header-photo

Michael Nyman; Sheep and Tides

Una de las canciones de Drowning by numbers. Se trata de una película sobre tres mujeres que acaban ahogando a sus maridos y que, con la ayuda de un forense amigo suyo, se esfuerzan en ocultar el crimen. Una película perversa pero con un curioso sentido del humor (la fotografía es genial). Y esta pequeña cantinela, tan alegre, le va como anillo al dedo.

Jean Anouilh; Antigone

"CREON: (...) Ve y busca a Haemon. Y cásate pronto, Antígona. Sé feliz. La vida fluye como el agua, y vosotros los jóvenes la dejáis escapar entre vuestros dedos. Cierra tus manos, agárrate a ella, Antígona. La vida no es lo que piensas que es. La vida es un niño jugando a tus pies, una herramienta que sostienes con fuerza en tu mano, un banco en el que te sientas por la noche, en tu jardín. La gente te dirá que eso no es la vida, que la vida es algo más. Te lo dirán porque necesitan tu fuerza y tu fuego, y porque querrán usarte. No les escuches. Créeme, el único pobre consuelo que nos queda en la vejez es descubrir que lo que te acabo de decir es cierto. La vida no es más que la felicidad que consigues arrancarle.

ANTÍGONA: (murmura, perdida en sus pensamientos). Felicidad...

CREON: (repentinamente consciente de sí mismo). No una gran palabra precisamente, ¿verdad?

ANTIGONA: (tranquila). Qué tipo de felicidad me adivinas? Descríbeme la imagen de tu Antígona feliz. ¿Cuáles son los pequeños pecados sin importancia que deberé cometer antes de que se me permita clavar mis dientes en la vida y arrancarle la felicidad? Dime: ¿A quién deberé engañar? ¿Hacia quienes tendré que adular? ¿A quién me tendré que vender? ¿A quién quieres que deje morir, mientras aparto los ojos?

CREON: Antígona, calla.

ANTIGONA: ¿Por qué me pides que calle cuando todo lo que quiero es saber qué tendré que hacer para ser feliz? Ahora; dado que es ahora mismo cuando debo tomar mi decisión. Tú dices que la vida es tan maravillosa. Quiero saber qué tendré que hacer para poder decir lo mismo.

CREON: ¿Amas a Haemon?

ANTÍGONA: Sí, amo a Haemon. El Haemon que amo es dificil y joven, fiel y difícil de satisfacer, igual que yo. Pero si lo que amo de Haemon se va a desgastar como una piedra pisoteada por la cosa que tú llamas vida, la cosa que tú llamas felicidad; si Haemon llega al punto en que deja de palidecer de miedo si palidezco, deja de pensar que debo haber muerto en un accidente cuando llevo cinco minutos de retraso, deja de sentir que está sólo en el mundo cuando yo río y él no sabe por qué -si también él tiene que aprender a decirle sí a todo- bien, no, entonces, ¡no! ¡Yo no amo a Haemon!

CREON: ¡No sabes lo que dices!

ANTÍGONA: ¡Que no sé lo que digo! Ahora eres tú quien ha dejado de entender. Estoy demasiado lejos de tí, hablando desde un reino al que no puedes entrar, con tu lengua rápida y tu corazón hueco. (Ríe). Me río, Creon, porque de repente te veo como debiste ser a los quince: la misma expresión de impotencia en tu rostro y la misma convicción interna de que no había nada que no pudieses hacer. ¿Qué te ha dado la vida, excepto las arrugas de tu cara, y la grasa de tu estómago?

CREON: ¡Que te calles, te digo!

ANTÍGONA: ¿Por qué quieres que me calle? ¿Porque sabes que tengo razón? ¿Crees que no puedo ver en tu cara que lo que digo es verdad? No puedes admitirlo, por supuesto; tienes que seguir gruñendo y defendiendo el hueso que llamas felicidad.

CREON: ¡Es tu felicidad también, pequeña estúpida!

