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Oscar Wilde; de Lucy Knisley

He aquí una preciosa animación de marionetitas. A mi personalmente me encantó, aún si a veces es difícil leer las letras. Espero que la disfrutéis:

Los doctores

LOS DOCTORES

Aquella noche era claro el cielo y era blanca la luz que iluminaba sus frialdades. Aquella noche era clara la luna y en aquella consulta confesó su cansancio. Se quejó aquella noche de un millar de extrañezas mientras luna y cielo abrazaban el mundo. Se quejó de la pierna, del pecho desnudo, se quejó de la yema de unos dedos cansados. Se quejó de estar viendo la ceniza o la bruma, se quejó, sin decirlo, de sus ojos ahogados. Debieron de verle con la media sonrisa, con la superioridad de saberse mayores. Le escucharon quizás a la luz hecha trizas, aguantaron pacientes todos sus temores. Le dijeron entonces tantas cosas sensatas, tanto que se sabe sobre cómo es el mundo. No había cura, dijeron, del dolor, y no la había; y la muerte, más o menos, bailaría sobre su tumba. Preguntó y le dijeron que no se curaba el odio, que de amor, de amor, tosían hasta las agujas. Le dijeron que era tarde, muy tarde ya para ella, para curar el cansancio de haber buscado algo nuevo. Le dijeron, sin más, que no podían hacer nada, que ella ya estaba viva y era viva sin remedio. No había cura, dijeron, para el labio que tiembla, como no la hay tampoco para aquel que se calla. No había nada, dijeron, para quemaduras de caricias porque en el fondo, en el fondo, la piel no quiere olvidarse. Sus heridas, con ellas, ya nada podían hacerle: se había alejado más allá de su ciencia. Tomaron sus manos y anunciaron con fuerza la irremediable gangrena de haberse guardado el llanto. Le dijeron: “no hay más”, y nada más había, porque el mundo, dijeron, funcionaba a este modo. Se pudría de vida a cada paso que daba, se pudría de vida girando y girando. Se pudría girando de amor y de odio, se pudría con sus cánceres de puntos de vista. Y este mundo, dijeron, es todo lo que te queda porque estás, insistieron, sin remisión ya viva. Ella les escuchó y no supo si llorar porque sabía muy bien que estaban en lo cierto. Se extendía en su pecho el tumor del latido, el tumor de tener que sentir a otros tantos. Le picaba la piel con alergias al tiempo y tan triste, tan triste, se llenaba de espanto. Escuchó todo aquello que quisieron decirle y por no quedar tonta, se calló algo guardado. Se quedó sin saber porque todo se emperra, por qué nace el niño y se muere la ola. Se quedó sin saber, en aquella consulta, porque contra lo cierto aún vuela la paloma.