, cerró la puerta muy despacio, con la tranca y los cerros, y se enfrentó sola a su destino. Nunca, hasta este momento, había tenido una conciencia plena del peso y el tamaño del drama que ella misma había provocado cuando apenas tenía dieciocho años, y que había de perseguirla hasta la muerte. Lloró por primera vez desde la tarde del desastre, sin testigos, que era su único modo de llorar. Lloró por la muerte del marido, por su soledad y su rabia, y cuando entró en el dormitorio vacío, lloró por ella misma, porque muy pocas veces había dormido sola en esa cama desde que dejó de ser virgen. Todo lo que fue del esposo le atizaba el llanto: las pantuflas de borlas, la piyama debajo de la almohada, el espacio sin él en la luna del tocador, su olor personal en su propia piel. Le estremeció un pensamiento vago: "La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas". No quiso ayuda de nadie para acostarse, no quiso comer nada antes de dormir. Abrumada por la pesadumbre, le rogó a Dios que le mandara la muerte esta noche durante el sueño, y con esa ilusión se acostó, descalza pero vestida, y se durmió al instante. Durmió sin saberlo, pero sabiendo que continuaba viva en el sueño, que le sobraba la mitad de la cama, y que yacía de costado en la orilla izquierda, como siempre, pero que le hacía falta el contrapeso del otro cuerpo en la otra orilla. Pensando dormida, pensó que nunca más podría dormir así, y empezó a sollozar dormida y durmió sollozando sin cambiar de posición en su orilla, hasta mucho después de que acabaron de cantar los gallos y la despertó el sol indeseable de la mañana sin él. Sólo entonces se dio cuenta de que había dormido mucho sin dormir, sollozando en el sueño, y que mientras dormía sollozando pensaba más en Florentino Ariza que en el esposo muerto.

Causa y efecto

Lo que uno hace en lugar de leerse una Novela Ejemplar de nuestro amigo Cervantes:


CAUSA Y EFECTO

Porque la luz brillaba, así fue. Porque era una mañana bonita y alguien tenía que comprar el pan, salió por la puerta. Iba a morir. Claro que él no lo sabía (¿cómo iba a saberlo?) cuando recogió las llaves y unas monedas y salió a la calle y sonrió porque los días soleados y fríos le hacían sonreír. Si analizamos las circunstancias y cómo era inevitable que actuasen, podemos saber que ya estaba condenado. Nadie puede esquivar las relaciones de causa y efecto. Pero nosotros, con lógica (y siendo científicos, científicos ante todo) podemos reconstruir el proceso, razonar por qué esa persona que bajaba la cuesta y atravesaba la plaza y se detenía a disgusto para hablar con una vecina iba a morir. Visto al detalle, no podía ser más obvio. Mientras él decidía que la mañana era bonita (y de no ser así, se abría retrasado y nada de esto habría sucedido), en la otra punta de la ciudad una mujer cuyo nombre no interesa alcanzaba el orgasmo bajo el empuje del repartidor de butano local. Su grito despertó a un malhumorado hermano que golpeó las paredes exigiendo que se fuesen a un hotel y salió a la ventana a fumarse un cigarro lejos del envidiable chillido de los muelles. La ceniza de su cigarro cayó (y era inevitable que así lo hiciese, dada la gravedad, su peso y el viento) sobre la nariz de un gato. Porque había caído sobre él la ceniza, despertó estornudando. En otra historia, este estornudo fue la causa final de un incendio, pero como buenos científicos nos atendremos sólo al análisis de un objeto de estudio. Habiéndose despertado y con un rugido en las tripas, se decidió el gato a cruzar la calle hacia la basura de la pescadería cercana, de donde venia el aroma de un prometedor salmón noruego. Cruzando la calle, fue atropellado. El coche que lo hizo, conducido por una encantadora mujer de pelo rojo, se detuvo unos minutos para ver el resultado mientras la futura víctima entraba en la panadería y se relamía al olor y se quitaba la chaqueta por el calor para hacer cola. Estos minutos de más en el coche hicieron que un niño no fuese recogido a tiempo. Mientras el futuro cadáver salía de la panadería tras haber aguantado un chiste y pisaba la calle y andaba hacia la plaza, el niño se aburría. Para hacer tiempo, se le ocurrió espantar a una bandada de palomas, y mientras, el pobrecillo volvía ya por la plaza con los ojos en el cielo. Ya debería ser obvio para cualquiera de nosotros cómo continuó la relación de causas y efectos, inevitable camino a su muerte. Nuestro pobre objeto de estudio, que caminaba ajeno a su peligro. Porque se espantó la bandada, salió volando, atravesó los tejados, sobrevoló, la plaza, se reflejó en sus ojos y se llevó su alma sin dejar allí más que un cuerpo caído, la sonrisa y el pan.

Gottfried Benn; Lo que es malo

He aquí mi macarrónica traducción de un poema de Gottfried Benn (un autorcillo alemán como cualquier otro que murió hacia el 56). Personalmente, me gusta el cambio que el poema va pegando. Lo único que me temo es no haber sido demasiado hábil en la traducción. Pero tendréis que disculpármelo: es la torpe traducción al español de una torpe traducción al inglés que me hizo un amigo.

LO QUE ES MALO

Si uno no sabe inglés,
oir hablar de una novela negra inglesa
que no está traducida al alemán.

Ver una cerveza cuando hace calor
que uno no puede pagarse.

Tener un nuevo pensamiento
que uno no logra envolver en un verso de Hölderin*
como hacen los profesores.

Escuchar el golpeteo de las olas cuando viajas
y decirte que siempre lo hacen.

Muy malo: ser invitado
cuando en la casa las habitaciones están más silenciosas
el café es mejor
y no es necesaria la conversación.

Lo peor:
no morir en verano
cuando todo deslumbra
y la tierra es ligera a la pala.


*(famoso poeta alemán de los siglos XVIII y XIX)

Oscar Wilde; The Duchess of Padua

Os dejo aquí con un pequeño fragmento de "La Duquesa de Padua", de Oscar Wilde. Lo estaba leyendo y, simplemente, me pareció lo bastante gracioso como para colocarlo... Espero que os guste:

"MORANZONE:

Oh, in my time, boy, have I walked i' the moon,
swore I would live on kisses and on blisses,
swore I would die for love, and did not die,
wrote love bad verses; ay, and sung them badly
like all true lovers. Oh, I have done the tricks!
I know the partings and the chamberings;
we are all animals at best, and love
is merely passion with a holy name.