ANTÍGONA: ¡Yo escupo en tu felicidad! Escupo en tu idea de la vida -que la vida debe seguir, pase lo que pase. Eres como los perros que lamen todo lo que huelen. Tú con tu promesa de una felicidad rutinaria -siempre que una persona no pida demasiado a la vida. Yo quiero todo de la vida, lo quiero; ¡y lo quiero ahora! La quiero total, completa: si no es así, ¡la rechazo! Yo no seré moderada. Yo no me estaré satisfecha con el pedacito de tarta que me ofreces si prometo ser una niña buena. Quiero estar segura de todo este mismo día, segura de que todo será tan hermoso como cuando era una niña. Si no, ¡quiero morir!"


Y he aquí uno de los mejores momentos de una obra genial. Mis disculpas por una traducción que, siendo en segundo grado (traducido de una traducción al inglés) y de aficionado, seguro que no le hace justicia al original.

El principe Abqat

Un fragmento de la historia que ando escribiendo, ambientada al rollo "Mil y una noches", sobre el principe Abqat que quiere ser reina. En este fragmento es la lucha del cronista, del pobre cronista, por intentar ocultar la verdad un poco mas. Y si, no hace mucho que lei el Orlando y siempre amare la escena con la lucha interna del biografo y las trompetas de la Verdad. Sin mas preambulos:


"Aquí, el cronista debe seguir y lo lamenta, aquí le tiembla la pluma y arroja manchas al pergamino en lugar de palabras, aquí el tintero está seco y se rellena, aquí está incómodo en su asiento y se ladea, aquí se pausa para el té, aquí recuerda al lector, al querido lector, que los pecados de un rey no son los de su cronista, aquí suspira, aquí cambia las velas, piensa que es tarde, se va, duerme, tiene una pesadilla con hombres de máscaras doradas, despierta, vuelve y no se atreve. Aquí es dónde el cronista maldice haber tomado esta historia con las mejillas vibrando de la vergüenza, y aquí pide Piedad y pide Piedad, Piedad, y pide a la Verdad que no sea exigente, que le permita ocultar un poco más, con tanta habilidad como ha podido hacerlo hasta ahora, la Vergüenza y el Pecado, lo que debería de ser injuriar pero no es una injuria, sino cierto, lo que mancha a Abqat ben Ahul ben Jesuf ben Humal. Pero aquí la Verdad, que se sienta en su trono y es ciega y quizás por ciega o por entronada no le importa nada más, la Verdad, en fin, implacable, coloca su mano sobre la mano del cronista y dice No, dice No. Y aquí el escritor, el humilde escriba, intenta consolarse con filosofía y con que no hay mal que por bien etcétera; y aquí intenta pensar, que Alá le perdone, que si todo está decidido por Alá, también Él habría decidido esta parte, que Abqat fuera escarnio del reino de Aqual’bar Zhara, y estarán el Pecado y la Vergüenza paliados en un plan Divino que el cronista no puede atisbar pero que ruega, ruega que exista. Y aquí la Verdad, que no por ciega es tonta, que se ha dado cuenta del tejemaneje, del conseguir líneas de Verdad oculta a base de filosofía y divagar, que no le gusta, que no tiene ni tendrá piedad, aquí, la Verdad diciendo No le agarra al cronista la pluma, la Objetividad le amarra la boca y el cronista, a su pesar, debe admitirlo y sentir que la mano le tiembla de vergüenza. Aquí amarrado, casi inmóbil, aquí el cronista debe dar lo que Abqat, aquella noche, contestó: “Se llama Munir”. Y aquí el cronista debe contar lo que sabía Taqba: que Munir no era de linaje, que trabajaba en las cuadras, que era, ay, Alá, que era varón y varón de veras y no princesa disfrazada como habría sido en un cuento en que se disfraza una princesa y etcétera porque la Verdad, la Verdad, no quiere distracción ni cuentos ni paliativos. No puede ocultarse más: Abqat era un invertido."

