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Virginia Woolf; La casa encantada

La casa encantada

A cualquier hora que te despertaras siempre había una puerta cerrándose. Iban de habitación en habitación, cogidos de la mano, levantando aquí, abriendo allí, cerciorándose: una pareja de fantasmas.

“Lo dejamos aquí”, decía ella. Y él añadía: “¡Sí, pero también aquí!”. “Está arriba”, murmuraba ella. “Y en el jardín”, susurraba él. “No hagamos ruido”, decían, “o los despertaremos”.

Pero no nos despertabais. Nada de eso. “Lo están buscando; están abriendo la cortina”, podíamos decir, y seguir leyendo un par de páginas más. “Lo han encontrado”, podíamos asegurar, deteniendo el lápiz en el margen de la página. Y luego, cansados de leer, nos levantaríamos y lo comprobaríamos; la casa vacía, las puertas abiertas, sólo las palomas torcaces con su alegre arrullo y el zumbido de la trilladora allá en la granja. “¿Por qué he venido aquí? ¿Qué esperaba encontrar?” Mis manos estaban vacías. “¿Estará arriba, tal vez?” Las manzanas estaban en el desván. Y otra vez abajo, el jardín más tranquilo que nunca, tan sólo el libro caído sobre la hierba.

Lo encontraron en la sala de estar. No es que llegaras a verlos. Las ventanas reflejaban manzanas, reflejaban rosas; todas las hojas eran verdes sobre el cristal. Si se movían por la sala de estar, la manzana se limitaba a mostrar su lado amarillo. Pero, al instante, si la puerta se abría, se esparcía por el suelo, colgaba de las paredes, pendía del techo… ¿qué? Mis manos estaban vacías. La sombra de un zorzal cruzó la alfombra; desde los más profundos abismos del silencio llegó el arrullo de la paloma torcaz. “A salvo, a salvo, a salvo”, latía suavemente el pulso de la casa. “El tesoro enterrado; la habitación…” El puso se detuvo bruscamente. ¿Sería eso el tesoro enterrado?

Un momento después la luz se había desvanecido. ¿Fuera, en el jardín quizá? Pero los árboles tejían la oscuridad para un rayo de sol errante. Tan hermoso, tan extraño, serenamente hundido bajo la superficie, el rayo que yo buscaba ardía siempre tras el cristal. El cristal era la muerte; la muerte andaba entre nosotros; se acercó primero a la mujer, hace cientos de años, abandonó la casa, selló todas las ventanas; las habitaciones quedaron a oscuras. Él dejó la casa, la dejó a ella, fue al norte, fue al este, vio aparecer las estrellas en el cielo del sur; buscó la casa, la encontró derruida bajo las Downs. “A salvo, a salvo, a salvo”, latía alegremente el pulso de la casa, “El tesoro es vuestro”.

El viento ruge en la avenida. Los árboles se cimbrean a uno y otro lado. Rayos de luna se derraman y chapotean frenéticamente en la lluvia. La vela arde erguida y serena. Deambulando por la casa, abriendo ventanas, susurrando para no despertarnos, la pareja de fantasmas busca su alegría.

“Aquí dormíamos”, dice ella. Y él añade, “Cuántos besos”. “Despertar por la mañana…” “Plata entre los árboles…” “Arriba…” “En el jardín…” “Cuando llegaba el verano…” “En invierno, la nieve…” Las puertas van cerrándose en la distancia, batiendo suavemente como el latido de un corazón.

Se acercan; se detienen en el pasillo. El viento sopla, la lluvia tiñe de plata el cristal. Nuestros ojos se oscurecen; no oímos pasos a nuestras espaldas; no vemos a ninguna dama extender su mano espectral. Él protege el farolillo con las manos. “Mira”, susurra. “Profundamente dormidos. El amor en sus labios.”

