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La pobre Eloísa

Una vez más, bajo el influjo de un atracón de Virgnia Ocampo, os traigo este pequeño relato... Admitiré que lo he escrito durante una clase que era especialmente aburrida. Y casi no está corregido. No os enfadéis si es malo o, de repente, sale el término "hermeneutica", "significado" o "significante". Y acaba de ser editado un poco después para arreglar un problema de cambio de narrador en los últimos párrafos... No es que se notase demasiado, pero por ser cuidadoso ^^U

LA POBRE ELOÍSA

A Eloísa quiso contarle su muerte, pero claro, ya era tarde. Ay, Dios, cómo lamentó haberse quedado muerta sin llegar a decirle nada, sin disculparse. Ella, la pobre Eloísa que siempre había ido detrás suya. Nunca llegó a ser tan guapa, tan triste; nunca llamó tanto la atención y hasta cuando Eloísa cumplía años era de ella de quien todos estaban pendientes. Pero Eloísa, que iba para santa, la pobre, no se quejaba ni nada. Se hicieron amigas, sobre todo cuando ella empezó a sentir lástima: parecía la única que se daba cuenta de las virtudes de Eloísa. Eloísa no le echó nada en cara, sabía que no era a posta. Simplemente, se esforzaba en llegar a algo, en hacer algo por sí misma en lo que destacar.

Pero todo era inútil, claro. Si Eloísa empezaba a tocar el piano, pronto a ella le ponían a dar clases y andaban aplaudiéndole como a una futura Chopin, con Eloísa olvidada en su esfuerzo. Si vendían boletos, sólo a ella se los querían comprar; e incluso si ambas echaban una carrera y Eloísa sabía que era la más rápida, se acababa torciendo el tobillo y era ella quien ganaba. Al principio, ella pensó que no eran más que casualidades, pero lo cierto es que hubo tantas que no había manera de justificarlas.

En una ocasión, por ejemplo, Eloísa ganó un premio de la ciudad escribiendo un relato, ¡iba a salir en el periódico! Pero nada, cuando parecía que todo el mundo estaría felicitándole, ella presenció por casualidad un asesinato. Qué culpable se sintió cuando todos se volcaron en ella dejando a la pobre Eloísa sola con su premio. Eloísa quedó relegada a un párrafo en la sección de sociedad mientras ella ocupaba la portada: la gente siempre prefirió los asesinatos a una literata en ciernes.

Ella empezó a tener cargo de conciencia, no estaba bien ser siempre más importante que Eloísa. Intentó arreglarlo, dejarle espacio a aquella chica que siempre estaba la segunda. Estudiaba menos para sacar menos nota y resulta que la profesora preguntaba sólo lo que ella sabía, casualmente lo que Eloísa no podía contestar. Probaba a atarse mal los zapatos para caerse corriendo y Eloísa ganaba, sí, pero ahí estaban todos centrándose en ella y diciendo que pobre, que vaya caída, mientras miraban mal a Eloísa por haber seguido corriendo. Intentó mil tretas en la vida en común, llegó incluso a dejarse enfermar (¡la de tiempo que debió pasar en la acequia!) para tener que quedarse en casa, pero todos estaban tan preocupados que nadie tomaba en cuenta el que, sin ella, Eloísa era la primera de la clase.

Es que no había manera. Y no es que Eloísa fuese fea, o tonta o lenta o vulgar; para nada. Ni siquiera es que ella fuese mucho mejor, infinitamente mejor, tampoco. Más bien era una serie de malas suertes, como si el universo conspirase para que Eloísa jamás destacase, para que ella quedase siempre por encima. Intentó apartarse, recogerse, se esforzó en ser más callada y aún así el Destino se encargaba de que dijese justo la palabra que todos comentarían el resto de la noche. Si elegía un mal vestido, todos hablaban de lo rompedor de su idea y el perfecto traje a la moda de Eloísa pasaba desapercibido. No parecía haber solución.

Eloísa le confesó un cambio de planes que le pareció muy ingenioso, la forma perfecta de que llamase la atención. Con su bendición, Eloísa empezó a comprar en los recados la comida más cara, a perder el dinero, a esconderlo hasta que su familia empezó a pasar dificultades. Parecía que todos sentirían lástima por ella, pero ni por esas. La familia de Eloísa ganó la lotería mientras que la suya, por unos malos negocios de su padre, se hundía. Y ya estaban todos cuidándole a ella porque era la pobrecita, porque qué mala suerte que habían tenido sus padres. E igual con todo. Incluso cuando Eloísa se besó con un par de muchachos delante de la gente, cuando quedó embarazada, nadie le hizo caso: aquel día le habían violado y ya estaban todos con el pobrecita, con el qué horror, ajenos al desesperado esfuerzo de Eloísa por escandalizarles.

Parecía, ilusas de ellas, que Eloísa reclamaría la atención de todos cuando enfermó. No se cuidó lo suficiente: sabía que si moría, al fin estarían todos pensando en la pobre Eloísa. Hoy mismo fue a visitarle, ya le quedaba poco. Sonreía tanto y estaba tan contenta, al borde de morirse, que todos la tomaban por una santa, pobrecita, y pensaban que era un ejemplo a seguir en estas circunstancias. Se cojieron la mano, se despidió con un beso y les brillaban los ojos no por lágrimas sino por emoción. Al fin iban a conseguirlo.

Pero ni por esas. Fue saliendo que le tomó un loco con una pistola, que se encerró en el banco, que intentó matar al alcalde con ella de rehén y que ha acabado disparándole en la cabeza mucho antes de que Eloísa exhale su último suspiro y garantizándole, de rebote, más importancia que la sutil, callada y santa muerte de su pobre amiga.