Jorge Luís Borges; El idioma analítico de John Wilkins

"Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta examinar un problema de imposible o difícil postergación: el valor de la tabla cuadragesimal que es base del idioma. Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría Esta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La belleza figura en la categoría decimosexta; es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas paginas esta escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados , (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. El Instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa; la 282, a la Iglesia Católica Romana; la 263, al Día del Señor; la 268, a las escuelas dominicales; la 298, al mormonismo, y la 294, al brahmanismo, budismo, shintoísmo y taoísmo. No rehusa las subdivisiones heterogéneas, verbigracia, la 179: "Crueldad con los animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias".

He registrado las arbitrariedades de Wilkins, del desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas; notoriamente no hay calcificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos que cosa es el universo."

Carmen Martín Gaite; Entre Visillos y Juan Ramón Jimenez

He aquí una entrada a medio de enseñar unos versos y enseñar un libro. Pero cada vez que leo este fragmento, no puedo evitar la sensación de estar completa, completamente de acuerdo con Elvira:



"Me puse a hojear un libro que tenía allí en el suelo. Ella se incorporó después un poco.

-¿Le gusta Juan Ramón?

-¿Quién?

-Juan Ramón Jimenez, el autor de esas poesías.

-Ah, ya. No lo conozco.

-¿Es posible? Déjeme, por favor, un momento -dijo, quitándome el libro y buscando una página-. Es un poeta descomunal. Escuche esto:

Mis raíces, qué hondas en la tierra,
mis alas, qué altas en el cielo,
y qué dolor de corazón distendido.

Lo recitó sin leerlo, aunque tenía el dedo en las líneas, con voz emocionada. Al acabar no sabía si mirarla o no, porque me pareció que el poema iba a ser más largo y estaba esperando a que siguiese.

-Es espléndido -dijo- poder decir una cosa así, ¿no cree?"


Y como estamos con Juan Ramón Jimenez, he aquí otro poema tan corto como genial:

CANCIONCILLAS INTELECTUALES

No sé con qué decirlo,
porque aún no está hecha
mi callada palabra.

La función Delta; Rosa Montero

-Qué bonita camisa llevas. Quiero decir, debió ser bonita, porque ahora está hecha una ruina.

-¿Te gusta? -se pavoneó-. Es que es muy vieja. Ahora la lleva todo insulso jovenzuelo que se precie de estar a la última, pero yo me la compré hace infinidad de años, cuando estuve en las Lípari.

-Por supuesto, Ricardo. Nunca pensé que te la hubieras comprado para seguir la moda, tú nunca harías tal vulgaridad -zumbé.

-¿Te he contado alguna vez mi viaje a las Lípari.

Esta era, sin duda, una pregunta retórica, porque sin esperar respuesta se repantigó en el sofá y comenzó uno de sus interminables monólogos.

-En las Lípari hay tantos volcanes como islas y de día el mar es como un claro cristal y por la noche adquiere unas formidables fosforescencias, una especie de fuego fatuo, el brillo del plancton. Yo solía coger una barca de remos y adentrarme solo en la oscura noche. Había un gran silencio y la proa cortaba las luminosas aguas dejando una negra estela tras de sí. Alrededor podías distinguir la silueta de los volcanes, incandescentes volcanes que chisporreteaban lava periódicamente. Y era el hermoso el contraste entre los rojos volcanes y el frío fulgor del agua.

-Desde luego, no todas las camisas de moda deben tener una historia tan exótica.

-Yo me encontraba alicaído y algo arruinado, en aquel entonces... Acababa de llegar de China, ¿recuerdas? Fue cuando quise montar aquel negocio de importación de bálsamo de tigre.

-Aquel contrabando de bálsamo de tigre, dirás.

-Lucía, Lucía... -me reconvino-. No era propiamente contrabando, en realidad...

-En realidad fue un espantoso fracaso.