Se inclinan, sostienen la lámpara de plata justo encima de nuestras cabezas, nos observan larga e intensamente. Se demoran. Entra una ráfaga de viento; la llama tiembla ligeramente. Enfurecidos rayos de luna surcan el suelo y las paredes y, al encontrarse, tiñen los rostros que examinan a los que duermen y buscan su alegría oculta.

“A salvo, a salvo, a salvo”, late con orgullo el corazón de la casa. “Tantos años…”, suspira él. “Has vuelto a encontrarme.” “Aquí”, murmura ella, “durmiendo; leyendo en el jardín; riendo, apilando las manzanas en el desván. Aquí dejamos nuestro tesoro…”. Se inclinan; la luz me abre los párpados. “¡A salvo! ¡a salvo! ¡a salvo!”, late enloquecido el pulso de la casa. Me despierto, grito. “Ah, ¿es éste vuestro tesoro enterrado? La luz en el corazón.”

Thomas Mann; La muerte en Venecia




"Sobre la cabaeza, generalmente inclinada en un gesto doliente, parecían haber pasado grandes tormentas. Sin embargo, era sólo el arte lo que había retocado su fisonomía, como sólo suele hacerlo una vida llena de emociones y aventuras. Debajo de aquella frente se habían forjado las frases chispeantes de la conversación entre Voltaire y Federico acerca de la guerra. Aquellos ojos, que miraban cansados tras los cristales de los lentes, habían visto el sangriento horror de los lazaretos de la guerra de los Siete Años. El arte significa, para quien lo vive, una vida enaltecida; sus dichas son más hondas y desgastan más rápidamente; graba en el rostro de sus servidores las señales de aventuras imaginarias, y el artista, aunque viva exteriormente en un retiro caustral, se siente al fin y al cabo poseído de un refinamienot, un cansancio y una curiosidad de los nervios, más intensos que los que puede engendrar una vida llena de pasiones y goces violentos."


"Aquella sonrisa fue recibida como un obsequio fatal. Aschenbach se conmovió tan profundamente que se vio obligado a huir de la luz de la terraza, del jardín, y buscar apresuradamente el refugio de la oscuridad de la parte posterior del parque. Allí fue donde se le escaparon amonestaciones, singularmente indignadas y tiernas al mismo tiempo: "¡No debes sonreír así! ¡No se debe sonreír así a nadie!" Se arrojó en un banco y fuera de sí aspiró el aroma nocturno de las plantas. Con la cabeza echada hacia atrás, los brazos colgantes, abrumado y sintiendo escalofríos, murmuró la fórmula perenne del deseo, imposible, absurdo, maldito, ridículo en este caso, y, sin embargo, respetable y sagrado aún en este caso; "¡Yo te amo!"

Sound of Silence

Cesaria Évora

Para completar con algo de cultura musical, he aquí un par de canciones de esta señora. Tiene un aire a abuela, pero, oh, por la gloria del Altísimo... Que voz.

Sodade:



Y esta, cantada junto a una tal Kayah (mis sospechas son que se trata de una cantante de Europa del este, pero no me ha interesado lo suficiente, le verdad), responde al nombre de Enbarcaçao

Ángel Olgoso; El mundo en el año uno antes de la nada

Un relato de un escritor no muy conocido, granadino y, desde mi punto de vista, bastante bueno. Es cortito, pero sin duda el relato que más me gustó de su libro "Los demonios del lugar". Espero que lo disfrutéis:

EL MUNDO EN EL AÑO UNO ANTES DE LA NADA

A menudo el camino hacia los cataclismos más pavorosos corre a través de menguados bancales: en algunos de nuestros urinarios públicos se encuentran, a veces, trozos de pan depositados allí intencionadamente por urófagos que luego recuperan de noche para comérselos con voluptuosidad. Bajo la puerta despintada de un servicio de la plaza Dorantes, albergado en las formas de un reseco, humilde, casi imperceptible trozo de pan, se halla el último de los Mitos del Centro, el último de los mágicos objetos del Orden, de los cifradores de energía espiritual, de los puntos de apoyo sobre los que descansa el Cosmos en perfecta armonía, el insospechado sucesor del roble de Merlín, del qutb, de la viga de oro, de la montaña mística de Qaf, de la lira de Apolo, del árbol de los gasitas, del Zahir, de los cuernos del toro Uznul. Sin sus arcanos, sin sus múltiples ónfalos, el Universo no sería más que un puñado de polvo en una violenta tempestad, un vórtice carente de leyes espacio-temporales, campos magnéticos y fuerzas gravitatorias. Ahora, por un motivo desconocido –quizá arbitrario-, el eje de todo reside en ese trozo de pan blanco hasta que es pisado inadvertidamente por alguien. Y el sonido de su extinción no resuena como el horrible estallido de un erizo al aplastarlo con el tacón, sino más bien como el manso silencio de esas flores que mueren cuando se las ilumina, como el silencio dilatado que antecede a un estruendo y quedan calladas las bestias, las brisas, las mareas, las estrellas.

Miguel de Unamuno

Por curiosidad, por gusto, os dejo aquí algunos de los poemas de nuestro bienamado Unamuno. Para que no se diga que, entre latinajos e hispanoamericanos, nos olvidamos del producto patrio salvo en lo que a Miguel D'Ors y José Corredor Matheos se refiere...

EL CUERPO CANTA

El cuerpo canta;
la sangre aúlla;
la tierra charla;
la mar murmura;
el cielo calla
y el hombre escucha.


A MI BUITRE

Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.

El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría

mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.


LEER, LEER, LEER, VIVIR LA VIDA

Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

María Luisa Bombal; Lo secreto

Sé muchas cosas que nadie sabe.

Conozco del mar, de la tierra y del cielo infinidad de secretos pequeños y mágicos.

Esta vez, sin embargo, no contaré sino del mar.

Aguas abajo, más debajo de la honda y densa zona de tinieblas, el océano vuelve a iluminarse. Una luz dorada brota de gigantescas esponjas, refulgentes y amarillas como soles.

Toda clase de plantas y de seres helados viven allí sumidos en esa luz de estío glacial, eterno…

Actinias verdes y rojas se aprietan en anchos prados a los que se entrelazan las transparentes medusas que no rompieran aún sus amarras para emprender por los mares su destino errabundo.

Duros corales blancos se enmarañan en matorrales estáticos por donde se escurren peces de un terciopelo sombrío que se abren y cierran blandamente, como flores.

Veo hipocampos. Es decir, diminutos corceles de mar, cuyas crines de algas se esparcen en lenta aureola alrededor de ellos cuando galopan silenciosos.

Y sé que si se llegaran a levantar ciertas caracolas grises de forma anodina puede encontrarse debajo a una sirenita llorando.

Y ahora recuerdo, recuerdo cuando de niños, saltando de roca en roca, refrenábamos nuestro impulso al borde imprevisto de un estrecho desfiladero. Desfiladero dentro del cual las olas al retirarse dejaran atrás un largo manto real hecho de espuma, de una espuma irisada, recalcitrante en morir y que susurraba, susurraba... algo así como un mensaje.

¿Entendieron ustedes entonces el sentido de aquel mensaje?

No lo sé.

Por mi parte debo confesar que lo entendí.

Entendí que era el secreto de su noble origen que aquella clase de moribundas espumas trataban de suspirarnos al oído...

-Lejos, lejos y profundo -nos confiaban- existe un volcán submarino en constante erupción. Noche y día su cráter hierve incansable y soplando espesas burbujas de lava plateada hacia la superficie de las aguas...

Pero el principal objetivo de estas breves líneas es contarles de un extraño, ignorado suceso, acaecido igualmente allá en lo bajo.

Es la historia de un barco pirata que siglos atrás rodara absorbido por la escalera de un remolino, y que siguiera viajando mar abajo entre ignotas corrientes y arrecifes sumergidos.