Oh, en mis tiempos, niño, he caminado bajo la luna,
jurado que viviría de besos y dichas,
jurado que moriría por amor, y no morí,
escrito malos poemas de amor; ay, y los canté mal,
como todos los verdaderos enamorados. Oh, ¡he usado todos los trucos!
Me sé las despedidas y los encuentros de recámara*;
todos somos, como mucho, animales, y el amor
no es más que la pasión con un nombre sagrado."

*chambering: servir como recámara o colocar algo/alguien como si se estuviese en ella, etc. No tiene una traducción exacta (shit).


Ale, a mi me hizo gracia. Sobre todo porque es el malo y suena mucho más convincente. La respuesta del joven y enamorado Guido es una cursilada tan coñazo que te dan ganas de que el malo le atraviese el corazón con la daga de su padre muerto en misteriosas circunstancias.

Umberto Eco; Cuando el Otro entra en escena

(...)

"Pero tu dices que, sin el ejemplo y la palabra de Cristo, todas las éticas carecerían de una justificación básica imbuida con el ineluctable poder de la convicción. ¿Por qué impedir a los laicos el derecho a aprovechar el ejemplo de un Cristo que perdona? Intenta, Carlos María Martini, por el bien de la discusión y el diálogo en el que crees, aceptar aunque sólo sea por un momento la idea de que Dios no existe; que el hombre apareció en el mundo por error y destino torcido, entregado no sólo a su condición de mortal sino que también condenado a ser consciente de esto, y por esta razón la más imperfecta de las criaturas (si se me permiten los ecos de Leopardi en esta sugerencia). Este hombre, para encontrar coraje con el que esperar a la muerte, se convertiría necesariamente en un animal religioso, y aspiraría a la construcción de narrativas capaces de darle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas historias que imagina -algunas deslumbrantes, otras terroríficas; algunas patéticamente confortadoras- en la inmensidad del tiempo llega a cierto punto de fuerza religiosa, poética y moral como para concebir el modelo de Cristo, de amor universal, de perdón para los enemigos, de una vida sacrificada para que otras se salven. Si yo fuese un viajero de una galaxia lejana y me encontrase ante especies capaces de proponer este modelo, me sentiría lleno de admiración por tal energía teogónica, y juzgaría a esta especie despreciable y vil, que ha cometido tantos horrores, redimida aunque sólo sea por el hecho de que se las ha apañado para creer y desear que todo esto fuese cierto.

Ahora puedes dejar la hipótesis para otros: pero admite que incluso si Cristo fuese sólo el sujeto de una gran historia, el hecho de que esta historia hubiese sido imaginada y deseada por humanos, criaturas que sólo saben no saber nada, sería tan milagroso (misteriosamente milagroso) como el verdadero hijo de Dios hecho carne. Este misterio natural y mundano no dejaría de poner en marcha y ennoblecer los corazones de aquellos que no creen.

Es por esto que creo que, en sus puntos fundamentales, una ética natural -respetando la profunda religiosidad que la inspira- puede encontrar puntos en común con los principios de una ética fundada en la fe en la trascendencia, que no puede negar que los principios naturales han sido grabados en nuestros corazones siguiendo las ideas de un plan de salvación. Si se dejan, como ciertamente pasa, márgenes que no se tapan, no es diferente de lo que ocurre cuando diferentes religiones se encuentran entre sí. Y en cuestiones de fe, la caridad y la prudencia deben prevalecer."

De Cinco Piezas Morales

Franco Fortini

Desconozco, buenos lectores, el título que llevaba este poema. Lo he encontrado en inglés, un libro de Umberto Eco (Five Moral Pieces) que ni siquiera sé si está traducido a nuestra lengua. El (magnífico y nunca lo bastante alabado) autor de El Nombre de la Rosa lo utilizaba al final de un texto sobre el fascismo y su propia experiencia, como niño, con la caída de Mussolini y todo lo demás. Según parece, el poema viene a tratar de ese tema: los sacrificios de la Resistencia o los partisanos, etc. Como me gusta y no lo encuentro en español, he hecho una pequeña traducción cuyos errores espero que sepáis perdonar (porque he de decir que hasta en inglés suena algo mejor):

En el parapeto del puente
las cabezas de hombres muertos,
en el agua de la fuente
la baba de hombres muertos.

En los adoquines del mercado
las uñas de hombres derribados,
en la seca hierba del la pradera
los dientes de hombres derribados.

Muerde el aire, muerde las piedras,
nuestra carne ya no es la carne de los hombres.
Muerde el aire, muerde las piedras
nuestros corazones ya no son los corazones de los hombres.

Pero hemos leído en los ojos de hombres muertos,
y la libertad del mundo es el regalo que traemos,
mientras la providencial justicia se acerca
agarrada por las manos de los muertos.

José Corredor Matheos; Vas recorriendo a solas

Vas recorriendo a solas
el jardín,
despacio y sin cuidados,
mientras el verso fluye
entre la niebla
y el asomo lejano
de la luz.
Todo lo que vas viendo
te sorprende.
¿Qué puedes esperar
más que lo inesperado?
Que las hierbas que pisas
son carne de tu carne.
Que la luna saldrá
cuando tú se lo digas.
Que no hay diferencias
entre el jardín y tú.
Caminas muy despacio
para que todo pueda
sorprenderte.
Y te vas alejando,
tanto que, ya incapaz
el verso de seguirte,
se detiene.

Jorge Luís Borges; El libro de la arena

EL LIBRO DE LA ARENA

...thy rope of sands...

George Herbert (1593-1623)



La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.

Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.

- Vendo biblias - me dijo.

No sin pedantería le contesté:

- En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.

Al cabo de un silencio me contestó:

- No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.

Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.

- Será del siglo diecinueve - observé. - No sé. No lo he sabido nunca - fue la respuesta.

Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.

Fue entonces que el desconocido me dijo:

- Mírela bien. Ya no la verá nunca más.

Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.

Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:

- Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?

- No - me replicó.

Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:

- Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de una rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Me pidió que buscara la primera hoja.

Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.

- Ahora busque el final.

También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:

- Esto no puede ser.

Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:

- No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta:

- Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:

- ¿Usted es religioso, sin duda?

- Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.

Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.

- Y de Robbie Burns - corrigió.

Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:

- ¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?

- No. Se lo ofrezco a usted - me replicó, y fijó una suma elevada.

Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.

- Le propongo un canje - le dije -. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.

- A black letter Wiclif - murmuró.

Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.

- Trato hecho - me dijo.

Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.

Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.

Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las Mil y Una Noches.

Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cual, elevada a la novena potencia.

No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.

Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.

Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.

Don Quijote de la Mancha; Capítulo XXV

CAPÍTULO XXV

"(...)

-Ya te he dicho -respondió Don Quijote- que quiero imitar a Amadís haciendo aquí del desesperado, del sandío y del furioso, por imitar juntamente al valiente Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Meodoro; de cuya pesadumbre se volvió loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores (...)

-Pareceme a mi -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal ficieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias; pero vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o con cristiano?

-Ahí está el punto -respondió Don Quijote -y esa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?

(...)

-Déjeme iré a ensillar a Rocinante y aparéjese vuestra merced a echarme su bendición; que luego pienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que yo diré que le vi hacer tantas, que no quiera más.

-Por lo menos, quiero, Sancho, y porque es menester así, quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en menos de media hora, porque habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurar a salvo en las demás que quisieres añadir; y asegúrote que no dirás tu tantas cuantas yo pienso hacer.

(...)

-Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.

-¿No te lo decía yo? -dijo Don Quijote.- Espérate, Sancho, que en un credo las haré.

Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales, y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriéndose cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.

(...)"

La tempestad; William Shakespeare

Tras recordar mi lectura de la Tempestad, decidi colocar alguna cita, alguno de esos monólogos tan geniales (porque hay muchos, casi todos en boca de Próspero). Finalmente, me decidí por el que me parece mejor. Cuand Miranda y Fernando ya están enamorados, anticipando su boda, Próspero ordena a sus espíritus que "interpreten" una obra de teatro para ellos (dioses romanos, segadores, ninfas... falta algún pastor declamando filosofía). Sin embargo, le turba el pensamiento de algunos asuntos que le urge terminar y se ve obligado a acabar con la función. Cuando ven desaparecer de la nada a los "actores", Miranda y Fernando se sobresaltan, y para tranquilizarlos les dirige este pequeño discurso que se ha hecho considerablemente famoso. Lo cierto es que dicho en una obra de teatro, tiene un especial encanto. Pongo tanto la versión inglesa como la española para que se pueda apreciar un poco la musicalidad del original...


Prospero:

Our revels now are ended. These our actors,
As I foretold you, were all spirits, and
Are melted into air, into thin air:
And like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd tow'rs, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on; and our little life
Is rounded with a sleep.


Próspero:

Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
como ya te dije, eran espíritus
y se han disuelto en aire, en aire leve,
y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios palacios,
los templos solemnes, el inmenso mundo
y cuantos lo hereden, todo se disipará
e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
no quedará ni polvo. Somos de la misma
sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
culmina en un dormir.



...Y es que, amigos míos, la metaliteratura está en todas partes. Como Dios y Hacienda.

La Ciudad; C. P. Cavafis

LA CIUDAD

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Anillo de humo; Silvina Ocampo

ANILLO DE HUMO

Recuerdo el primer día que viste a Gabriel Bruno. El caminaba por la calle vestido con su traje azul, de mecánico; simultáneamente, pasó un perro negro que al cruzar la calle, fue atropellado por un automóvil. El perro, aullando porque estaba herido, corrió junto al paredón de la vieja quinta, para guarecerse. Gabriel lo ultimó a pedradas. Desdeñaste el dolor del perro para admirar la belleza de Gabriel.

¬¡Degenerado! ¬exclamaron las personas que te acompañaban.

Amaste su perfil y su pobreza.

Una tarde de Navidad, en la quinta de tu abuela, repartieron en las caballerizas (donde ya no había caballos sino automóviles), ropa y juguetes para los niños del barrio. Gabriel Bruno y una intempestiva lluvia aparecieron. Alguien dijo:

¬Ese chico tiene quince años; no tiene edad para venir a esta fiesta. Es un sinvergüenza y, además, un ladrón. El padre por cinco centavos mató al panadero. Y él mató un perro herido, a pedradas.

Gabriel tuvo que irse. Lo miraste hasta que desapareció bajo la lluvia.

Gabriel, hijo del guardabarreras que mató no sé por cuántos centavos al panadero, para ir de su casa al almacén pasaba todos los días, con la esperanza tal vez de verte, por un callejón que separaba las dos quintas: la quinta de tu tía y la quinta de tu abuela materna, donde vivías.

Sabías a qué hora Gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperabas con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. Te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. Bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a Eulalia y a Magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿Qué prestigio podía tener para ellas su pobreza? El traje de mecánico de Gabriel las obligaba a pensar en otros varones mejor vestidos.

Hablabas a Eulalia y a Magdalena de Gabriel Bruno el día entero, en vano. Ellas no conocían los misterios del amor.

Todos los días, a la hora de la siesta, corriste sola al callejón. De lejos brillaba la cinta de tu pelo como un barco de vela en miniatura o como una mariposa: la veías reflejada en la sombra. Eras la mera prolongación de tu sentimiento: el cirio que sostiene la llama. A veces, en el camino, se desataba el moño; entonces, colocando la cinta entre tus dientes, te recogías el pelo y volvías a atarlo, arrodillada en el suelo.

Como tenía que haber un pretexto para que pudieras hablar con Gabriel inventaste el pretexto de los cigarrillos: llevabas plata en tu bolsillo, se la dabas a Gabriel para que fuera al almacén a comprarlos. Después fumaban, mirándose en los ojos. Gabriel sabía hacer anillos con el humo y te los soplaba en la cara. Reías. Pero estas escenas, tan parecidas a las escenas de amor, iban penetrando en tu corazón apasionado. Una vez unieron los cigarrillos para encenderlos. Otra vez encendiste un cigarrillo y se lo diste.

Era en el mes de enero. Jubilosas las chicharras cantaban con ruido de matraca. Cuando volviste a la casa, oíste que tu padre hablaba con tu madre. Era de ti que hablaban.

¬Estaba en el callejón, con ese atorrante. Con el hijo del guardabarreras. ¿Te das cuenta? Con el hijo del que mató al panadero por cinco centavos. Hay que ponerla en penitencia.

¬Son cosas de chica, no hay que hacer caso.

Tiene once años ya, ¬dijo tu madre.

No se atrevieron a decirte nada, pero no te dejaban salir sola. Fingías dormir la siesta y en vez de correr al callejón, después de almorzar, llorabas detrás de las persianas o del mosquitero.

Oíste, entre el casero y un ciclista, un diálogo insólito: hablaban de Gabriel y de ti. Dijeron que Gabriel se vanagloriaba en el almacén hablando de los cigarrillos que fumaban juntos. Decían que te había dicho palabras obscenas o con doble sentido.

