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Sin título

No te gusta, no gusta y es así, son así. Las cosas que están, que van, que se pierden sin dejar ni manchitas de sangre por la vereda, son así de dañinas. Y a ti te toca tragar alfileres y quedarte callado, callar y tragarte alfileres. Como el imbécil que eres, ¿no es eso? Dan ganas de echarse al monte a gritar o de arrancarle a todo el mundo los párpados para que tengan que estar mirando a la fuerza. Dan ganas de gritar hasta tapar a las canciones que se escurren por las calles, declararle el luto a todo lo que se tenga en dos piernas. Pero no está bien o dicen que no está bien, así que acaba uno por callarse y guardarse nubarrones.

Tú no gritas, tú no grites, tú limítate a sonreírles y a esquivar ese “miserables” que te sube por la garganta y amenaza de ahogarte, que como te descuides te va a hacer vomitar. Llora si has de llorar, pero no dejes que te vean. Escóndete con cualquier excusa, quédate tú con tus muertos y tus cuatro paredes para echarle al llanto lo que le tengas que echar. Encógete, apriétate contra ti mismo y abre todas las presas del mundo. Y aún así tampoco grites: musita, susurra, solloza tus penas y deja que se te escape, todo seguido, un ruidillo quedo, un ruidillo seco y pajizo pero continuo que sólo oye el que lo produce. Ese tiene que ser todo tu grito, porque más sería indecente. Y mientras lloras, mientras lloras lo que te haga falta, asegúrate de no hacer ruido ni en sonarte la nariz, vaya a ser que se despierten y te miren raro o te echen en cara que no sabes perder.

Es verdad que no sabes, o quizás es que ellos no saben perder a tu manera, pero en cualquier caso no hay forma de evitarlo. Porque tú vives como tú y te cargas la nausea a las espaldas y ves las cosas en huecos que los demás no perciben, nada más. Nada más y nada menos, que digo yo que algo bueno sacarás de ser tú de cuando en cuando. ¿Te da consuelo ver que no tienes pecados que puedan venir a buscarte? Poco o ninguno si los pecados son tan tullidos como parece, y lo son, que yo lo he visto. ¿Te consuela saber que ves matices nuevos, decirte especial? De poco o nada, que a nadie le vale ver más si es para ver en blanco y negro. Que de tanto escarbar en las cosas, de tanto ir agujereando hasta el fondo, uno acaba llenito de barro.

Y, ¿por qué está tan mal decirle al mundo que no, que no y que ya que está, que hasta aquí hemos llegado? ¿Por qué a los que escapan se les deja fuera del cementerio y se quedan tan muertos como todos y tan solos como nadie? Pero está mal, y por puro canguelo te quedas con el pomo en la mano y no le das un portazo a la vida en todas las narices. Te quedas ahí, mirando a los lados como un pasmarote y te dices que bueno, que al final acabará bien, que al final habrá algo bueno, te echas a dormir en la voluntad de Dios y ale, a fingir que te calma. Pero no hay cura para tu dolor, ahí, infinito, sangrando sin parar sobre la hierba y sobre las flores. Parece mentira, te dices a veces, que se pueda sangrar tanto. Y puede, se puede sangrar tanto y más, que a la tierra no le importa beberse lo que le echen mientras sea rojo y al hombre le duela.

He llegado a este punto; de Ángel Rodríguez Sáez

He aquí una bonita (y triste) poesía de esta autor, casi desconocido. Ni siquiera sé si el título que yo le he puesto (cojido, que alarde de originalidad, de los primeros versos) es el verdadero. Admitiré que no era un tipo muy alegre (a los 18 o así se suicidó), pero son unos versos bonitos dentro del hecho de que son de alguien que está aprendiendo. En cualquier caso, aquí tenéis:

"He llegado a este punto
de mi vida, ya incierta,
-porque no cuentan años
aunque alguno lo crea-
y encuentro que la noche
eternamente cerca
de sus cuatro paredes
no cree en la Primavera.

Por todas mis ventanas
de par en par abiertas
no entra más que silencio,
soledad y tristeza,
sin que venga a alumbrarme
tan siquiera una estrella.

Es inútil que clame
por alguien que me comprenda.
Inútil que me ponga
a gritar mi tragedia.

Estoy sólo en la noche,
sólo sobre la tierra
-polvo del infinito,
minúsculo planeta
perdido en el espejo,
microscópica piedra-

Estoy sólo... y llorando
sin que haya quien venga
a enjugarme una lágrima,
a llorar con mi pena.

La soledad me ha ungido,
implacable y certera
... definitivamente.

Por eso, lo que queda
en el fondo del alma
de este pobre poeta
no se llama esperanza
...que se llama tristeza"

Paraules d´amor



Paraules d'amor

Ella em va estimar tant...

Jo me l'estimo encara.