-Cierto es que fracasó, pero fracasó porque me traicionaron, porque me traicioné yo mismo... -se detuvo, perdiendo la mirada en lejanas ensoñaciones-. Fue aquella muchacha turca que era mi contacto y que desdichadamente se enamoró de mí. Fue una historia bastante trágica, he de añadir. Al cabo su marido se enteró de todo y no puedes hacearte una idea de cómo eran los turcos en estos asuntos familiares. El caso es que él me denunció a la policía y ella, cuando estábamos en las Límpari, navegando una noche entre las islas, se arrojó al luminoso mar, saltó del bote antes de que pudiera sujetarla. Era un magnífico escenario para el suicidio, te lo aseguro, fue una grandiosa decisión la de escoger morir en aquel fuego helado.

-¿Pero no me habías dicho que solías salir solo en el bote?

-Eso fue después de perderla. Remaba cada noche y la recordaba.

-No me creo absolutamente nada, Ricardo, absolutamente nada.

-Está bien... -suspiró jocosamente-. Pero, ¿a que hubiera sido hermoso?

Tchaikovsky; El lago de los cisnes

Esta canción me encanta. Y jamás lo admitiré, pero es escucharla y entrarme ganas de aprender a bailar ballet. Oh, Dios mio, ¡mi masculinidad está en duda! ¡Rápido! ¡Hablemos de tetas!

Bromas a parte, disfrutad:

Retórica; Francis Ponge

Pido disculpas por la traducción, más que aproximada. Ponge es un poeta francés, y uno tan sutil y que juega tan bien con el lenguaje que es imposible traducirle con justicia. Encima, he tenido que tirar de mis (casi inexistentes) conocimientos del francés y de una traducción en inglés. Ponge llora en su tumba, pero al menos comparto esto:

RETÓRICA

"Asumo que estamos hablando de salvar a unos pocos jóvenes del suicidio, y a otros pocos de convertirse en policías o bomberos. Tengo en mente a aquellos que se suicidan por asco, porque sienten que otros tienen demasiado control sobre ellos.

A ellos se les debería decir: al menos dejad que la minoría dentro de vosotros tenga el derecho de hablar. Sed poetas. Ellos responderán: pero es especialmente allí, es siempre allí donde siento a otros dentro de mí; cuando trato de expresarme, soy incapaz de hacerlo. Las palabras vienen pre-fabricadas y se expresan a si mismas: no a mi. Una vez más me siento asfixiado.

Es entonces cuando el arte de resistirse a las palabras se vuelve útil, el arte de decir sólo lo que uno quiere decir, el arte de violentarlas, de forzarlas a rendirse. Al final hace falta fundar una retórica, o más bien enseñar a cada uno a fundar su propia retórica: es una cuestión de salud pública.

Esto salva a aquellos pocos, esos raros individuos que deben ser salvados: aquellos que son conscientes, y que se sienten molestos y preocupados por los otros dentro de sí.

Aquellos individuos que hacen la mente progresar, y que son, estrictamente hablando, capaces de cambiar la realidad de las cosas."

Comedia sin título; Federico García Lorca

ACTRIZ Iª [saliendo vestida de Titania]. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo! ¿Cómo no vienes? No puedo trabajar sin ti. Si no veo la salida del sol que tanto me gusta y no corro por la hierba con los pies descalzos es sólo por seguirte y estar contigo en estos sótanos.

AUTOR [agrio]. ¿Dónde has aprendido esa frase? ¿En qué obra la dices?

ACTRIZ. En ninguna. La digo por primera vez.

AUTOR. Mentira. Si el cuerpo que tienes fuera tuyo, te azotaría para ver si hablabas de verdad.

ACTRIZ. Lorenzo.

AUTOR. Te figuras que porque vayas vestida de Titania me vas a embriagar y estás equivocada. Mañana te vestirás de mendiga, de gran dama, y otro día serás la serpiente en la fábula de algún poeta embustero.

ACTRIZ. Yo sólo sé que te amo. Quiero que me azotes para que veas que mi piel se pone rosada; quiero que me claves un punzón en el pecho para que veas saltar un hilo de sangre. Jajajajá. Y si te gusta la sangre te la bebes y me das una poquita a mí.

AUTOR. ¡Mentira!

