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La función Delta; Rosa Montero

-Qué bonita camisa llevas. Quiero decir, debió ser bonita, porque ahora está hecha una ruina.

-¿Te gusta? -se pavoneó-. Es que es muy vieja. Ahora la lleva todo insulso jovenzuelo que se precie de estar a la última, pero yo me la compré hace infinidad de años, cuando estuve en las Lípari.

-Por supuesto, Ricardo. Nunca pensé que te la hubieras comprado para seguir la moda, tú nunca harías tal vulgaridad -zumbé.

-¿Te he contado alguna vez mi viaje a las Lípari.

Esta era, sin duda, una pregunta retórica, porque sin esperar respuesta se repantigó en el sofá y comenzó uno de sus interminables monólogos.

-En las Lípari hay tantos volcanes como islas y de día el mar es como un claro cristal y por la noche adquiere unas formidables fosforescencias, una especie de fuego fatuo, el brillo del plancton. Yo solía coger una barca de remos y adentrarme solo en la oscura noche. Había un gran silencio y la proa cortaba las luminosas aguas dejando una negra estela tras de sí. Alrededor podías distinguir la silueta de los volcanes, incandescentes volcanes que chisporreteaban lava periódicamente. Y era el hermoso el contraste entre los rojos volcanes y el frío fulgor del agua.

-Desde luego, no todas las camisas de moda deben tener una historia tan exótica.

-Yo me encontraba alicaído y algo arruinado, en aquel entonces... Acababa de llegar de China, ¿recuerdas? Fue cuando quise montar aquel negocio de importación de bálsamo de tigre.

-Aquel contrabando de bálsamo de tigre, dirás.

-Lucía, Lucía... -me reconvino-. No era propiamente contrabando, en realidad...

-En realidad fue un espantoso fracaso.

-Cierto es que fracasó, pero fracasó porque me traicionaron, porque me traicioné yo mismo... -se detuvo, perdiendo la mirada en lejanas ensoñaciones-. Fue aquella muchacha turca que era mi contacto y que desdichadamente se enamoró de mí. Fue una historia bastante trágica, he de añadir. Al cabo su marido se enteró de todo y no puedes hacearte una idea de cómo eran los turcos en estos asuntos familiares. El caso es que él me denunció a la policía y ella, cuando estábamos en las Límpari, navegando una noche entre las islas, se arrojó al luminoso mar, saltó del bote antes de que pudiera sujetarla. Era un magnífico escenario para el suicidio, te lo aseguro, fue una grandiosa decisión la de escoger morir en aquel fuego helado.

-¿Pero no me habías dicho que solías salir solo en el bote?

-Eso fue después de perderla. Remaba cada noche y la recordaba.

-No me creo absolutamente nada, Ricardo, absolutamente nada.

-Está bien... -suspiró jocosamente-. Pero, ¿a que hubiera sido hermoso?