Furiosos pulpos abrazábanse mansamente a sus mástiles, como para guiarlo, mientras las esquivas estrellas de mar anidaban palpitantes y confiadas en sus bodegas.

Volviendo al fin de su largo desmayo, el Capitán Pirata, de un solo rugido, despertó a su gente. Ordenó levar ancla.

Y en tanto, saliendo de su estupor, todos corrieron afanados, el Capitán en su torre, no bien paseara una segunda mirada sobre el paisaje, empezó a maldecir.

El barco había encallado en las arenas de una playa interminable, que un tranquilo claro de luna, color verde-umbrío, bañaba por parejo.

Sin embargo había aún peor: por doquiera revolviese el largavista alrededor del buque no encontraba mar.
-Condenado Mar -vociferó-. Malditas mareas que maneja el mismo Diablo. Mal rayo las parta. Dejarnos tirados costa adentro... para volver a recogernos quién sabe a qué siniestra malvenida hora...

Airado, volcó frente y televista hacia arriba, buscando cielo, estrellas y el cuartel de servicio en que velara esa luna de nefando resplandor.

.Pero no encontró cielo, ni estrellas, ni visible cuartel.

Por Satanás. Si aquello arriba parecía algo ciego, sordo y mudo... Si era exactamente el reflejo invertido de aquel demoníaco, arenoso desierto en que habían encallado.

Y ahora, para colmo, esta última extravagancia. Inmóviles, silenciosas, las frondosas velas negras, orgullo de su barco, henchidas allá en los mástiles cuan ancho eran... y eso que no corría el menor soplo de viento.

-A tierra. A tierra la gente -se le oye tronar por el barco entero-. Cargar puñales, salvavidas. Y a reconocer la costa.

La plancha prestamente echada, una tripulación medio sonámbula desembarca dócilmente; su Capitán último en fila, arma de fuego en mano.

La arena que hollaran, hundiendose casi al tobillo, era fina, sedosa, y muy fría.

Dos bandos. Uno marcha al Este. El otro, al Oeste. Ambos en busca del Mar. Ha ordenado el Capitán. Pero...

-Alto -vocifera deteniendo el trote desparramado de su gente-. El Chico acá de guardarrelevo. Y los otros proseguir. Adelante.

Y El Chico, un muchachito hijo de honestos pescadores, que frenético de aventuras y fechorías se había escapado para embarcarse en "El Terrible" (que era el nombre del barco pirata, así como el nombre de su capitán ), acatando órdenes, vuelve sobre sus pasos, la frente baja y como observando y contando cada uno de ellos.

.-Vaya el lerdo... el patizambo... el tortuga -reta el Pirata una vez al muchacho frente a él; tan pequeño a pesar de sus quince años, que apenas si llega a las hebillas de oro macizo de su cinturón salpicado de sangre.

"Niños a bordo" -piensa de pronto, acometido por un desagradable, indefinible malestar.

-Mi Capitán -dice en aquel momento El Chico, la voz muy queda-, ¿no se ha fijado usted que en esta arena los pies no dejan huella?

-¿Ni que las velas de mi barco echan sombra? -replica éste, seco y brutal.

Luego su cólera parece apaciguarse de a poco ante la mirada ingenua, interrogante con que El Chico se obstina en buscar la suya.

-Vamos, hijo -masculla, apoyando su ruda mano sobre el hombro del muchacho-. El mar no ha de tardar...

-Sí, señor -murmura el niño, como quien dice: Gracias.

Gracias. La palabra prohibida. Antes quemarse los labios. Ley de Pirata.

"¿Dije Gracias?" -se pregunta El Chico, sobresaltado.

"¡Lo llamé: hijo!" -piensa estupefacto el Capitán.

-Mi Capitán -habla de nuevo El Chico-, en el momento del naufragio...- aquí el Pirata parpadea y se endereza brusco-...del accidente, quise decir, yo me hallaba en las bodegas. Cuando me recobro, ¿qué cree usted? Me las encuentro repletas de los bichos más asquerosos que he visto...

