header-photo

Fragmentos de "La mujer del pintor"

No hace mucho escribí un relato (un tanto largo) producido más que nada por una intoxicación de Virginia Ocampo y sus relatos folletinescos que acababan convertidos en sórdidas historias de asesinato, narrado todo con una dulzura bastante curiosa. Prefiero no colgarlo entero por una mera cuestión de espacio.

No es una historia demasiado elaborada: joven de buena familia se enamora de un pintor y se fuga con él; el pintor le abandona y le deja a su suerte. Ya viejo, vuelve al hogar pidiendo perdón, pero, ay, ella no le cree o no sabe qué decir. Esa noche, le arranca los ojos. Sí, lo sé, no suena prometedor, contado, os lo aseguro, gana bastante. No sé siquiera si los fragmentos lucirán mucho... Pero en fin, para el deleite de los que se deleiten leyéndolo, aquí dejo algunos párrafos:


"Visto lo que pasó después, parece que era ella quien tenía la razón. Ahora duele bastante recordar como mamá me aconsejó que no fuese idiota, que me casase con Felipe, que tenía un futuro prometedor en el Banco Nacional. Y ojalá sólo recordase eso. Es curioso que ahora, tal y como está mi vida, así, esperando un veredicto a mis actos, un carpetazo que acabe con todo, recuerde tantas cosas. Todas se entrelazan como un folletín, una va dándole vueltas y vueltas a los recuerdos y al final la mitad de lo que recuerda lo está inventando para que quede más bonito. Tampoco importa, seguiré: recuerdo muchas cosas."



"Recuerdo también otras cosas. El chocolate de algunos domingos que siguieron, un gato que se apropió de nuestro jardín durante todo septiembre, las voces de las doncellas nuevas que contrató mi madre, el arrullo de mi abuelo conforme fue perdiendo la cabeza o los crujidos de la silla donde me sentaban a aprender costura; pero ninguna de estas cosas, creo yo, explica cómo acabé casada con Ernesto. Lo que sí lo explica, y sólo en parte, es el retrato de la familia que quisieron hacer mis padres."



"Pero también yo puedo ser persuasiva, al menos a veces. Tras mucho hablarle a mi madre del Arte y cómo este eleva el alma o de que podía ir con algún familiar que se asegurase de la intachable conducta de Ernesto, accedió. Ya se encargaría, tras ver como desembocaron las cosas, de maldecir el momento en que cedió a mi insistencia. La tía Angustias, que hacía parecer a mi madre una descocada, fue finalmente quien me acompañó a posar para Ernesto.

Recuerdo que empecé a volver en primavera, aunque puede que sólo quiera recordarlo así para hablar de los pajarillos cantando, el sol y las flores. Una siempre tiene algo de niña, y aún hoy, para colocar una historia de amor, me parece la época más adecuada. Sería, pues, primavera, y habría un sol brillando sobre mi juventud. Recuerdo lo guapa que estuve aquella primavera, suponiendo que lo fuese. Las mujeres, creo yo, nunca estamos tan hermosas como al comienzo de un amor."




"Algo después, viéndolo en perspectiva, llegué a la conclusión de que distintas personas aman con distintos sentidos. Los hay que aman a fuerza de olfato y necesitan enterrarse el olor de quien quieren para poder seguir durmiendo. Los hay que funcionan a base de tacto, de caricias y de roces más o menos secretos, o los que se satisfacen con que su pareja les sepa cocinar en condiciones. Yo amaba con el oído; él, con los ojos. Como a mi me llenaba el amor con que me tirase piropos e insistiese en cuánto me quería, a él le bastaba verme arreglada y linda, con más o menos luz, más o menos ropa, para quererme. Y por supuesto, todos los sentidos engañan; y ni una imagen dura para siempre ni una palabra, por pronunciarse, tiene que ser verdad. Pero eso lo pienso ahora, que estoy madura, desengañada y probablemente loca, así que quizás no cuente."




"Lo que sigue lo recuerdo como un sueño. Le recuerdo roncando, de nuevo unos ronquidos que ya no reconocía. Recuerdo que me levanté, su sueño seguía siendo profundo. Bajé, lenta, a lo que quedaba de su estudio de pintura. Casi, casi no olía ya a aguarrás, pero los cachibaches quedaban. La luna se colaba por una claravoya e iluminaba todo, susurraba que tenía que hacer. Él decía amarme, y yo, por el oído, le amaba. Pero de nuevo, sólo lo decía, de nuevo, él amaba por los ojos. Y mientras tuviese ojos, recuerdo que pensé, a quienes amaría sería a otras más bonitas. Recuerdo que todo fue suave: buscar algunos pinceles, con su mango de madera. Cojerlos, subir de nuevo a paso lento. Fue tan suave, lo recuerdo, como un sueño: colocarme sobre él en la cama, despertarle con mi peso, mirarle a los ojos, arrancárselos, sin suavidad, con los pinceles. "