Plegats vam travessar

una porta tancada.

Ella, com us ho podré dir,

era tot el meu món, llavors

quan en la llar cremàvem

només paraules d'amor...


Paraules d'amor senzilles i tendres.

No en sabíem més, teníem 15 anys.

No havíem tingut massa temps per aprendre'n,

tot just despertàvem del son dels infants.

En teníem prou amb tres frases fetes

que havíem après d'antics comediants.

D'històries d'amor, somnis de poetes,

no en sabíem més, teníem 15 anys...


Ella qui sap on és,

ella qui sap on para.

La vaig perdre i mai més

no he tornat a trobar-la.

Però sovint en fer-se fosc

de lluny m'arriba una cançó.

Velles notes, vells acords,

velles paraules d'amor.


Paraules d'amor senzilles i tendres.

No en sabíem més, teníem 15 anys.

No havíem tingut massa temps per aprendre'n,

tot just despertàvem del son dels infants.

En teníem prou amb tres frases fetes

que havíem après d'antics comediants.

D'històries d'amor, somnis de poetes,

no en sabíem més, teníem 15 anys...



Palabras de amor

Ella me quiso tanto...

Yo aún sigo enamorado...

Juntos atravesamos

nostalgias del pasado.

Ella, como os diría...

era mi luz y mi razón,

cuando en la lumbre ardían

sólo palabras de amor...


Palabras de amor sencillas y tiernas.

que echamos al vuelo por primera vez

Apenas tuvimos tiempo de aprenderlas,

recién despertábamos de la niñez.

Nos bastaban ésas tres frases hechas

que entonaba aquel trasnochado galán

De historias de amor, sueños de poetas,

a los 15 años, no se sabe más...


Ella quién sabe dónde está,

ella quién sabe dónde para.

La perdí y nunca más

no he vuelto a encontrarla.

Pero a menudo al atardecer

de lejos me llega una canción.

Viejas notas, viejos acordes,

viejas palabras de amor.


Palabras de amor sencillas y tiernas.

que echamos al vuelo por primera vez

Apenas tuvimos tiempo de aprenderlas,

recién despertábamos de la niñez.

Nos bastaban ésas tres frases hechas

que entonaba aquel trasnochado galán

De historias de amor, sueños de poetas,

a los 15 años, no se sabe más...


Autor de la letra y la música: Joan Manuel Serrat.

Disco: "Cançò de matinada"

Año: 1967

Bodas de sangre; de Federico García Lorca

Una magnífica y muy lírica obra de Lorca que, al menos a mí, me gustó mucho. Por supuesto, me temo que luce mucho más puesta en escena (sobre todo por el tema de la música) que leída; y además creo que requiere algo de conocimiento sobre los símbolos recurrentes de este autor.

Aquí os dejo con algunos fragmentos de la obra que me gustaron especialmente, quizás por lo poético:

Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.

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Suegra:

Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.


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Leonardo:
Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!


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Madre: Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca? Pues es loca de no haber gritado todo lo que mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigar y meter entre los mantos. Pero me llevan a los muertos y hay que callar. Luego la gente critica. (Se quita el manto)


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Luna:

Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!


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Novia:

Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!


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Madre: Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar.

Ausencia

No hay voz, ni hay voces
ni tesoros bajo el cielo.
No hay amor, ni hay amores
que guardarse entre los labios.
No hay nada a lo que agarrarse,
sólo mírate morir.

Pobreza Humana



El mapa habla por sí mismo, lo ví ayer en mi clase de "Desarrollo, Cooperación y Derechos Humanos", me pareció muy significativo y cuando estás tres horas hablando sobre el no-desarrollo, sobre la no-cooperación y sobre la ausencia de Derechos Humanos, te pones especialmente sensible y en ese momento me pareció muy significativo este mapa, en el que se ve la diferencia estremecedora entre lugares como el centro africano, que se va estrechando hasta casi desvanecer y Japón, el país más engordado en este mapa distorsionado por la desigualdad.

Adela Sánchez López

Himno al Mar


He aquí la primera obra lírica publicada de Borges, "Himno al Mar".

¡Oh mar! ¡Oh mito! ¡Oh largo lecho!
Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.
Que ambos nos conocemos desde siglos.
Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.
(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por primera vez en tu seno).
Oh protéico, yo he salido de ti.
¡Ambos encadenados y nómadas!;
Ambos con una sed intensa de estrellas;
Ambos con esperanzas y desengaños;
Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;
Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria

Subido por Adela

La feria de las tinieblas; Ray Bradbury

"La feria de las tinieblas" (en el inglés original, "Something wicked this way comes", título sacado de Macbeth) es el libro de Ray Bradbury que ando leyendo últimamente. La trama es relativamente simple y bastante normal en una novela gótica: dos jovencitos, grandes amigos, se enfrentan a una malvada feria que viene a su pequeña ciudad... Está llena de monstruos, seres malvados y retorcidos, y atracciones como un laberinto de espejos donde la gente se pierde para siempre o un tiovivo cuyas vueltas hacen envejecer o rejuvenecer. La trama, relativamente pueril, se convierte en algo bellísimo (al menos para mi gusto) cuando queda en manos del genial Ray Bradbury.