-¿Qué clase de bichos?

-Bueno, de estrellas de mar... pero vivas. Dan un asco. Si laten como vísceras de humano recién destripado... Y se movían de un lado para otro buscándose, amontonándose y hasta tratando de atracárseme...

-Ja. Y tú asustado, ¿eh?

-Yo, más rápido que anguila, me lancé a abrir puertas, escotillas y todo; y a patadas y escobazos empecé a barrerlas fuera. ¡Cómo corrían torcido escurriéndose por la arena! Sin embargo, mi Capitán, tengo que decirle algo... y es que noté... que ellas sí dejaban huellas...

El Terrible no contesta.

Y lado a lado ambos permanecen erguidos bajo esa mortecina verde luz que no sabe titilar, ante un silencio tan sin eco, tan completo, que de repente empiezan a oír.

A oír y sentir dentro de ellos mismos el surgir y ascender de una marea desconocida. La marea de un sentimiento del que no atinan a encontrar el nombre. Un sentimiento cien veces más destructivo que la ira, el odio o el pavor. Un sentimiento ordenado, nocturno, roedor. Y el corazón a él entregado, paciente y resignado.

-Tristeza -murmura al fin El Chico, sin saberlo. Palabra soplada a su oído.

Y entonces, enérgico, tratando de sacudirse aquella pesadilla, el Capitán vuelve a aferrarse del grito y del mal humor.

-Chico, basta. Y hablemos claro, Tú, con nosotros, aprendiste a asaltar, apuñalar, robar e incendiar... sin embargo, nunca te oí blasfemar.- Pausa breve; luego bajando la voz, el Pirata pregunta con sencillez. -Chico, dime, tú has de saber... ¿En dónde crees tú que estamos?

-Ahí donde usted piensa, mi Capitán -contesta respetuosamente el muchacho...

-Pues a mil millones de pies bajo el mar, caray -estalla el viejo Pirata en una de esas sus famosas, estrepitosas carcajadas, que corta súbito, casi de raíz.

Porque aquello que quiso ser carcajada resonó tremendo gemido, clamor de aflicción de alguien que, dentro de su propio pecho, estuviera usurpando su risa y su sentir; de alguien desesperado y ardiendo en deseo de algo que sabe irremisiblemente perdido.

Julio Cortázar

Instrucciones para llorar

Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.



Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.



Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

Oscar Wilde; de Lucy Knisley

He aquí una preciosa animación de marionetitas. A mi personalmente me encantó, aún si a veces es difícil leer las letras. Espero que la disfrutéis:

Los doctores

LOS DOCTORES

Aquella noche era claro el cielo y era blanca la luz que iluminaba sus frialdades. Aquella noche era clara la luna y en aquella consulta confesó su cansancio. Se quejó aquella noche de un millar de extrañezas mientras luna y cielo abrazaban el mundo. Se quejó de la pierna, del pecho desnudo, se quejó de la yema de unos dedos cansados. Se quejó de estar viendo la ceniza o la bruma, se quejó, sin decirlo, de sus ojos ahogados. Debieron de verle con la media sonrisa, con la superioridad de saberse mayores. Le escucharon quizás a la luz hecha trizas, aguantaron pacientes todos sus temores. Le dijeron entonces tantas cosas sensatas, tanto que se sabe sobre cómo es el mundo. No había cura, dijeron, del dolor, y no la había; y la muerte, más o menos, bailaría sobre su tumba. Preguntó y le dijeron que no se curaba el odio, que de amor, de amor, tosían hasta las agujas. Le dijeron que era tarde, muy tarde ya para ella, para curar el cansancio de haber buscado algo nuevo. Le dijeron, sin más, que no podían hacer nada, que ella ya estaba viva y era viva sin remedio. No había cura, dijeron, para el labio que tiembla, como no la hay tampoco para aquel que se calla. No había nada, dijeron, para quemaduras de caricias porque en el fondo, en el fondo, la piel no quiere olvidarse. Sus heridas, con ellas, ya nada podían hacerle: se había alejado más allá de su ciencia. Tomaron sus manos y anunciaron con fuerza la irremediable gangrena de haberse guardado el llanto. Le dijeron: “no hay más”, y nada más había, porque el mundo, dijeron, funcionaba a este modo. Se pudría de vida a cada paso que daba, se pudría de vida girando y girando. Se pudría girando de amor y de odio, se pudría con sus cánceres de puntos de vista. Y este mundo, dijeron, es todo lo que te queda porque estás, insistieron, sin remisión ya viva. Ella les escuchó y no supo si llorar porque sabía muy bien que estaban en lo cierto. Se extendía en su pecho el tumor del latido, el tumor de tener que sentir a otros tantos. Le picaba la piel con alergias al tiempo y tan triste, tan triste, se llenaba de espanto. Escuchó todo aquello que quisieron decirle y por no quedar tonta, se calló algo guardado. Se quedó sin saber porque todo se emperra, por qué nace el niño y se muere la ola. Se quedó sin saber, en aquella consulta, porque contra lo cierto aún vuela la paloma.