ACTRIZ. ¡Claro! ¡Mentira! [Lo abraza.] Yo estoy aquí sola y sin embargo me llevas en cada ojo diferente y pequeñita. Si la nieve huye del fuego, ¿cómo puedes llevar tus dientes fríos dentro de esas brasas de tus labios? ¡Mentira! Me gustaría que fueras un caballo gris de los que salen en la madrugada a buscar a las potras en lo oscuro de los estables. No, no.

AUTOR. ¡Déjame!

ACTRIZ. Ja ja ja ja. Eres un oso. ¿No crees nada de lo que te digo? Pues estrújame y verás cómo agonizo en tu pecho peludo. Hasta ayer me gustaban las carnes de seda. Ahora me gusta la crin, los arrabales sucios y la choza del pastor.

AUTOR. No creas que te vas a venir conmigo por reflejar esos gustos. No lo consentiré. Yo sí me voy a huir de ti, de tu sociedad, de tu inconstancia.

ACTRIZ. ¿Es que yo no puedo ser mujer fea, de las que tú buscas, criatura leprosa, y acompañarte? Sí. Tú eres mío. ¡Ah! ¡Si vieras cómo me gustaría morir en un hospital ocntigo!

AUTOR. Tú no me dirías nunca la verdad.

ACTRIZ. Ni a nadie. Pero te cantaría la mentira más hermosa. A mí me gusta también la verdad -un minuto nada más; la verdad es fea-, pero si la digo, me arrojan del teatro. Me dan ganas de dirigirme al público y en la escena más lírica gritarles de pronto una palabrota, la más soez, jajaja. Pero yo quiero mis esmeraldas y me las quitarían.

AUTOR [Furioso]. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera!

ACTRIZ. ¿Ah, pero me vas a azotar de veras? Ya sé que Titania no te gusta. Es un hada y las hadas no existen. Pero Lady Macbeth sí. [Se quita la peluca blanca y enseña al viento una cabellera negra. Se despoja de una gran capa blanca y aparece con un traje rojo fuego.]

[El telón del fondo se levanta y aparece otro telón en el que hay pintado un sombrío claustro de piedra con cipreses y árboles fantásticos.]

Lady Macbeth sí, y además ahora me tienes miedo.

[La luz se cambia lentamente por una luz azul de luna.]

Porque soy hermosa, porque vivo siempre, porque estoy harta de sangre. ¡Harta de sangre verdadera! Más de tres mil muchachos han muerto quemados por mis ojos a través del tiempo. Muchachos que vivían y que yo he visto agonizar de amor entre las sábanas.

AUTOR. ¿En qué libro has leído ese párrafo? No eres más que una actriz. ¡Una actriz despreciable!

ACTRIZ. Una cómica que se muere por ti, ¡Lorenzo! Que te suplica que no la abandones.

AUTOR [a voces]. ¡Tengan la bondad de dar más luz y levantar estos telones!

ACTRIZ. Eso. Luz roja, luz roja para verme las manos llenas de sangre. Han dado luz de luna y quiero hacerte la escena final.

[Luz roja.]

AUTOR [a los electricistas]. ¿Me han oído?

ACTRIZ. ¡Silencio! Me has de amar por fuerza. La sangre que cae en la tierra se convierte en lodo. ¿Qué me importa a mí que mueran los soldados? Pero si cae sobre una copa de jacintos se convierte en el vino de más rico paladar.

La Torre Vigía; Ana María Matute

"De las tierras altas, de los bosques, surgieron los jinetes blancos y los jinetes negros. Y de las murallas del castillo de Mohl fueron a su encuentro jinetes blancos y negros. Entonces vi al Señor de los Enemigos; tan arrogante y gallardo, y valiente, que un último grito de violencia se levantó en mi ánimo. Me enorgullecí de su furia, admiré su valor y su crueldad, me devolvió la imagen de mi infancia, tendido en la pradera, nublados losojos de placer ante el sueño de la guerra y de la sangre. Pero la espada negra se alzó de mis propias manos y segó para siempre, el orgullo, la crueldad, el valor y la gloria. "El Mal, ha muerto", medije.