Aquí os dejo con algunos fragmentos de la obra que me han gustado:



"Estaba jaspeado de oscuridad, este Jim Nightshade, un chico que hablaba y sonreía cada vez menos, a medida que pasaban los años.

Lo malo de Jim era que mniraba el mundo y no podía apartar los ojos. Y cuando uno se pasa la vida sin apartar los ojos, al llegar a los trece ya tiene veinte años de visiones del mundo.

Will Halloway en cambio miraba siempre más allá, o por encima, o al costado. A los trece años se había ahorrado seis de vigilancia.

Jim conocía cada centímetro de su propia sombra, hubiera podido recortarla en papel engomado, y enrollarla y desplegarla en un mástil... como un estandarte.

Will se sorprendía de vez en cuando viendo que la sombra lo seguía de algún modo."





"Las tres de la mañana, pensó Charles Halloway sentado al borde de la cama. ¿Por qué el tren llegó a esa hora?

Porque, pensó, es una hora especial. Las mujeres nunca despiertan a esa hora. Ellas duermen con el sueño de los bebés y los niños. Pero, ¿y los hombres de mediana edad? Ellos sí conocen bien esa hora. Oh, Dios, la medianoche no es grave: uno se despierta y duerme de nuevo. La una o las dos no son graves: uno se revuelve en la camapero al fin se duerme otra vez. A las cinco o las seis hay esperanza, pues el amanecer está justo debajo del horizonte. ¡Pero las tres, Cristo, las tres de la mañana! Los médicos dicen que el cuerpo está en bajante a esa hora. El alma está fuera. La sangre se mueve lentamente. Sólo en el momento de la muerte estña uno más cerca de la muerte. El sueño es la imitación de la muerte, ¡pero estar con los ojos abiertos a las tres de la mañana es estar muerto en vida! Uno sueña entonces con los ojos abiertos. Dios, si uno tuviera fuerzas para despertar del todo, ¡acabaría con este duermevela a balazos! Pero no, uno se queda allí, en el fondo de un pozo insondable y seco. La luna pasa y te echa una mirada, con cara de idiota. La puesta de sol ha quedado muy atrás, el amanecer está lejjos aún, de modo que uno pasa revista a todas las imbecilidades en que cayó alguna vez, a las encantadoras tonteríascometidas con amigostan queridos y que ahora están tan muertos... ¿Y acaso no era cierto, no había leído él en alguna parte que los enfermos de los hopitales mueren a las tres de la mañana más que a cualquier otra hora?"





"Para algunos el otoño llega temprano y se queda mucho tiempo enla vida; octubre entonces sigue a septiembre y noviembre sigue a octubre, y luego, en vez de diciembre y el nacimiento de Cristo, no hay Estrella de Belén, no hay regocijo, y septiembre vuelve otra vez y el viejo octubre y así durante años,sin invierno ni primavera ni verano vivificante. Para estas gentes e otoño es la estación normal, el clima único sin alternativa. ¿De dónde vienen? Del polvo. ¿Adónde van? A la tumbra. ¿Es sangre lo que les corre por las venas? No, el v iento de la noche. ¿Qué se les mueve en las cabezas= El gusano. ¿Quién habla por las bocas de estas gentes? El sapo. ¿Quién ve por esos ojos? La serpiente. ¿Quién oye por esos oídos? El abismo entre dos astros. Pasan la tormenta humana por el cedazo en busca de almas, devoran la carne de la razón, llenan las tumbas de pecadores. Los impulsa un frenesí. Invaden todo como escarabajos en ráfagas; reptan, se arrastran, se filtran, oscurecen las lunas y enturbian las aguas claras. La tela de araña los oye, tiembla... y se rompe. Son las gentes de otoño. Cuídate de ellos."





"Supongo que una noche, hace cientos de miles dce años, en una caverna cerca del fuego encendido para la noche, uno de esos hombres velludos despertó y miró a su mujer y a su hijo por encima de los carbones fríos, muertos, desaparecidos para siempre. Tal vez haya llorado. Y esa noche alargó la mano y tocó a la mujer que moriría algún día y a los niños que se irían también. Y a la mañana siguiente los trató un poco mejor porque había visto que ellos,como él, llevaban consigo la semilla de la noche. Sentía esa semilla como un barro en la sangre que golpeaba y lo llevaba hacia el día en que esa semilla se le multiplicaría en la oscuridad. Y ese hombre, el primero, supo lo que nosotros sabemos ahora: que nuestro tiempo es breve y la eternidad es larga. Así nacieron la piedad y la misericordia y aprendimos así a cuidar del otro, para que pudiese recibir el último, el más intrincado y misterioso beneficio del amor.