Luís Rosales

Hoy ya no pensaba actualizar más, como no pensaba dar nada ni aportar nada al mundo salvo unos cuantos ronquidos. Pero, ay, los caminos de Internet son inexcrutables y me he topado con algo de interés: a Luís Rosales. Sabía que había sido falangista, amigo de Lorca (tanto como para protegerle en su propia casa al estallar la Guerra Civil) y un buen poeta. Pero por Santa Wikipedia Bendita que sus poemas me han gustado más de lo que esperaba. Os dejo algunos (no necesariamente los mejores, esos son largos en exceso) para vuestro disfrute, deleite y desarrollo espiritual.

LARGA ES LA AUSENCIA

Tu soledad, Abril, todo lo llena.
Colma de luz la espuma y la corriente.
Aurora niña con su sol reciente.
Toro en golpe de mar como mi pena.

La soledad del corazón resuena
desierto ya como un reloj viviente,
como un reloj que late porque siente
la marcha de tu pie sobre la arena.

Y así vas caminando sangre adentro,
sangre hacia arriba, hacia el primer encuentro,
sangre hacia ayer en la memoria mía;

¡ay, corazón, donde me pisas tanto!,
¡qué soledad sin ti, cierva de llanto!
qué soledad de luz buscando el día.



AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.



CANCIÓN DE LA NIEVE QUE UNIFICA AL MUNDO

Somos hombres, Señor, y lo viviente
ya no puede servirnos de semilla;
entre un mar y otro mar no existe orilla;
la misma voz con que te canto miente.

La culpa es culpa y oscurece el bien;
sólo queda la nieve blanca y fría,
y andar, andar, andar hasta que un día
lleguemos, sin saberlo, hasta Belén.

La nieve borra los caminos; ella
nos llevará hacia Ti que nunca duermes;
su luz alumbrará los pies inermes,
su resplandor nos servirá de estrella.

Llegaremos de noche, y el helor
de nuestra propia sangre Te daremos.
Éste es nuestro regalo: no tenemos
más que dolor, dolor, dolor, dolor.

Dios, según Descartes, no existe

Bueno, hoy en mi almuerzo mi hermano y yo hemos tenido una divertida discusión filosófica. Ha hecho que le saque de quicio y se vaya por los cerros de Úbeda (por qué no sabré los nombres técnicos de las falacias, con lo que humilla...) pero a mí personalmente me ha resultado entretenida. Y es que, mis amigables lectores, la lógica es una cosa entretenidísima...

