header-photo

El perseguidor

EL PERSEGUIDOR, por Andrés B. Mir

Ya es la hora. Suena la música correcta y, quizás, las estrellas están alineadas. ¡Ya es la hora! Trepa por tu espalda con pisadas de violín, te araña la columna y sus heridas cantan que no hay dolor, que no hay dolor, que todo tu dolor era mentira, todo tú era mentira. Todo va al compás del monstruo que escala y la luz se estrella y se rompe en pedazos contra el techo de las hojas. Ellas están allá, verdes, y se estrechan y reviven y le besan y le violan y hacen que la luz manche el suelo fragmentada. Y tú eres tan feliz que querrías gritarles que sigan así, brillando una en otra para siempre, para siempre.

Los pájaros levantan el vuelo a tus pasos y en sus alas, estás seguro, es donde está lo que persigues: el secreto del que el monstruo no es más que un presagio. ¡Allí! Por tu piel se deslizan las arañas a millares, hijas de la bestia, que ya se ha asentado en tu nuca y amenaza dando a luz infinitos estremecimientos.

Pero tu corres, al menos mientras aún sabes por los gritos de ese monstruo perfecto que estás cerca, que estás cerca, que estás a punto de rozarlo, que alcanzarás el secreto con tan sólo apretar el paso. Camina, por Dios, camina, que sientes sin pizca de duda que esta, como tantas otras, puede ser la última vez que estés tan cerca Corre bajo las hojas y las alas y deja que los pájaros canten que no hay dolor, que no hay fealdad, que todo tú era mentira.

Tú finge que no te importa, pues no debe deber importarte, sólo debes andar y soportar el éxtasis de los insectos, la sensación aviesa de que hasta estos segundos de pasos nunca has sido, de que nunca has sido tan puro. La bestia insiste, pariendo su alud incesante. Redobla sus arañazos y hace que todo cante que todo tú era mentira, que sólo este ahora vale algo, y lo canta en luz y en verde y en ala y en violines. Lo grita porque estás más cerca y tú lo sabes y al mismo tiempo te estas perdiendo en el gozo de sus berridos y estás apretando el paso y ni tú mismo sabes cómo logras hacer ambas cosas a la vez, pero lo haces.

Ya casi corres, casi corres arrastrado y tus ojos brillan, poseído bajo el canto de la bestia. Sabes que deberías llorar y que quieres llorar porque todo canta con demasiada belleza, y te dices “hazlo si tienes que hacerlo pero no dejes de andar”, así que lo haces y permites que las lágrimas se te vayan escapando y ya casi no sientes tus pasos, dirías que no tocas el suelo sostenido entre el canto, la lágrima y el gozo más absoluto.

Sin sentir el pavimento corres, corres porque es lo único que vale la pena bajo el sol, porque el secreto, lo intuyes, es de una belleza que oscurece todo, es una belleza que embriaga todo y rompe todo y es toda belleza cantada alguna vez por grillos. Corres, corre, corre y ya hasta tus pasos cantan que no hay dolor, que no hay dolor, que todo pasa y este secreto subyace y que estás tan cerca que jamás lo alcanzarás para gozar para siempre.

Pero tu ya corres por correr y eres tan feliz que sólo eres feliz y ya eres todo escalofrío. Alzas la cabeza hacia la luz y ella insiste en repetir el canto y tu quieres sonreír porque estás llorando. Sabes que pasará y que acabarás por morir, que no habrás visto el secreto, y aún así corres y lloras y no importa, y no importa, y todo dolor es puro, todo éxtasis es puro y todo es puro y sostenido. Quieres gritarle al mundo que vea lo que pasa o al menos sonreír a ese secreto que juega contigo, pero no puedes y tus labios se entreabren y no escapa nada más que un aliento, quizás oración a una belleza inapelable que sabes que casi habrás alcanzando.

Y el escalofrío es tan intenso y el monstruo grita ya con tanta fuerza que el gozo y la luz amenazan con ahogarte. Vas a morir, vas a asfixiarte en el éxtasis para el que estás hecho y nadie sabrá nunca como moriste si eras joven y paseabas por una calle en otoño y no había nadie, nadie, ni una viejita dando de comer a las palomas bajo el dosel de las hojas. Pero te verán con la sonrisa en la muerte y quizás intuyan que no hay dolor, que no hay muerte ni placer ni eternidades, que sólo hay algunos fragmentos perfectos de Belleza.