Y en suma, ¿qué somos? Criaturas que saben, y que saben demasiado. Esto nos deja con una carga que nos obliga de nuevo a una alternativa: reír o llorar. Ningún otro animal río o llora. Nosotros hacemos las doscosas de acuerdo con la estación y la circunstancia. Siento de algún modo que la feria vigila, para saber qué hemos elegido, cómoy por qué, y luego viene a buscarnos cuando cree que estamos maduros."

Ibn Hazm

Os dejo aquí un bonito poema de literatura medieval árabe, esa gran desconocida. Pertenece a Ibn Hazm, un poeta de finales del Califato de Córdoba y comienzo de los Reinos de Taifas. Fue un tipo curioso, muy polemista. Iba de reino en reino haciéndose enemigos: no sólo representaba a una de las escuelas de interpretación coránica menos populares (enemiga, por cierto, de la corriente mayoritaria), sino que además se pasaba el rato criticando a los reyes. Fue un autor prolífico, pero hacia finales de su vida, los libros no salían de su casa: los mandaban quemar al momento. He aquí uno de sus últimos poemas, perteneciente a esta última etapa de su vida:

"Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,
y en mi tumba será enterrado luego"

Como afirmación general hacia el mundo y cómo escribir, creo que está realmente bien.

AVISO

Entre unas y otras cosas surgió la idea de abrir al público este blog, es decir, que también vosotros, los que estéis interesados, colaboréis en él. Si tienes algún relato que quieras publicar, si es un poema, una sugerencia, un artículo, una opinión, etc.; te ofrecemos este blog para publicarlo. Es sencillo, sólo tendríais que enviar lo que sea que queráis publicar a esta cuenta: fenixypunto@live.com; bien puede estar firmado con vuestros nombres o con un pseudónimo. Tras el envío correspondiente revisaríamos el texto y si todo es correcto, lo publicaríamos ipso facto. Muchas gracias por vuestra colaboración.

Firmado por: Almijara B. C.; Andrés B. Mir y Adela S. L.

Mi amada postmoderna

También para el ya conocido concurso de cartas de amor para el que Almijara escribió la suya fabriqué yo esta carta. No es una cosa demasiado bonita, pero tiene su gracia, sobre todo en el contexto del concurso para el concurso:

Mi amada Lucía:

Una vez más he de decir que tu nombre tiene algo melancólico y bello. Lo que lució y no luce, eso es lo que lucía, ¿no es cierto? Sé cuanto odias que te diga este tipo de cosas, que analice tu nombre como si dijese algo más de ti aparte del hecho de que a tus padres les gustó o que lo desglose con tanta retórica. Sé que te molesta, pero aún así, me reitero por segunda y última vez: tu nombre tiene algo melancólico y bello. He de insistir también en que te amo más que a mi vida, en que si mi corazón late es por ti, en que son tus ojos las candelas que me alumbran en este valle de lágrimas y, los clásicos nunca mueren, en que tengo grabado en el fondo de mi alma tu nombre con letras de fuego. Dicho esto, estas frases que aún ahora me parecen ciertas, no me queda sino manifestarte que no voy a seguir molestándote con lo que no tardabas en calificar como mis “cursiladas”.

No, no desesperes ante lo que sería el tópico romántico de todos los tiempos, mi amor, pues no tengo intención de suicidarme. Tras nuestra última conversación, cuando acabaste gritándome que dejase de molestarte con “el pálpito de Dios acariciando mi corazón cada vez que te imagino pronunciar mi nombre” y chorradas (creo que así lo calificaste) por el estilo, he de admitir que llegué a planteármelo. Pensé primero en arrojarme tras escribir unos últimos poemas donde condensase mi desesperación pero, con los poemas ya escritos, me dí cuenta de que aquello no conmovería tu alma: mis poemas no te gustaban y, por ende, no podía calarte. “Eres demasiado anticuado”, me dijiste una vez, “tu poesía parece sacada de hace un par de siglos. Madura y empieza a escribir cosas actuales de una puta vez”. Como bien sabes, tus frases, especialmente de este tipo, que se fueron haciendo más comunes conforme avanzaba nuestra relación, están “grabadas en mi alma con letras de fuego” o quizás en mis desvelos, quien sabe. La cuestión es que ya tenía claro que no te conmovería este tipo de suicidio, que así sería imposible conseguir el fin último de todo buen suicida por amor: escapar al dolor y al mismo tiempo conseguir el amor de la mujer con el corazón de hielo, que o bien se retira a un convento o bien acaba por seguir al poeta a la muerte, dos suicidios de distinta naturaleza.