Entonces distinguí sobre la hierba a mi señor, el Barón Mohl. Estaba muy distante, y, sin embargo, la profunda sombra de sus ojos buscaba -y encontraba- los míos. Le vi derribado de su caballo Hal, herido. La sangre fluía mansamente de su boca, y en aquella roja y débil fuente percibí claramente su llamada, el reclamo de una prometida lanzada. Hal le había abandonado; vi su desenfrenada carrera hacia los negros caballos, en dirección a alguna selva, o alguna calcinada planicie. Yo había dado promesa de atravesar su cuerpo, el día que me pidiera lo imposible, pero mi promesa se había perdido en una tierra y un tiempo inalcanzables. Entonces la piedad regresó a mí, y, tal vez, el amor. Pero alcé la espada, y el amor, y la piedad, quedaron segados para siempre. Y me dije: "El Bien ha muerto".

Miles de flechas taladraban mi cuerpo, pero no podía, ya, sentir dolor alguno. Y grité, espada en alto,que estaba dispuesto a partir en dos el mundo: el mundo negro y el mundo blanco; pues que ni el Bien ni el Mal han satisfecho, que yo sepa, a hombre alguno.

El alba trepaba por las piedras de la torre; mostraba antiguas y nuevas huellas de todas las guerras y todos los vientos. En algún lugar persistía el enfurecido piafar de negros y blancos animales: agrediéndose, aún, tras la muerte de los hombres.

Pero yo alcé mi espada cuanto pude, decidido a abrir un camino a través de un tiempo en que
Un tiempo
Tiempo


A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve."







Lo que puede que acabéis de leer es el final de esta curiosa, lírica, casi onírica novela de Ana María Matute. Ambientada en un pasado medieval de doncellas y caballeros que tiene poco de idealista y mucho de mugre y violencia, un chico cuya principal característica es el temple pasional y una innata y extraña percepción (que puede ser esquizofrenia, que pueden ser alucinaciones, que nunca se nos aclara) nos cuenta su vida desde que puede recordar, en su infancia y la fiesta de la vendimia, hasta la noche en que, cuando decide no realizar la vigilia de sus armas y no convertirse en caballero, no matar a sus hermanos, es asesinado por los mismos.

Como en alguna que otra novela de la autora (y estoy pensando en Primera Memoria), los símbolos se desarrollan, se superponen, juegan unos con otros. Estos son los últimos párrafos, donde muchos de los símbolos (el blanco y el negro, los caballos, la guerra, la sangre, la violencia, el amanecer o la torre) son finalmente explotados. Sospecho, sin embargo, que sin haber leído la novela estos párrafos carecerán de tanto significado. Y con eso y con todo, creo que sigue pudiéndose apreciar lo bien escrito de estos últimos, alucinados pensamientos.

Antonio Gala; ¿Por qué corres, Ulises?

(Tararea una nana. ULISES se queda dormido. Ha aparecido EURIMEDUSA, acechante, con un uniforme de cocina, un delantal y un cuchillo en la mano.)

EURIMEDUSA.- ¿Se durmió?

(NAUSICA le hace un gesto de silencio)

NAUSICA.- (Avanzando) Si. Menos mal. También yo tengo, de cuando en cuando, derecho a descansar. Estando él despierto no hay manera.

EURIMEDUSA.- Los hombres son todos unos petardos. Guapísimos, pero petardos... (Por la habitación.) Ya ves que orden de casa. No se puede ni arreglar la habitación. Antes, por lo menos, hacías el amor y eso salías ganando, pero lo que es ahora... Hablar, hablar y quedarse dormido. ¿Cuándo limpio yo el polvo?

NAUSICA.- (Desganada.) Más polvo había antes. No gruñas... (Con naturalidad.) o te mando al Erebo,, hijo del Caos y hermano de la Noche.

EURIMEDUSA.- (Asustada.) ¿Qué?

NAUSICA.- ¿Ves? Ya me está contagiando sus manías. Habla él y me pone la alcoba perdida de dioses y centauros.