Te escapaste a la hora de la siesta, corriste al cerco, para perder tu anillo. Gabriel pasó a la hora de siempre. Fuiste a su encuentro.

Vamos ¬le dijiste- a las vías del tren.

¿Para qué?

¬Se cayó mi anillo al cruzar las vías ayer cuando fui al río.

Verdad y mentira salían juntas de tus labios.

Fueron, él a caballo y tú caminando, sin hablarse. Cuando llegaron a las vías del tren, él dejó su caballo atado a un poste y tú te arrodillaste sobre las piedras.

¬¿Dónde perdió el anillo?, ¬te preguntó, arrodillándose a tu lado.

¬Aquí¬, dijiste, apuntando el centro de los rieles.

¬Bajaron las señales. Va a pasar el tren. Salgamos de aquí ¬ exclamó con desdén.

¬Quiero que nos suicidemos ¬le dijiste.

Te tomó del brazo y te arrastró afuera de las vías, justo a tiempo. Las sombras, la trepidación, el viento, el silbato del tren, con mil ruedas pasaron sobre tu cuerpo.

Para Semana Santa, Gabriel te siguió hasta la iglesia. Lo miraste dentro del aire con incienso de la iglesia, como un pez en el agua mira un pez cuando hace el amor. Fue la última entrevista. Durante veranos sucesivos, lo imaginaste deambulando por las calles, cruzando frente a las quintas, con su traje de mecánico azul y ese prestigio que le daba la pobreza.

Romance de la luna; Federico García Lorca

ROMANCE DE LA LUNA

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.



Y yo me pregunto: ¿por qué aún no habíamos colgado este magnífico poema en el blog...?

Misiá; Nasci para morrer contigo

Salman Rushdie; La encantadora de Florencia

Esa noche el emperador soñó con el amor. En su sueño era otra vez el califa de Bagdag, Harun al-Rashid, que paseaba de incógnito, en esta ocasión por las calles de la ciudad de Isbanir. De repente, él, el califa, sintió un picor que nadie podía aliviar. Volvió rápidamente a su palacio de Bagdag rascándose todo él a lo largo de los treinta kilómetros de camino, y cuando llegó a casa se bañó en leche de burra y pidió a sus concubinas preferidas que le frotaran el cuerpo con miel. Aun así, el picor siguió enloqueciéndolo y ningún médico le encontró cura, pese a aplicarle sangrías con lanceta y sanguijuelas hasta dejarlo a las mismísimas puertas de la muerte. Despidió a aquellos curanderos y, cuando recuperó el vigor, decidió que si el picor era incurable, lo único que podía hacer era distraerse más y mejor para no notarlo.

Mandó llamar a los comediantes más famosos del reino para que lo hicieran reír y a los filósofos más sabios para que se devanaran los sesos al límite. Bailarinas eróticas avivaron sus deseos y las cortesanas más diestras los satisficieron. Construyó palacios y calzadas y colegios e hipódromos, y aunque todas estas cosas cumplieron bien su cometido, el picor continuó sin la menor señal de mejoría. Puso toda la ciudad de Isbanir en cuarentena y fumigó el alcantarillado para atacar la plaga de picor en su raíz, pero la verdad era que, por lo visto, muy pocas personas sentían tanto picor como él. Hasta que una noche, cuando recorría, embozado y anonimamente, las calles de Bagdag, vio una lámpara en una ventana alta, y cuando alzó la vista, vislumbró el rostro de una mujer iluminado por la vela, de suerte que parecía ser de oro. Durante ese breve instante, el picor desapareció por completo, pero tan pronto como la mujer cerró los póstigos y apagó la vela de un soplido, el picor retornó con redoblada furia. Fue entonces cuando el califa comprendió la naturaleza de su picor. En Isbanir había visto esa misma cara, también por un instante fugaz, asomada a otra ventana, y el picor había comenzado a partir de ese momento. "Buscadla -ordenó al visir-, ya que esa es la bruja causante de mi maleficio."

Fue más fácil decirlo que hacerlo. Los hombres del califa llevaron ante él a siete mujeres al día cada uno de los siete días siguientes, pero cuando él les obligó a descubrirse el rostro, vio de inmediato que no era ninguna de ellas. Y al octavo día una mujer velada se presentó en la corte sin que nadie le llamara y solicitó audiencia, afirmado que era la que podía aliviar el sufrimiento del califa. Harun al-Rashid le recibió en el acto.

-¡Así que sois la bruja! -exclamó.

-Nada más lejos -contestó ella-. Pero desde que entreví la cara de un hombre encapuchado en las calles de Isbanir, me pica todo el cuerpo de manera incontrolable. Incluso abandoné mi ciudad natal y me mudé a Bagdag con la esperanza de que el cambio aliviara mi aflicción, pero de nada ha valido. He intentado mantenerme ocupada, distraerme, y he tejido grandes tapices y escrito volúmenes de poesía, todo en vano. Entonces me enteré de que el califa de Bagdag buscaba a una mujer que le provocaba picor y supe la solución al enigma.

Dicho esto, se retiró el velo con atrevimiento e inmediatamente desapareció por completo el picor del califa, y dio paso a un sentimiento muy distinto.

-¿Vos también? -preguntó él, y ella asintió.

-Ya no me pica. Ahora siento otra cosa.

-Y también eso es una aflicción que ningún hombre puede curar -dijo Harun al-Rashid.

-O en mi caso, ninguna mujer -contestó la dama.

El califa dio una palmada y anunció su inminente boda, y él y su Begum vivieron felices para siemprre, hasta que les llegó la Muerte, la Destructora de los Días.

Tal fue el sueño del emperador.

Thomas de Quincey

Hay que saber apreciar la ironía:



"Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le dará importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron ninguna importancia en su momento. "



Fragmento de "Del asesinato como una de las Bellas Artes"

El Profeta-Guerrero; R. Scott Bakker

"Colocó su chisporroteante vela y decidió leer. "Solo con libros, una vez más. -De repente sonrió-. ¿Una vez más? No, por fin..."