Sabiendo que ninguna de las opciones era de tu estilo, me decidí por otro tipo de muerte romántica e igualmente trágica. Moriría destrozado, sólo y anónimo, y mi muerte sería una tragedia más en este mundo horrible donde no existe la justicia poética, el alma se ha prostituido para la industria editorial y un largo etcétera. Desgraciadamente, le tengo apego a la vida y aún más a ti, amor mío. Me temo, Lucía, que no me imagino ni viviendo ni muriendo ni suicidándome sin ti. Debía haber otra solución.

Aunque sé cuanto odias la idea del poeta al que le llegan las ideas por inspiración divina, creo que la Musa me susurró al oído el plan correcto. Me suicidaría, Lucía, pero de otra manera. Lo había decidido, Lucía, por ti. Por ti, porque te amo, dejaría de ser un cursi, un romántico y un anticuado. Por ti me haré postmoderno.

Ya habrás ido notando que esta carta comienza a alejarse de mi prosa habitual. Para empezar, no he abusado tanto de los adjetivos ni de las palabras esas que me gustan tanto, suenan tan bien y están escondidas al fondo de los diccionarios. Sí, amor mío, voy a ser un hombre nuevo. Se acabó el lenguaje decimonónico, se acabó, en fin, el uso de palabras como ínclito, mequetrefe o albedrío, que, insisto, adoro encontrarme escritas. Se acabaron para mí los paseos por el cementerio y los parques en otoño mientras pienso en la melancolía y la Belleza, te lo aseguro. Ahora todo lo más me iré a una cafetería a pensar sobre lo absurdo de esta vida con ese cinismo que sólo da una buena taza de café. También se acabó escribir sobre Amor, Belleza, Verdad y lo Sublime, pues empiezo a ser consciente de que las mayúsculas que no son de nombres propios a ti, mi bella postmoderna, se te atragantan. Por ti, Lucía, voy a renunciar incluso a la anástrofe que tantas veces te hizo escupir en mis poemas de amor: ya no serás la dulce Lucía, la amada Lucía, la bella Lucía sin piedad. Porque te amo, Lucía, renovaré mi mensaje, dejaré de ser tan retro (fíjate, Lucía, me estoy acostumbrando a usar palabras de jerga). Para que veas hasta donde llega mi decisión y mi férrea voluntad de renovarme por ti: polla, joder, puta, coño. Empiezo a usarlas, aunque mis vísceras se retuerzan, en mi habla normal, y de aquí a nada me verás escribiendo diálogos donde aparezcan.

Espero que todo esto te convenza de mi propósito de redimirme ante ti, mi amor. Aún me resulta complicado dejar en la cuneta esta retórica que durante tanto tiempo me ha acompañado, pero he cambiado mis lecturas (Becquer está en la basura, Bolaño en mi mesita de noche) y espero que tú estés dispuesta a darme otra oportunidad. Con tu ayuda, Lucía, seré el tipo de poeta (si es que poeta no es también un término cursi) que tú, amor mío, quieres que sea. Se acabaron, mi amor, las cartas de poemas donde te hablaba de cuanto te necesito, de lo importante que eres para mí y de lo bello de un amor que me hacía sentirme en el Cielo. Se acabaron por ti. Por ti, Lucía, por ti, mi amada postmoderna, llena de cinismo, porque te quiero más que a nada.

Amándote, pero sin fe en el amor como concepto abstracto:

Gustavo.

La nieve

Os presento un corto relato escrito en Gottinhem, Alemania. Su clima, aunque bonito, puede resultar un poco deprimente si uno no va cargado de optimismo. No era mi caso, qué duda cabe... La imagen, tan ilustradora ella, es de un asunto raro: una imprevista tormenta de nieve que acabó con un bosque entero en China. Bien, sin más os dejo con La nieve:





LA NIEVE

Hoy nieva. Bajo el cielo cae toda el agua del mundo; lenta, blanca, congelada. Hoy nieva, copo a copo, hasta llenar la tierra y ahogar las aguas. Nieva, en fin, y hay pocas cosas de las que hablar porque la nieve se asegura de ocuparlo todo, de llenarlo todo en su blancura heladora.

Tengo los labios ateridos, como la mente y las ideas; en esas arrugas que deberían surgirme si consigo sonreír y que ahora no ves se está acumulando la escarcha. Aún así, me apetece decir algo. Tengo que hablar o correré el riesgo de dejar que la nieve se pose del todo, el riesgo de que deje de nevar y aún no haya logrado hacer que lo entiendas. Sufro el miedo a que no te importe saber o no saber, pero creo que no tengo otro remedio que intentar hablar antes de que la nieve termine de estrellarse, suavemente, sobre el mundo.

Me dirás: “tengo ateridos oído y corazón, tiritando está mi boca si consigue tomar aire, congeladas mis manos si sostienen el mundo. No te puedo escuchar”. Te diré que no, que no es así o al menos no exactamente. Te diré que está nevando al otro lado del cristal y que si somos lo bastante astutos podremos engañarnos y fingir que la estufa nos protege del frío, que las mantas nos guardan. Así, si te aprietas contra la estufa y te arrebujas, si te engañas lo suficiente, podré contarte secretos sobre la nieve de esos que no salen en los libros.

Podré susurrarle a tus ojos ateridos que la nieve nace por encima del mundo. Nace en frío, en nube, en gris, por encima de todos los pecados y viéndolos reflejados contra sus cirros, sus cúmulos y sus estratos. No nace como la lluvia, gotas iguales entre sí que descienden a toda velocidad, como estrellas fugaces, intentando inútilmente lavar al mundo del polvo, no. En su lugar, nace con suavidad y observando el mundo triste, nace y no se lanza, flota. Cae lenta la nieve, cae todo lo lenta que puede sabiendo que cada segundo es un segundo de estar respirándose distinta, libre del cieno y sus horrores. Contra su voluntad, cae igualmente.

La nieve, continuaré recitando bajo tus labios ateridos, se esfuerza en taparlo todo, en quedar donde se posa para siempre. Teje una superficie imperturbable ahogando la tierra, ahogando las aguas heladas y hasta ahogando las ganas de vivir para siempre. No es que la nieve odie lo que cubre, no es que intente matarlo, no del todo. Pero si lograse enterrarlo para siempre, estaría contenta.

Basta preguntarle y la nieve que cae y ha caído se permite repetir su cantinela, sus razones, ¿le escuchas? “No hay amor bajo el cielo, no hay sentido bajo el cielo, no hay nada en faz de la tierra que aún se merezca existir”, canturrean los copos que descienden. “¿Para qué tanto dolor, tanto correr, tanto hilarse para enredarse hasta la muerte?”, continúan, “¿Para qué tanto correr por encima del polvo, sobre el polvo, con el polvo? ¿Para qué, para qué pudiendo estar todo sereno bajo un solo abrazo de blanco?” Los copos se posan e insisten: “no hay amor, no hay amor, no hay ni piedad ni amor”, cada uno en su voz propia. “No hay amor en la flor que se abre, en el niño que nace o en la espiga que contra toda gravedad se obstina en alzarse”. Y viendo que no hay amor, mata a la flor en su semilla, corta la espiga, deja que el niño se pudra de blanco hasta que deje de llorar. No, la nieve no odia, simplemente está segura de que habría más paz bajo su abrazo infinito, su manto inapelable.

Pero hay algo más que quizás deba aprovechar para decirte sobre la nieve, algo blanco. Un secreto frío e inadecuado, algo aún más triste que esa falta de piedad hacia un mundo sin amor que se empecina en buscarlo. No sé si debo hablar. Ya no hay parte de ti que no tirite, que no tiemble helada. Los ojos te brillan al borde de la muerte y mucho me temo que recuerdan a ese hielo que a veces se forma en los charcos. Ya ni la estufa te engaña ni tampoco mis verdades y supongo, temo, que no hay marcha atrás como no hay amor. Te diré, en fin, la verdad que ya sabes gracias a la nieve que cae y cae y por piedad se posa sin piedad sobre las cosas del mundo.

Nieva, cae la nieve, los copos pasan, pisan, pesan sobre la tierra. Pero hay más, y es peor y es decir que en todas partes nieva. No hay ventana ni estufa ni abrigo que te proteja, no hay reducto donde esconderse de los copos inasibles. Tampoco se esquiva su abrazo a este lado del cristal. Nieva sobre los pecados, sobre las almas y las cabezas coronadas de flores. La nieve insiste en golpear al corazón de los hombres, a su aliento, a su voz, a sus ojos vidriosos. Cae copo tras copo, invisibles. Golpean como un ariete en el pecho, uno a uno, cayendo dolorosos y leves hasta derribar el último muro; golpean hasta colarse por todo resquicio, por toda grieta, hasta rendir cualquier calidez.

Nieva así sobre los hombres nacidos para la muerte sin que a nadie le importe. La nieve cae y cae cantando que no hay amor bajo su blancura, que no hay piedad en el pecho de los vivos, que nadie a nadie nada le debe o nada le quiere deber. Es así como la nieve se posa queda, aplastando la sangre en las venas, cubriendo el dolor y las plegarias y cubriendo incluso las ganas de seguir viviendo y haciendo que tú te dejes morir helado en esa nieve que cae y cae al otro lado del cristal.