EURIMEDUSA.- Lo que inventan para llamar la atención. Qué presumidos, madre.

NAUSICA.- Si se come un conejo es porque Palas Atenea se lo puso delante. Si se descuerna contra una roca es porque Poseidón le tomó antipatía. Si lleva veinte años haciendo el gamberro fuera de casa es porque dejó tuerto de su único ojo a Polifemo, que también hace falta mala sangre... (Pequeña pausa.) Me aburro, Eurimedusa... No, no me aburro.

EURIMEDUSA.- (Que ha dejado el cuchillo y se ha puesto a limpiar.) ¿No le gustaba el mar? Pues que se vaya a Ítaca con viento fresco. O a donde sea.

NAUSICA.- Es que lo quiero aún. Es un pesado, pero lo quiero. Me ha contado ya tres veces la Ilíada, cada vez de una forma diferente: lo que no cambia es que él se pone siempre de protagonista... Pero lo quiero. La Odisea me la sé de memoria: si él se equivoca, y le sucede con frecuencia, lo corrijo... Pero lo quiero. Ningún hombre, hasta ahora, me inspiró lo que Ulises: ternura... No hay nadie que suscite más ternura que un héroe cansado.

EURIMEDUSA.- Pues aguántate entonces. Todos estos que vienen de la guerra, vienen así: pidiendo una enfermera a gritos. Les digas lo que les digas, te habla sólo del frente.

NAUSICA.- (En lo suyo.) Ya ves qué general en jefe: sin ejército, sin barcos, sin un mal uniforme, sin otros enemigos que los que él se imagina... Pero lo quiero.

EURIMEDUSA.- Lo que a mi me parece, si te digo mi verdad, es que Ulises ha sido toda su vida un chulo.

Entre visillos; Carmen Martín Gaite

Es una novela bastante curiosa, realista y simple en apariencia, sin demasiada floritura, pero la mar de interesante. Los tipos, los personajes, están muy bien retratados, y las conversaciones que tiene son muy naturales. Es difícil dar una buena idea del libro en conjunto como fragmento, más que nada porque es importante cómo los personajes se construyen y sus relaciones entre ellos. Con eso y con todo, he aquí uno de mis fragmentos favoritos. Siento que pierda tanto en pequeñín:

"Aquella noche ya no tenía trabajo en el casino. Anduvimos por las calles de la Catedral, y otra vez en el río, mirando las luces pobres que se meneaban sobre el agua en reguerillos. Fue una despedida lenta y deprimente. Al final estuvimos sentados en una terraza de la Plaza Mayor, tomando café. Yo tenía sueño. La gente que salía de los cines nos miraba al pasar, con ojos descarados. Hacía un poco de frío.

A la una le dije:

-¿Nos vamos?

-¿Tan pronto? Ahora da pereza moverse.

Hablaba con los ojos puestos en la taza vacía de café que inclinaba por el asa con dos dedos.

-Yo lo digo por ti, si te duermes tarde vas a perder el tren mañana, ¿no has dicho que sale a las ocho?

-Si. ¿Y si lo pierdo?

Me miraba al decirlo.

-Tú veras.

Al llegar a casa nos paramos en el pasillo, casi a oscuras, entre las dos habitaciones. Hablábamos cuchicheando.

-Ya le dije antes a la vieja de aquí que mañana te cambie a mi cuarto. Estarás mejor porque es más grande.

-Bueno.

-Me gusta que te quedes en mi cuarto.

Le brillaban los ojos, como al borde del llanto. Luego sacudió la cabeza con un gesto afectado y me tendió la mano.

-Bueno, adiós, que es muy tarde. Y a ver si eres bueno. Me tienes que poner una postal de vez en cuando. Me cuentas que tal te va, señor profesor.

-De acuerdo, Rosa, que tengas suerte.

Estábamos con las manos cogidas. Dijo, acercándose:

-Me figuro que me besarás.

Me incliné para besarla. Llevaba un carmín que sabía amargo.

Sobre lo divino y lo humano.