Básicamente, nuestro debate se ha centrado en el simpático Descartes y su demostración de que Dios existe porque tengo la idea de Dios y tengo la idea de Dios porque Dios existe. Mi hermano no aceptaba ese argumento básico, así que le he propuesto otro para joder. Y como me gusta compartir, fardar y ver si me he equivocado (o mejor, demostrar que NO me he equivocado) aquí os lo pongo. Y con su equivalencia en premisas lógicas, para que veáis lo majo que soy.

Premisas de Descartes:

1. Toda res cogitans (ser humano; a) tiene la idea de perfección (b): a -> b

2. Si se tiene la idea de perfección, Dios existe (c): (a ^ b) -> c

3. Además, es imposible que haya una res cogitans tal que no tenga en sí la idea de perfección: (a ^ ¬b) -> (x =/= x)

Son unas premisas que simplifican mucho la idea, pero para lo que intentamos pueden servirnos. En la última, he representado la imposibilidad como un "entonces hay algo tal que es distinto de sí mismo". Dado que no existe nada que no sea igual a sí mismo (el que toda cosa es igual a si misma es una tautología básica), extraer esa premisa haría todas las demás inválidas.

Ahora veamos como funcionaría el argumento de nuestro amigo René en estas premisas y razonamiento:

4. Existe la res cogitans (ser humano): a

5. Dado que existe la res cogitans, esta tiene la idea de perfección: b (por Modus Ponens con 1, 4)

6. Existe la res cogitans y esta tiene la idea de perfección: a ^ b (por Introducción de la Conjunción en 4, 5)

7. Por ende, existe Dios: c (por Modus Ponens en 2, 6)

Pero, ay de nosotros... He aquí el argumento de Andrés, el ácrata (bonita palabra, ¿verdad? La acabo de ver en el diccionario) para joder al simpático Descartes:

8. Todas las culturas en tanto que formadas por seres humanos, son res cogitans. Hay culturas tales que no tienen la idea de perfección; por ende, hay seres humanos que, siendo res cogitans, no tienen idea de perfección: (a ^ ¬b)

9. Si hay res cogitans que no tiene la idea de perfección, hay algo que no es igual a sí mismo. Pero eso... es algo imposible, una contradicción, un absurdo y... ¡Oh, Dios mío! ¡SOY EL PAPA!

Y es que cuando tenemos algo imposible [(x =/= x) ^ (x = x)] (y tened en cuenta que tener (x = x), como tautología, se tiene siempre), podemos demostrar cualquier cosa. Uno de nuestros juegos favoritos en clase de Lógica era decir: "llueve y no llueve; por ende, soy el Papa".

Así es como se vence a Descartes por vía del relativismo cultural. Claro que yo juego con ventaja: no soy un hombre Ilustrado, tengo cultura como para ver que otros piensan otras cosas... Al pobre Descartes le hubiese sido imposible, dadas sus orteguísticas circunstancias, echar un vistazo a este argumento. Pero, ey, a mí me mola. Eso sí, mi hermano ha señalado que yo no soy capaz de rebatir a un tío tan inteligente como Descartes. Y mientras preparaba una sarcástica réplica, mi madre ha dado un argumento de peso: "Lleváis media hora discutiendo de lo mismo. Calláos ya."

Y así, por supuesto, termina el debate. Dicho sea de paso que la realidad ha sido literariamente aderezada para el disfrute de los lectores. Es que he de ser sincero, ahora que soy el Papa...

Un sueño dentro de un sueño; Edgar Allan Poe

Os dejo con este poema, no tan conocido, de nuestro alegre escritor norteamericano. No, no incluye a ningún gato. Ni tampoco es demasiado macabro... Quizás es precisamente por eso por lo que no se conoce tanto.



UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO

¡Toma este beso en tu frente!
Y, ahora despidiéndome de ti,
así mucho tengo que confesar—
No está equivocado, quien estima
que mis días han sido un sueño;
aún si la esperanza se ha volado
en una noche, o en un día,
en una visión, o en ninguna,
¿es por eso menor la ida?
Todo lo que vemos o parecemos
es solo un sueño dentro de un sueño.

Me paro entre el rugido
de una orilla atormentada por las olas,
y tengo dentro de mi mano
granos de la dorada arena—
¡Cuán pocos! aún como se arrastran
a través de mis dedos a lo profundo,
mientras lloro-¡Mientras lloro!
¡Oh Dios! ¿No puedo asirlos
con más fuerza?
¡Oh Dios! ¿No puedo salvar
uno de la despiadada ola?
¿Es todo lo que vemos o parecemos
solo un sueño dentro de un sueño?

A un mal predicador; Jovellanos

Quería poner algo decente de Jovellanos, tan excelso autor de nuestra lengua. Sin embargo, había olvidado lo básico: es del s. XVIII, un ilustrado. En el XVIII, las metáforas dejan de usarse, se busca la claridad y el enseñar... Y claro, eso deriva en una de las etapas de literatura más coñazo. Aún así, rebuscando, este poemilla me ha hecho gracia. Es sólo imaginarme a un cura de nariz ganchuda indignándose en el púlpito contra cómo visten las muchachas y se me escapa la sonrisa. Os lo dejo aquí, aunque sea un magro post y una cuestionable obra literaria. Comprendednos: hay exámenes.

A UN MAL PREDICADOR

Dijiste contra el peinado
mil cosas enardecido,
contra las de ancho vestido
y las de estrecho calzado,
por eso alguno ha notado
tu sermón de muy severo;
pero que se engaña infiero,
porque olvidando tu oficio,
sola la virtud y el vicio
te dejaste en el tintero.

The Flower Duet (Lakmé); de Leo Delibes

Sí, las actualizaciones se reducen por obra y gracia de junio, los exámenes y el Espíritu Santo. Sin embargo, y porque de cuando en cuando recuerdo que el blog existe, traigo esta pequeña, corta y muy muy bonita actualización musical. Se trata de algo de músiquilla operística de un tal Delibes que me encanta. Sobre todo las notas del principio me parecen de una sutileza genial. He de agradecer, desde luego, que fuese Almijara quien lograse darme el nombre. Sin más preámbulos:

Shitao

Aquí os dejo un fragmento de la obra "literaria" de Shitao. Era un calígrafo chino que vivió entre el s. XVII y XVIII, en los tiempos convulsos de un cambio de dinastía (más aún para él, miembro de la dinastía derrotada). Creó prácticamente su propia escuela, pero lo que me ha atraido de este fragmento es la repetición del "leitmotiv" de mar y montaña, montaña y mar... Quizás os guste:

"El mar posee el desencadenamiento inmenso, la motaña posee el encierro latente. El mar engulle y vomita, la montaña se posterna y se inclina. El mar puede manifestar un alma, la montaña puede transmitir un ritmo. La montaña, con sus cimas superpuestas, sus acantilados sucesivos, sus valles secretos y sus profundos precipicios, sus picachos elevados que despuntan bruscamente, sus vapores, sus nieblas y su rocío, sus humos y sus nubes hace pensar en el mar que rompe, traga, salta; pero nada de esto es el alma que manifiesta el propio mar: son solamente las cualidades del mar de las que se adueña la montaña. El mar también puede adueñarse del carácter de la montaña: la inmensidad del mar, sus honduras, su risa salvaje, sus espejismos, sus ballenas que saltan y sus dragones que se yerguen, sus mareas en oleadas sucesivas como cimas: éstas son todas cosas con que el mar se adueña de las cualidades de la montaña y no la montaña de las del mar. Tales son las cuelaidades de que se adueñan mar y montaña, y el hombre tiene ojos para verlo... Pero quien sólo percibe el mar a costa de la montaña o la montaña a costa del mar, ¡tiene en verdad una percepción obtusa! ¡Más yo sí percibo! La montaña es el mar, y el mar es la montaña. Montaña y mar conocen la verdad de mi percepción; ¡todo reside en el hombre, tan sólo por el libre impulso del pincel, de la tinta!"