Un libro no era nunca una "lectura". Allí, como en todas partes, el lenguaje traicionaba la verdadera naturaleza de la actividad. Decir que un libro era lectura era cometer el mismo error que el jugador que se pavoneava por sus ganancias, como si las hubiera tomado por la fuerza o gracias a su resolución. Lanzar las fichas numeradas era agarrarse a un momento de impotencia, nada más. Pero abrir un libro era una apuesta mucho más profunda. Abrir un libro no era solo agarrarse a un momento de impotencia, no solo renunciar a un puñado de celosos latidos del corazón por el rumbo de la quilla de otro hombre, era permitirse ser escrito. Porque, ¿qué era un libro sino una larga rendición consecutiva a los movimientos del alma de otro?

Achamian no podía pensar en ningún abandono del yo más profundo.

Leyó, fue llevado a la risa por las ironías de hombres que llevaban mil años muertos y a la reflexión por afirmaciones y esperanzas que habían sobrevivido con mucho la era de su escritura.

No recordaba haberse quedado dormido."

Las ciudades invisibles; Italo Calvino

No es fácil elegir una sola de entre las ciudades de Las ciudades invisibles. Ni por preferencia ni por mensaje, ni siquiera por simple belleza en el sonido o en la forma que tome la descripción: no hay un criterio claro para decir "es esta, esta es la ciudad más hermosa jamás descrita". Y sin embargo, algún ejemplo debía poner para que no faltase en este blog, alguna de esas poesías en prosa sobre calles, ciudades, vidas... Cuando pase el tiempo y retome el libro, otra habrá ocupado su lugar y Raissa no será para mi lo mismo. Pero ahora, supongo que esta es mi favorita, es Raissa la que os recomiendo. Y por igual, recomiendo que leáis todo el libro: he aquí su versión online.





LAS CIUDADES ESCONDIDAS 2

No es feliz la vida en Raissa. Por las calles la gente camina torciéndose las
manos, impreca a los niños que lloran, se apoya en los parapetos del río con las
sienes entre los puños, por la mañana despierta de un mal sueño y empieza otro. En
los talleres donde a cada rato alguien se machaca los dedos con el martillo o se
pincha con la aguja, o en las columnas de números torcidas de los negociantes y los
banqueros, o delante de las filas de vasos sobre el estaño de las tabernas, menos mal
que las cabezas agachadas te ahorran miradas torvas. Dentro de las casas es peor, y
no hay que entrar para saberlo: en verano las ventanas aturden con peleas y platos
rotos.
Y sin embargo, en Raissa hay a cada momento un niño que desde una ventana
ríe a un perro que ha saltado sobre un cobertizo para morder un pedazo de polenta
que ha dejado caer un albañil que desde lo alto del andamio exclama: —¡Prenda mía,
déjame probar!— a una joven posadera que levanta un plato de estofado bajo la
pérgola, contenta de servirlo al paragüero que celebra un buen negocio, una
sombrilla de encaje blanco comprada por una gran dama para pavonearse en las
carreras, enamorada de un oficial que le ha sonreído al saltar el último seto, feliz él
pero más feliz todavía su caballo que volaba sobre los obstáculos viendo volar en el
cielo a un francolín, pájaro feliz liberado de la jaula por un pintor feliz de haberlo
pintado pluma por pluma, salpicado de rojo y de amarillo, en la miniatura de aquel
libro en que el filósofo dice: —También en Raissa, ciudad triste, corre un hilo
invisible que enlaza por un instante un ser viviente a otro y se destruye, luego vuelve a tenderse entre puntos en movimiento dibujando nuevas, rápidas figuras de modo que a cada segundo la ciudad infeliz contiene una ciudad feliz que ni siquiera sabe que existe”.

Prólogo del Eclesiastés

En estos dos últimos días, mi lectura han estado siendo los Libros Sapienciales de la Biblia, así como los Líricos. Tiene narices que de los 150 salmos del libro de los Salmos cosa de 10 sean interesantes; tiene narices que el libro de Job sea muchísimo más aburrido de lo que había pensado, igual que las tiene que los Proverbios sea más aburrido que leerse un refranero o un diccionario. En realidad, está claro que cuando no hay batallas, asesinatos y violaciones, la Biblia pierde encanto.

Pero por suerte, empezando un nuevo libro (el Eclesiastés), me he encontrado con este prologito. El tomo promete: no sé si a alguien le sonará a la base de todas esas literaturas cristianas sobre cómo pasa el tiempo y nada se queda, como el mundo es vanidad y apariencia... Además, está mas o menos bien escrito:

"¡Vanidad de vanidades! -dice Cohélet-, ¡vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene, pero la tierra permanece donde está. Sale el sol, se pone el sol; corre hacia su lugar y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira al norte; gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas se cansan. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oir.

Lo que fue, eso será;
lo que se hizo, eso se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol.


Si de algo se dice: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria entre los que después vendrán."

¿No tenéis la sensación de que os resulta familiar y lo habéis leído mil veces repetido en otras literaturas? Ah, por cierto, el Cantar de los Cantares sigue molando. Es erotismo literario con mucha, mucha clase y aún más antigüedad.

CADA ESCALÓN UN ESCALOFRÍO

Cada escalón un escalofrío, con cada centímetro de frío mármol la certeza de una muerte lenta y dolorosa, de un fin humillante y cruel, una muerte que empezó hace cuatro largos años y que continúa cada día, destrozando mi alma poco a poco con cada asalto.

Introduzco la llave en la cerradura. Quizá haya ido a trabajar, quizá no, quizá esté esperándome, quizá se haya marchado como siempre y entonces mi corazón volverá a latir a un ritmo normal y mis pulmones se invadirán de oxígeno y dejaré de respirar su aliento viciado por cada insulto que me profiere.
Entro en el piso, cierro la puerta y llevo las bolsas de la compra. Hay un silencio sepulcral y un mal presentimiento invade mis sentidos, recorro el apartamento buscándolo y no lo encuentro, ha ido a trabajar.
Por fin me relajo, pongo la radio y coloco la compra. Hoy he gastado más de lo normal, se enfadará cuando revise las cuentas, dice que no soy buena administradora.
Voy al salón y lo pongo en orden, aquí me encuentro un dibujo de Alicia, aquí una cera, aquí una muñeca, aquí otra cera. A veces pienso que lo mejor sería marcharse muy lejos de aquí con ella, tengo miedo de que le haga a ella lo mismo que a mí, entonces no respondería de mí misma. No quiero que crezca sola, sin madre, él lo sabe, ella es su mayor seguro para que permanezca con él, por eso finge que la adora, ha erigido a mi propia hija en mi carcelera.
Me dirijo a la habitación de mi pequeña, todo es caótico, pero hasta su desorden resulta dulce. Una medias, una zapato azul, una cinta del pelo, más muñecas y más ceras.
La radio se ha apagado, normal, pobre trasto que ha recibido tantos golpes…qué irónico. Será mejor que vaya a ponerla de nuevo, la radio hace que me sienta acompañada y sobre todo siento que él no está.
Llegando a la cocina me doy cuenta de que me falta el aliento, no puedo respirar, algo no va bien, la radio no está en su sitio, ¿dónde está la radio?
- ¡Puta!
Es él, es su voz, está enfadado. Siento un fuerte golpe en la cabeza… me ha golpeado con la radio. Todo da vueltas, siento un líquido caliente que me moja el vaquero; me he orinado. Todo da vueltas a mí alrededor y la oscuridad va cerniéndose sobre mí a cada golpe que recibo. Me patea todo el cuerpo mientras que intento protegerme con las manos.
Todo termina tan rápido como empezó, pero no puedo moverme. Siento que si muevo un solo dedo me rompa en mil pedazos. Aunque por dentro ya estaba destrozada, en todos los sentidos.


Mariola Guijarro M.

Úrsula K. Le Gluin; La mano izquierda de la oscuridad

Con permiso, os dejo los primeros párrafos de una novela de ciencia ficción con la que ando descansando de la lectura de la Biblia. Personalmente, lo estoy encontrando como una buena forma de empezar. Y además, la señora Le Gluin no me está decepcionando en absoluto: una novela de filosofía, sociología y divagaciones sobre "cómo sería un mundo en el que...". Eso sin carecer de las inevitables aventuras e intrigas que hacen a una novela entretenida. Espero que os pique la curiosidad:

"Escribiré mi informe como si contara una historia, pues me enseñaron siendo niño que la verdad nace de la imaginación. El más cierto de los episodios puede perderse en el estilo del relato, o quizá dominarlo, como esas extrañas joyas orgánicas de nuestros océanos que si las usa una determinada mujer brillan cada día más, y en otras en cambio se empañan y deshacen en polvo. Los hechos no son más sólidos, coherentes, categóricos y reales que esas mismas perlas; pero tanto los hechos como las perlas son de naturaleza sensible.

No soy siempre el protagonista de la historia, ni el único narrador. No sé en verdad quién es el protagonista: el lector podrá juzgar con mayor imparcialidad. Pero es siempre la misma historia, y si en algunos momentos los hechos parecen alterarse junto con una voz alterada, no hay razón que nos impida preferir un hecho a otro; sin embargo, no hay tampoco en estas páginas ninguna falsedad, y todo es parte del relato.

La historia se inicia en el diurno 44 del año 1491, que en el país llamado Karhide del planeta Invierno era odharhahad tuya, o el día vigésimo del segundo del tercer mes de primavera, en el año uno. Aquí es siempre año uno. El día de año nuevo sólo cambia la fecha de los años pasados o futuros, ya se cuente hacia atrás o hacia adelante a partir de la unidad Ahora. De modo que era la primavera del año uno en Erhenrang, capital de Karhide, y mi vida estaba en peligro, y yo no lo sabía."

Paul Celan

Lo de ayer no era más que un adelanto. Encontré no hace mucho a este poeta (y juro solemnemente que fue eso: un encontronazo) y me encantó. Era un judío rumano cuyos padres murieron en campos de concentración y que fue metido en un campo de trabajo. Y tiene unos poemas geniales. Aquí dejo otro par:

CHANSON DE UNA DAMA EN LA SOMBRA

Cuando viene la silenciosa y decapita los tulipanes:
¿Quién gana?
¿Quién pierde?
¿Quién va a la ventana?
¿Quién nombra su nombre primero?

Es uno que lleva mi pelo.
Lo lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Lo lleva como el cielo llevó mi pelo el año en que amaba.
Lo lleva así por vanidad.

Ese gana.
Ese no pierde.
Ese no va a la ventana.
Ese no nombra su nombre.

Es uno que tiene mis ojos.
Los tiene desde que los portones se cerraron.
Los lleva en el dedo como anillos.
Los lleva como trizas de placer y zafiro:
él ya era mi hermano en otoño;
ya cuenta los días y noches.

Ese gana.
Ese no pierde.
Ese no va a la ventana.
Ese nombra su nombre al final.

Es uno que tiene lo que dije.
Lo lleva bajo el brazo como un hato.
Lo lleva como el reloj su más mala hora.
Lo lleva de umbral en umbral, y nunca lo arroja.

Ese no gana.
Ese pierde.
Ese va hacia la ventana.
Ese nombra su nombre primero.

Ese es con los tulipanes decapitado.



FUGA DE LA MUERTE


Negra leche matutina la bebemos de tarde
la bebemos al mediodía y de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no se yace estrechado
Un hombre vive en la casa él juega con las serpientes él escribe
él escribe cuando oscurece a Alemania tu dorado cabello Margarethe
él escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
que vengan
a su lado
silba a sus judíos que salgan adelante hace cavar una fosa en la tierra
nos manda tocad ahora para el baile

Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos de mañana y mediodía te bebemos a la tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa y juega con serpientes él escribe
él escribe cuando oscurece a Alemania tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith cavamos una fosa en los aires allí no se
yace
estrechado

Grita cavad más hondo en la tierra unos y otros cantad y tocad
coge el hierro en el cinto lo blande sus ojos son azules
cavad vosotros más hondo unos y otros seguid tocando para el baile

Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos de mañana y mediodía te bebemos a la tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith él juega con serpientes

El grita tocad más dulce a la muerte la muerte es un maestro que
viene de
Alemania
grita tocad más oscuro los violines entonces subiréis como humo en el
aire
entonces tendréis una fosa en las nubes allí no se yace estrechado

Negra leche matutina te bebemos a la noche
te bebemos al mediodía la muerte es un maestro que viene de
Alemania
te bebemos a la tarde y de mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro que viene de Alemania su ojo es azul
él te da con la bala de plomo te da certeramente
Un hombre vive en la casa tu dorado cabello Margarethe
él azuza los mastines contra nosotros nos regala una fosa en el aire
él juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro que viene
de
Alemania
tu dorado cabello Margarethe
tu ceniciento cabello Sulamith

Salmo; Paul Celan

SALMO


Nadie nos amasará otra vez de tierra y de limo,
nadie soplará palabra a nuestro polvo.
Nadie.
Alabado seas tú, Nadie.
Por amor a ti queremos
florecer.
En contra
de ti.
Una nada
éramos, somos, seguiremos
siendo, en flor:
la rosa de nada, de
nadie.
Con
el buril diáfano de alma,
el estambre desolado de cielo,
la roja corona
de la palabra de púrpura que cantamos
sobre, oh sobre
la espina.