Por Andrés B. Mir

Stabat mater

Bueno, tras el rap colocado por Almijara, limpiaré en parte el blog de tanta maldad moderna con algo de música de aire clasicón e inspiración sacra. Se trata del Stabat mater, una pieza de Pergolesi que personalmente me encanta:

Miserere - Michael Nyman

Aquí os dejo con una canción preciosa de Michael Nyman: Miserere. Es parte de la banda sonora de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, una magnífica película de Peter Greenaway. Lenta y melancólica, parece ser que el autor se inspiró en música coral medieval (miserere mei es una construcción típica de oración cristiana, para qué engañarnos) restándole artificios con su peculiar estilo.

El perseguidor

EL PERSEGUIDOR, por Andrés B. Mir

Ya es la hora. Suena la música correcta y, quizás, las estrellas están alineadas. ¡Ya es la hora! Trepa por tu espalda con pisadas de violín, te araña la columna y sus heridas cantan que no hay dolor, que no hay dolor, que todo tu dolor era mentira, todo tú era mentira. Todo va al compás del monstruo que escala y la luz se estrella y se rompe en pedazos contra el techo de las hojas. Ellas están allá, verdes, y se estrechan y reviven y le besan y le violan y hacen que la luz manche el suelo fragmentada. Y tú eres tan feliz que querrías gritarles que sigan así, brillando una en otra para siempre, para siempre.

Los pájaros levantan el vuelo a tus pasos y en sus alas, estás seguro, es donde está lo que persigues: el secreto del que el monstruo no es más que un presagio. ¡Allí! Por tu piel se deslizan las arañas a millares, hijas de la bestia, que ya se ha asentado en tu nuca y amenaza dando a luz infinitos estremecimientos.

Pero tu corres, al menos mientras aún sabes por los gritos de ese monstruo perfecto que estás cerca, que estás cerca, que estás a punto de rozarlo, que alcanzarás el secreto con tan sólo apretar el paso. Camina, por Dios, camina, que sientes sin pizca de duda que esta, como tantas otras, puede ser la última vez que estés tan cerca Corre bajo las hojas y las alas y deja que los pájaros canten que no hay dolor, que no hay fealdad, que todo tú era mentira.

Tú finge que no te importa, pues no debe deber importarte, sólo debes andar y soportar el éxtasis de los insectos, la sensación aviesa de que hasta estos segundos de pasos nunca has sido, de que nunca has sido tan puro. La bestia insiste, pariendo su alud incesante. Redobla sus arañazos y hace que todo cante que todo tú era mentira, que sólo este ahora vale algo, y lo canta en luz y en verde y en ala y en violines. Lo grita porque estás más cerca y tú lo sabes y al mismo tiempo te estas perdiendo en el gozo de sus berridos y estás apretando el paso y ni tú mismo sabes cómo logras hacer ambas cosas a la vez, pero lo haces.

Ya casi corres, casi corres arrastrado y tus ojos brillan, poseído bajo el canto de la bestia. Sabes que deberías llorar y que quieres llorar porque todo canta con demasiada belleza, y te dices “hazlo si tienes que hacerlo pero no dejes de andar”, así que lo haces y permites que las lágrimas se te vayan escapando y ya casi no sientes tus pasos, dirías que no tocas el suelo sostenido entre el canto, la lágrima y el gozo más absoluto.

Sin sentir el pavimento corres, corres porque es lo único que vale la pena bajo el sol, porque el secreto, lo intuyes, es de una belleza que oscurece todo, es una belleza que embriaga todo y rompe todo y es toda belleza cantada alguna vez por grillos. Corres, corre, corre y ya hasta tus pasos cantan que no hay dolor, que no hay dolor, que todo pasa y este secreto subyace y que estás tan cerca que jamás lo alcanzarás para gozar para siempre.

Pero tu ya corres por correr y eres tan feliz que sólo eres feliz y ya eres todo escalofrío. Alzas la cabeza hacia la luz y ella insiste en repetir el canto y tu quieres sonreír porque estás llorando. Sabes que pasará y que acabarás por morir, que no habrás visto el secreto, y aún así corres y lloras y no importa, y no importa, y todo dolor es puro, todo éxtasis es puro y todo es puro y sostenido. Quieres gritarle al mundo que vea lo que pasa o al menos sonreír a ese secreto que juega contigo, pero no puedes y tus labios se entreabren y no escapa nada más que un aliento, quizás oración a una belleza inapelable que sabes que casi habrás alcanzando.

Y el escalofrío es tan intenso y el monstruo grita ya con tanta fuerza que el gozo y la luz amenazan con ahogarte. Vas a morir, vas a asfixiarte en el éxtasis para el que estás hecho y nadie sabrá nunca como moriste si eras joven y paseabas por una calle en otoño y no había nadie, nadie, ni una viejita dando de comer a las palomas bajo el dosel de las hojas. Pero te verán con la sonrisa en la muerte y quizás intuyan que no hay dolor, que no hay muerte ni placer ni eternidades, que sólo hay algunos fragmentos perfectos de Belleza.

