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El general en su laberinto; Gabriel García Márquez

(...)

"No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos", le dijo. "Yo, que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo".

"No se trata de eso", dijo Révérend. "Lo que está demostrado es que el arreglo de los asuntos de la conciencia le infunde al enfermo un estado de ánimo que facilita mucho la tarea del médico".

El general no le prestó atención a la maestría de la respuesta, porque lo estremeció la revelación deslumbrante de que la loca carrera entre sus males y sus sueños llegaba en aquel instante a la meta final. El resto eran las tinieblas.

"Carajos", suspiró. "¡Cómo voy a salir de este laberinto!"

Examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prima sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final. Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el dimante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse.


FIN

Amigo mío. Antoine De Saint-Exupéry.




Amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que respete en mí, por encima de los litigios de la razón, el peregrino de aquel fuego.

A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido, y descansar, más allá de mí mismo, en esa cita que será la nuestra.

Hallo la paz. Más allá de mis palabras torpes, más allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mí, simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbres, de amores particulares.

Si difiero de ti, lejos de menoscabarte te engrandezco.

Me interrogas como se interroga al viajero, yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti.

Tengo necesidad de ir allí donde soy puro.

Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que la aceptación de quien soy te ha hecho necesariamente indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas.

Te estoy agradecido porque me recibes tal como soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga? Si todavía combato, combatiré un poco por ti.

Tengo necesidad de ti.

Tengo necesidad de ayudarte a vivir.

Telegramas de deseo a Sanaá; de Abd Al-Aziz Al-Maqalih

He aquí otra de las cosas que uno se encuentra en una antología de poesía árabe. La verdad es que me encanta este poemita, sobre todo donde el "me dijiste una vez"... Espero que lo disfrutéis o algo. Si no os gusta, siempre podéis quemarnos el blog :D





TELEGRAMAS DE DESEO A SANAÁ

Todos los días,
cuando me quedo a solas conmigo mismo
y tiro su equipaje,
cuando hago las maletas sobre las naves de los recuerdos,
te veo surgir en mis venas, como sangre,
como árbol, en mi sangre.
Veo que se va deshaciendo
el muro que cercaba y separaba lo que había entre nosotros,
nuestros brazos se encuentran,
y nuestros cuerpos se lanzan a abrazarse.

La tierra es la patria del poeta.
Su poema es el rostro del cielo.
Los mares, las ciudades de sus ojos.
-¿Fueron sinceros?
-No.
Desde que se ausentó tu rostro tras el humo de la desgracia,
sin patria me quedé
bajo el rostro del cielo,
sin patria osbre los mares.
Provocativa, irrestañable, tu herida yemení
fue, seguirá siendo,
la patria.

Me dijiste una vez
que era mucho más grande tu fuego que sus bocas,
que tu anhelo de agua
era más vasto aún que el deseo de la arena.
¿Qué ha podido pasar?
Las brasas están a punto de consumirse,
las arenas se arrastran sobre el cuerpo de sediento semblante.
Pero tu corazón está donde braman los mares profundos,
donde brama los vientos plenos de fuego.
Este corazón tuyo que me dijiste un día que moriría,
y seguirá siendo joven
y duro,
inmortales sus fuegos.

Estemos cerca, lejos.
Estemos lejos, cerca.
Me consumí...
Desde que tu cercanía es lejanía,
y lejanía tu cercanía.
Desde que no aguanta mi sangre el estar separados
ni acepta mi corazón estar sin tí.