Carla Bruni; Raphael

Y he aquí una de mis canciones favoritas de esta señora. Porque sí, amigos míos, existía antes de su affair con cierto señor francés de nombre inescribible. Y además, cantaba de maravilla. Esta cancioncilla es, inevitablemente, la razón por la que el nombre de Raphael me gusta tanto:

Carta de San Pablo

La Biblia y yo hemos hecho un tácito acuerdo: ella se deja leer como literatura y yo le leo. Así, no veáis lo que estoy aprendiendo sobre la "historia" del pueblo judío elegido por Yavhé y de los prontos que le dan. Mi favorito de momento es cuando un monton de críos se ríen del profeta Eloíso llamándole calvo, este se queja y Yavhé le manda un par de osos que despedazan, dice, a 42 de los chavalines. Aún así, no todo es sangre, sexo, sacrificios y ganado (porque ni os imaginaríais la cantidad de veces que salen las ovejas y cabras).

También hay cosas bastante bonitas. Y entre ellas, esta es una de mis favoritas: una lectura de San Pablo. Ese mismo que luego hablaba de la mujer que debe de ser subordinada al hombre y esas cosas... Sí... Pero en fin, ese tipo de gente también puede escribir cosas buenas. De hecho, considero esta carta tan tópica (es algo que todo el mundo ha oído alguna vez) como linda y cursi. A mi es que me encanta, aunque sea en el sentido romántico y no el religioso. Aquí os dejo su primera carta (si no me equivoco) a los corintios:


"Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca."

Los caballeros las prefieren rotas

Gira entre sus dedos el cigarro, le da unos golpecitos y la ceniza se derrama hacia la calle mientras el humo asciende y asciende. Y ella esta vez no piensa cómo le gustaría escaparse como el humo ni cómo el cigarro es más libre para deshacerse ni cómo es mejor quemarse que vivir en cenizas ni nada por el estilo. Ahora mismo, no piensa en nada.

Más tarde, a la quinta o sexta calada, coincidiendo con el paso de un gorrión, se sobresaltará. Durante unos segundos, tensa, mirará hacia el pasillo y respirará y respirará con el cigarrillo sacado. Parecerá entonces mentira que los gorriones vuelven y los árboles crezcan, o que el sol caliente su mano mientras ella respira así, podrida a miedo, pero será. Continuará respirando unos segundos sin saber si debería tirar de una vez el cigarro e intentar disimular el humo. A él, al fin y al cabo, no le gusta que fume y es mejor, se dice, no darle razón para enfadarse. Es mejor moverse sin hacer mucho ruido, deslizarse de puntillas cada día y cada hora. Parecerá mentira, con ese miedo en la garganta, que el mundo se empecine en dejar escapar belleza de la boca de un gorrión. Pero al fin y al cabo, piensa fingiéndose el cinismo, al mundo nunca le has importado.

No siempre fue así ni siempre estuvo temiendo, pero conforme pasa el tiempo es más duro recordar. Sabe que fue una niña, que se conocieron y aguantaron a las puertas del colegio; sabe que empezaron a salir a los 16, novios de toda la vida. Sabe que le quiso, quizás por inercia o quizás no, y sabe que se acostaron un verano con torpeza. También sabe que, para cuando se casaron, no estaba ni segura ni enamorada ni preñada. Quizás lo hizo porque necesitaba un cambio. Y como sabe eso, sabe que en algún momento fueron pudriéndose, aunque aún no sepa como, cada uno a su manera. Estaría quizás la diferencia de que él no se quema ni se guarda ni se amarga las vísceras, no puede, ¿verdad?, no puede. Él simplemente golpea y si da no es porque no le quiera, no es tan fácil. Solo es que ella está más cerca, sólo eso, ¿verdad?

El cigarro tiembla cuando tiembla su mano, bajo el sol y bajo el cielo. Es mejor, se dice, no pensar ciertos asuntos. Hay otras cosas, es cuestión de divagar. Con la imaginación en las manos, lo sabe mejor que nadie, es muy fácil esconderse.

Así, por ejemplo, bajo el sol en el balcón y a solas, se hace saber que en alguna parte hay un palacio. Estaría en un lugar extraño, al oeste del fin del mundo, por ejemplo. Tendría pasillos anchos, tendrías espiras y torretas misteriosas. En su cielo no habría (no debería haber) pájaros, ni uno, como no habría sol que brillase o balcones desde los que sentirse atrapada y sin sentido. Irían sus dueños callados y cubiertos, sin rostro ni sexo ni voces que engañen. ¿Para qué las querrían si sólo tomarían nota, si unos ojos solo iban a servir para llorar? Ellos, bueno, asistirían a cada golpe y a cada miedo y tomarían nota en algún libro de papiro. Es necesario, ella lo sabe, que haya testigos del dolor. No un testigo como su hijo, que no entiende, que les mira, que hace de nuevo de víctima y de verdugo, como él, como ella, ¿verdad? Porque nadie está libre de culpa aunque el cielo azul a veces pueda hacernos creer lo contrario.

Pero no es eso, se musita antes de dar otra calada, no es exactamente, no es tan fácil con el dolor oprimiéndote la sien. Suspira y limpia como puede su cabeza. De nuevo, es cuestión de obligarse a saber que en ese palacio se sabría de cada dolor y de cada grieta, que habría unos testigos perfectos: capaces de sufrir por gente de quien no saben nada, sufriendo continuamente. Habría pasillos y salas y anaqueles por todas partes. Y en ellos, bueno, en ellos cada cual, cada persona, como una muñequita, como esas tan antiguas que tuvo de niña y rompió en un momento dado (quizás por error, quizás por despecho). ¿No sería lógico? Muñecas de cada persona, con tantos golpes y tantas grietas como esa hubiese sufrido, ¿no sería lo adecuado? ¿Cuántas grietas tendría ella, entonces? ¿Más que él? Seguramente, aunque también él las tuviese. A él, está segura o prefiere estarlo, también le duele cuando la furia se le escapa por la mano y se encuentra algo ebrio ante una persona a quien querría querer y ha herido sin quererlo. Porque es sin quererlo, ¿cómo creer otra cosa en un día así, por mucho miedo que tenga respirándole en la nuca? ¿Cómo pensar de él otra cosa cuando no esta pidiendo ni mandando ni agrietándole la serenidad?