- ¿Eres creyente?
Entramos en la iglesia sin saber que estábamos haciendo exactamente, con la necesidad de encontrar un lugar caliente donde alojarnos. En la calle aún nevaba, como si se tratase de una ciudad europea. La plaza de Carlos V dentellaba; los adoquines parecían una gran pista congelada y los viandantes danzaban al son de un mal vals de Stravinsky. Era de noche, pero las luces comprendían la intimidad de los amantes cuando el viento hiela.
Yo amo el arte, no lo niego, hasta amo las obras artísticas religiosas, por muchas espadas que se claven. Claramente prefiero los desnudos de las ninfas que los cuerpos maltratados de los Cristos, pero aquel día tenía ganas de examinar una de las pocas iglesias que se me escapaban.
La invité a pasar. Empujé la puerta de madera (cuántos siglos de rostros anónimos). El templo tenía tres naves y un gran altar mayor hecho de madera. Daniela miraba asombrada cada columna que sostenían las gruesas bóvedas. En ese momento me hubiera gustado besarla.
- No creo en absoluto.
Sus ojos se enternecieron, como sorprendida por la respuesta. ¿Qué esperara que dijera? Hoy en día es tan difícil creer… pero si ella me pedía que creyera lo hubiera hecho, aunque sólo fuera por verla desnuda.
- Si no crees es porque no has sufrido lo suficiente.
Entendí en aquel momento que el sufrimiento siempre ha estado ligado a los pensamientos más primarios, detrás de cada cruz de madera, en cada clavo, debajo de cada sotana. Si el quitarle el jersey se iba convertir en un autentico calvario debía examinar la situación con detenimiento. Me lo había dicho bastante claro: si quieres tenerme, súfreme.
Pensé en todos aquellos mártires que habían dado su vida por el dolor y la agonía. Sabían que su vida iba a ser despreciable y aún así decidieron morir, quién sabe si por pura imitación de Jesús. Vi los brazos de Daniela, tan pálidos que se adivinaban las venas azules en su interior, su pelo, largo, que caía por los hombros, con una cinta rodeándole la frente, su pecho apretado contra la camiseta, y una falda que le subía por encima de las rodillas.
- Creo que no es necesario sufrir para amarte.
Había roto el equilibrio que sostenía todo el espacio interior de la iglesia. Las luces se entornaron y los cirios de los altares se apagaron de repente, como si un aíre súbito los hubiera calmado. Escuché unos susurros. Las caras de madera me hablaban. Daniela me había condenado al infierno. Al infierno para siempre. Uno de esos infiernos calientes y fríos, donde no hay caminos de retorno.
Pensé para mis adentros: espero que cuando subas al cielo lleves puesta la misma falda que hoy, para poder recordarte desde abajo.
En la calle había parado de nevar.

Pepe Pérez-Muelas Alcázar

Baudelaire; Las viejecitas

IV
Tal como camináis, estoicas y sin quejas,
A través del caos de vivientes ciudades,
madres de sangrante corazón, cortesanas o santas,
De las que, antaño, los nombres por todos eran citados.

Vosotras que fuisteis la gracia o que fuisteis la gloria,
¡Nadie os reconoce! Un beodo incivil
Os enrostra al pasar un amor irrisorio;
Sobre vuestros talones brinca un niño flojo y vil.

Avergonzadas de existir, sombras encogidas,
medrosas, agobiadas, costeáis los muros;
Y nadie os saluda, ¡extraños destinos!
¡Despojos de humanidad para la eternidad maduros!

Pero yo, yo que de lejos tiernamente os espío,
La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:

Veo expandirse vuestras pasiones novicias;
Sombríos o luminosos, veo vuestros días perdidos;
¡Mi corazón multiplicado disfruta de todos vuestros vicios!
¡Mi alma resplandece de todas vuestras virtudes!

¡Ruinas! ¡Mi familia! ¡oh, cerebros congéneres!
¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,
Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?

Adriana Varela; No te salves, de Mario Benedetti



NO TE SALVES

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma

no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios

no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana

y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo