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Martina

Como buen narrador omnisciente que se dispone a contar una historia, debería empezar por describir a quien será la protagonista. Su nombre es Martina, nacida hará unos 30 años bajo el isgno de cáncer. Su hábito más desatacable es canturrear mientras cocina, actividad que odia y que sólo gracias a sus tarareos de salsa logra soportar. Le divierten, dice, las comedias románticas, pero no le hace ascos a las buenas pelis de acción. Además (decir que soy omnisciente no es gratuito) si algún día viese una película de Ozu, se enamoraría de este cineasta japonés. Martina se considera una buena chica y sus amistades comparten esta opinión. No es que sea del todo cierto, pues a lo largo del mundo también hay gente que dice odiarle. Yo, como narrador que todo lo sabe, puedo juraros que, sin ser perfecta, no es mala. Cuando ha hecho daño a alguien, ha sido por ofuscamiento, confusión, inseguridad o miedo, no por mezquindad: como todos, vamos. Martina sabe lo que es el sexo, el orgasmo y el estar cómoda con alguien como pareja, aunque aún no tiene muy claro qué es el amor. Ante sus conocidos, exhibe una visión cínica del asunto, pero abriga la secreta esperanza de que algún día conocerá a su Amor Verdadero, tal como suena, mayúsculas incluidas. Personalmente, no lo veo muy probable: de las 3024 personas adecuadas para ser su Amor Verdadero, la mayoría están en otros continentes, varios de ellos andan en la cárcel, unos cuantos son mayormente homosexuales. Los hay también que se dedican a la prostitución y los hay con otros múltiples defectos, prejuicios y dolores que impedirían a Martina empezar una relación seria con ellos, al menos tal y como están las circunstancias. No es muy probable, pues, que tenga suerte dada la drástica reducción de las cifras, ni siquiera que llegue a cruzárselos. Lo cual no quita que estaría mal por nuestra parte desilusionarle, de modo que ella abriga su callada esperanza. En la biblioteca de su barrio, a tres manzanas de donde vive y bajo el código CA-122-341-J se encuentra el libro perfecto para Martina, el que cambiaría su vida de leerlo. También hay otros 40 en distintas secciones que probablemente le harían replantearse la forma de encontrar la felicidad o entender el mundo, algunos de ellos en sentidos opuestos. El mundo está lleno de pequeñas conspiraciones de este estilo para hacer su vida más plena, cuestión de estadística, aunque de momento solo se haya topado con el sushi. Martina tiene una memoria no muy destacable, y siempre ha creído que no servía para estudiar. Trabaja de abogado, lo que junto a delineante, azafata, guia turística, bióloga molecular y teóloga budista conforma la lista de las ocupaciones en que sería más feliz. Martina no destaca en el arte de la conversación, aunque se le da bien escuchar las penas de niños, chicas adolescentes peleadas con sus amigas de toda la vida, echadoras de cartas, hombres jóvenes enamorados de una mujer madura, señoras premenopaúsicas divorciadas y otra gran cantidad de llorosos con los que es aún más difícil que se cruce. EL mundo es para Martina y, quizás, Martina es para el mundo. Martina... Bueno, no importa. Martina acaba de ser atropeyada y nos hemos quedado sin cuento.