Y el Invierno Vuelve



A veces parece que el invierno llega a nuestra vida, da igual que esté volviendo la primavera y da igual que haya 40 grados a la sombra.
Hace ya tiempo escuché precisamente en el viento de un “invierno” muy frio, que me sacudía de un lado a otro, una historia que me hizo transportarme al lugar de donde nacen las cosas.

¡Ese lugar era tan mágico!, siempre me lo imaginé así, pues como podía ser un lugar que lo crea todo, que crea lo bello y lo grotesco, lo perpetuo y lo efímero, lo que nos da la vida y lo que nos duele. Ese lugar era la fuente de todo ser, hacía fuerte todo lo que parecía frágil y derrumbaba fortalezas y castillos con una facilidad estremecedora. El viento que me zarandeaba, la pesadilla en la que me veía envuelta se convirtió en una sensación extraña, ¡como de vida!, tengo que reconocer que me quemaba por dentro.

Yo aún era más delgada que ahora, el viento era frío y casi me tumbaba, avanzaba a una velocidad de medio paso por hora, pero, en ese medio paso podía ver las imágenes contenidas de los ancianos al morir, la sorpresa exaltada de los niños al aprender que si es cierto que se puede volar.

Eso nunca mas lo he vuelto a soñar, me acostaba cada noche queriendo volver al sueño de ese “invierno que parecía triste”, ¡le pedía que regresara!, pero solo podía soñar con veranos simplones que habían perdido para mí todo el atractivo.

-“¡vuelve!, vuelve, vueeeelve…”

Lo pedía exultando, con sinceridad e impaciencia. Pero nada, parecía que no podía ser.

Con el tiempo aprendí que los sueños no hay que esperarlos, ni desearlos, ni siquiera se pueden construir, sino que se presentaban ellos solos y había que cazarlos, y vivirlos, sino nos pueden decepcionar; los sueños más hermosos son los que se viven sin más, esos son los que nos dan la belleza y la paz.

Todavía tengo que aprender mucho del viento, que me hizo escuchar y que casi me derrumbaba, del invierno, incluso del verano, que no deseo. Tengo que aprender a volver a vivir en el más puro lugar de donde nace el Amor. Una vez volví, hace no mucho y todo seguía tan hermoso como siempre. Ahora vivo la realidad con todo eso guardado en mi corazón.

Reconozco que en mis sueños solo he ido acompañada a ese lugar; quizá volveré cuando pueda ir acompañada de alguien a quien no amo y pueda hacerle disfrutar. Mientras solo queda esperar.

Adela Sánchez

Cuando no hay alegría; de Ortega y Gasset

CUANDO NO HAY ALEGRÍA

Cuando no hay alegría, el alma se retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil. De cuando en cuando da un aullido lastimero o enseña los dientes a las cosas que pasan. Y todas las cosas nos parece que hacen camino rendidas bajo el fardo de su destino y que ninguna tiene vigor bastante para danzar con él sobre los hombros. La vida nos ofrece un panorama de universal esclavitud. Ni el árbol trémulo, ni la sierra que incorpora vacilante su pesadumbre, ni el viejo monumento que perpetúa en vano su exigencia de ser admirado, ni el hombre que, ande por donde ande, lleva siempre el semblante de estar subiendo una cuesta —nada, nadie manifiesta mayor vitalidad que la estrictamente necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación.

Y, además, cuando no hay alegría, creemos hacer un atroz descubrimiento. Muy especialmente si la falta de alegría proviene de un dolor físico percibimos con extraña evidencia la línea negra que limita cada ser y lo encierra dentro de sí, sin ventanas hacia fuera, como Leibniz decía, pero sin el infinito que este hombre contento metía dentro de cada uno. Este es el descubrimiento que hacemos por medio del dolor como por medio de un microscopio: la soledad de cada cosa.

Y como la gracia y la alegría y el lujo de las cosas consisten en los reflejos innumerables que las unas lanzan sobre las otras y de ellas reciben —la sardana que bailan cogidas todas de la mano—, la sospecha de su soledad radical parece rebajar el pulso del mundo. Se apagan las reverberaciones que refulgían en sus flancos; nada suena ni resuena; las gargantas son mudas, los oídos sordos y el aire intermedio, como paralítico, es incapaz de vibrar. Lo demás es fantasmagoría, fiesta irreal de luz prendida un instante sobre las largas nubes vespertinas —pensamos. Y ya es casi un goce de nuestra falta de alegría perseguir con la mirada la espalda curva, rendida, de cada cosa que sigue su trayectoria solitaria. Y presentimos que hay dondequiera oculto un nervio que alguien se entretiene en punzar rítmicamente. En la estrella, en la ola marina, en el corazón del hombre, da su latido a compás el dolor inagotable.

Por José Ortega y Gasset