Mientras lo piensa es consciente de un modo algo perverso de que podría ser una mujer cualquiera que fuma en la ventana. Pero no lo es, claro, no es como todos. Para empezar, puede hacerse saber que en su palacio habría anaqueles con muñecas más o menos heridas. Se guardarían como tesoros, y a más dolor, más valor, como antigüedades o secretos. De cuando en cuando, como milagros para las heridas, habría algo maravilloso que se esfuerza en saber. Vendrían en corcel caballeros de brillante armadura, de corazón puro y brazos fuertes. Vendrían y abrirían las puertas para tomar, sin más, de los anaqueles, alguna muñeca herida. ¿No sería lo correcto, tomar a las más valiosas y que más lo necesitan? Les sacarían de allí, al galope sobre la arena, hasta una tierra donde brillaría el sol, cantarían los gorriones y crecerían los árboles sin una pizca de sarcasmo en su belleza.

Llega ahora él y le descubre fumando. Hay algo trágico en cómo ambos hieren al otro a base de palabras que se vuelven gritos, aullidos como de lobos. Hay algo trágico en cómo él logra herir más hiriendo la carne, en cómo otra vez mira su mano desde fuera sin entender que haya vuelto a hacerlo, en cómo se disculpa torpemente. Termina en cuestión de minutos, el se va, ellos se evitan. Es trágico también como ella vuelve al balcón y se obliga a saber que habría un palacio y un anaquel y un milagro o caballero para ella, para ella. Porque sabe mientras cae la ceniza que si no hubiese ni palacio ni anaquel ni caballero futuro que le prefiriese por rota sería tan, tan terrible…

Ascensión hacia el reposo; Luís Rosales

Antes de partir a las lejanas playas alejadas de Internet, aquí os dejo un, desde mi punto de vista, bellísimo poema de Luís Rosales. Espero que lo disfrutéis:

Como es misericordia la locura y el espacio nos brinda la bienaventuranza,
como es la noche viva, la lluvia silenciosa que va del corazón del hombre hasta los ojos
en un encendimiento de sombra y hermosura.
Como sé que al morir terminará la muerte.
Como en el corazón se derrama la sangre con un rumor de lluvia que ilumina la niebla.
Como tengo fe de soñar que te amo,
mi carne será un día como un agua corriente
y mi cuerpo será de silencio amoroso, de cristal dolorido cuando tú lo iluminas.

Como en la inclinación morena de tus ojos el silencio vencido se convierte en aroma.
Como tengo una voz que se cubre de yerba donde vuelan las alondras y palabras y lágrimas.
Y como en tu cabello despierta la agonía,
y la paciencia intacta naufragará en la sangre
porque existe la muerte,
porque la sombra clara se convierte en misterio y la quietud del mundo colma la transparencia,
porqué el último olvido morirá con el hombre,
y tu boca de llanto y amapolas violentas,
y tus brazos de cal y niebla reclinada,
y tus manos delgadas como álamos de espuma,
y mi voz,
y mis ojos,
todo será divino al perder la memoria.

Como insiste el dolor, pero no se termina y es la lenta ascensión de la sangre al reposo.
Como es la primavera al donaire porque llevas el alma derramada en el paso.
Como es la caridad para mirar tu cuerpo y es la noche tranquila tu encendida alabanza.
Como tú eres el único sufrimiento posible y la angustia de cal que me quema los ojos,
con humildad,
buscando la palabra precisa,
yo te ofrezco la sombra, la paciencia del mundo donde olvido la espera,
donde olvido esta inmóvil angustia de ser junco y sentir en las plantas los impulsos del río,
donde puedo creer,
donde puedo creer, porque marchamos juntos igual que dos hermanos perdidos en la nieve.

Umberto Eco; El nombre de la Rosa

Una de las mejores novelas policiacas que he tenido el placer de leer. A la calidad de su trama se une, además, el dominio que su autor tiene del lenguaje (dominio, supogno, más que imprescindible si uno intenta ser un semiólogo). Aunque no es una obra de Absoluta Belleza, es genial y muy entretenida. Resulta interesantísima, con una ambiente y un mundo desarrollado con maestría absoluta. Por ejemplo, el bueno de Eco componía las conversaciones que trascurrían con sus personajes en movimiento usando un plano para que durasen lo justo. Este mundo prácticamente funciona por sí sólo. Y la recreación histórica, así como las descripciones del arte, los personajes y la filosofía (no siempre de la época, aunque siempre camuflados como si lo fuesen) queda de maravilla, dando más sabor a esta inusual novela detectivesca. Además, el hecho de que se desarrolle en la Edad Media y con un montón de latinajos sólo le da más encanto...

Este fragmento del diálogo me resulta de los más interesantes, y ayuda a ilustrar bastante bien las opiniones de nuestro detective inglés y monje franciscano favorito: Guillermo de Baskerville.

"-Refrectorio, scriptorium, biblioteca -dijo Guillermo-. De nuevo la biblioteca. Venancio murió en el Edificio, y muy probablemente en la biblioteca.

-¿Por qué en la biblioteca?

-Trato de ponerme en el lugar del asesino. Si Venancio hubiese muerto, asesinado, en el refectorioo, en la cocina o en el scriptorium, ¿por qué no dejarlo allí? Pero simurió en la biblioteca, había que llevarlo a otro sitio, ya sea porque en la biblioteca nunca lo habrían descubierto (y quizás al asesino le interesaba precisamente que lo descubrieran), o bien porque quizás el asesino no desea que la atención se concentre en la biblioteca.

-¿Y por qué podría interesarle al asesino que lo descubrieran?

-No lo sé. Son hipótesis. ¿Quién podría asegurar que el asesino mató a Venancio porque lo odiaba? Podría haberlo matado como a cualquier otro, para significar otra cosa.

-Omnis mundi creatura, quasi liber et scriptura... -murmuré-. Pero, ¿qué tipo de signo sería?

-Eso es lo que no sçe. Pero no olvidemos que también existen signos que sólo parecen tales, pero que no tienen sentido, como blitiri o bu-ba-baff...

-¡Sería atroz matar a un hombre para decir bu-ba-baff!

-Sería atroz -comentó Guillermo - matar a un hombre para decir Credo in unum Deum..."



Como habréis podido comprobar en el breve diálogo: desarrollo de personajes, latinajos, filosofía medieval y relato de misterio. Todo en uno y además con libros y un personaje que se identifica con Borges. En serio, ¿hace falta más para instaros a que lo leáis?