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Comedia sin título; Federico García Lorca

ACTRIZ Iª [saliendo vestida de Titania]. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo! ¿Cómo no vienes? No puedo trabajar sin ti. Si no veo la salida del sol que tanto me gusta y no corro por la hierba con los pies descalzos es sólo por seguirte y estar contigo en estos sótanos.

AUTOR [agrio]. ¿Dónde has aprendido esa frase? ¿En qué obra la dices?

ACTRIZ. En ninguna. La digo por primera vez.

AUTOR. Mentira. Si el cuerpo que tienes fuera tuyo, te azotaría para ver si hablabas de verdad.

ACTRIZ. Lorenzo.

AUTOR. Te figuras que porque vayas vestida de Titania me vas a embriagar y estás equivocada. Mañana te vestirás de mendiga, de gran dama, y otro día serás la serpiente en la fábula de algún poeta embustero.

ACTRIZ. Yo sólo sé que te amo. Quiero que me azotes para que veas que mi piel se pone rosada; quiero que me claves un punzón en el pecho para que veas saltar un hilo de sangre. Jajajajá. Y si te gusta la sangre te la bebes y me das una poquita a mí.

AUTOR. ¡Mentira!

ACTRIZ. ¡Claro! ¡Mentira! [Lo abraza.] Yo estoy aquí sola y sin embargo me llevas en cada ojo diferente y pequeñita. Si la nieve huye del fuego, ¿cómo puedes llevar tus dientes fríos dentro de esas brasas de tus labios? ¡Mentira! Me gustaría que fueras un caballo gris de los que salen en la madrugada a buscar a las potras en lo oscuro de los estables. No, no.

AUTOR. ¡Déjame!

ACTRIZ. Ja ja ja ja. Eres un oso. ¿No crees nada de lo que te digo? Pues estrújame y verás cómo agonizo en tu pecho peludo. Hasta ayer me gustaban las carnes de seda. Ahora me gusta la crin, los arrabales sucios y la choza del pastor.

AUTOR. No creas que te vas a venir conmigo por reflejar esos gustos. No lo consentiré. Yo sí me voy a huir de ti, de tu sociedad, de tu inconstancia.

ACTRIZ. ¿Es que yo no puedo ser mujer fea, de las que tú buscas, criatura leprosa, y acompañarte? Sí. Tú eres mío. ¡Ah! ¡Si vieras cómo me gustaría morir en un hospital ocntigo!

AUTOR. Tú no me dirías nunca la verdad.

ACTRIZ. Ni a nadie. Pero te cantaría la mentira más hermosa. A mí me gusta también la verdad -un minuto nada más; la verdad es fea-, pero si la digo, me arrojan del teatro. Me dan ganas de dirigirme al público y en la escena más lírica gritarles de pronto una palabrota, la más soez, jajaja. Pero yo quiero mis esmeraldas y me las quitarían.

AUTOR [Furioso]. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera!

ACTRIZ. ¿Ah, pero me vas a azotar de veras? Ya sé que Titania no te gusta. Es un hada y las hadas no existen. Pero Lady Macbeth sí. [Se quita la peluca blanca y enseña al viento una cabellera negra. Se despoja de una gran capa blanca y aparece con un traje rojo fuego.]

[El telón del fondo se levanta y aparece otro telón en el que hay pintado un sombrío claustro de piedra con cipreses y árboles fantásticos.]

Lady Macbeth sí, y además ahora me tienes miedo.

[La luz se cambia lentamente por una luz azul de luna.]

Porque soy hermosa, porque vivo siempre, porque estoy harta de sangre. ¡Harta de sangre verdadera! Más de tres mil muchachos han muerto quemados por mis ojos a través del tiempo. Muchachos que vivían y que yo he visto agonizar de amor entre las sábanas.

AUTOR. ¿En qué libro has leído ese párrafo? No eres más que una actriz. ¡Una actriz despreciable!

ACTRIZ. Una cómica que se muere por ti, ¡Lorenzo! Que te suplica que no la abandones.

AUTOR [a voces]. ¡Tengan la bondad de dar más luz y levantar estos telones!

ACTRIZ. Eso. Luz roja, luz roja para verme las manos llenas de sangre. Han dado luz de luna y quiero hacerte la escena final.

[Luz roja.]

AUTOR [a los electricistas]. ¿Me han oído?

ACTRIZ. ¡Silencio! Me has de amar por fuerza. La sangre que cae en la tierra se convierte en lodo. ¿Qué me importa a mí que mueran los soldados? Pero si cae sobre una copa de jacintos se convierte en el vino de más rico paladar.

La Torre Vigía; Ana María Matute

"De las tierras altas, de los bosques, surgieron los jinetes blancos y los jinetes negros. Y de las murallas del castillo de Mohl fueron a su encuentro jinetes blancos y negros. Entonces vi al Señor de los Enemigos; tan arrogante y gallardo, y valiente, que un último grito de violencia se levantó en mi ánimo. Me enorgullecí de su furia, admiré su valor y su crueldad, me devolvió la imagen de mi infancia, tendido en la pradera, nublados losojos de placer ante el sueño de la guerra y de la sangre. Pero la espada negra se alzó de mis propias manos y segó para siempre, el orgullo, la crueldad, el valor y la gloria. "El Mal, ha muerto", medije.

Entonces distinguí sobre la hierba a mi señor, el Barón Mohl. Estaba muy distante, y, sin embargo, la profunda sombra de sus ojos buscaba -y encontraba- los míos. Le vi derribado de su caballo Hal, herido. La sangre fluía mansamente de su boca, y en aquella roja y débil fuente percibí claramente su llamada, el reclamo de una prometida lanzada. Hal le había abandonado; vi su desenfrenada carrera hacia los negros caballos, en dirección a alguna selva, o alguna calcinada planicie. Yo había dado promesa de atravesar su cuerpo, el día que me pidiera lo imposible, pero mi promesa se había perdido en una tierra y un tiempo inalcanzables. Entonces la piedad regresó a mí, y, tal vez, el amor. Pero alcé la espada, y el amor, y la piedad, quedaron segados para siempre. Y me dije: "El Bien ha muerto".

Miles de flechas taladraban mi cuerpo, pero no podía, ya, sentir dolor alguno. Y grité, espada en alto,que estaba dispuesto a partir en dos el mundo: el mundo negro y el mundo blanco; pues que ni el Bien ni el Mal han satisfecho, que yo sepa, a hombre alguno.

El alba trepaba por las piedras de la torre; mostraba antiguas y nuevas huellas de todas las guerras y todos los vientos. En algún lugar persistía el enfurecido piafar de negros y blancos animales: agrediéndose, aún, tras la muerte de los hombres.

Pero yo alcé mi espada cuanto pude, decidido a abrir un camino a través de un tiempo en que
Un tiempo
Tiempo


A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve."







Lo que puede que acabéis de leer es el final de esta curiosa, lírica, casi onírica novela de Ana María Matute. Ambientada en un pasado medieval de doncellas y caballeros que tiene poco de idealista y mucho de mugre y violencia, un chico cuya principal característica es el temple pasional y una innata y extraña percepción (que puede ser esquizofrenia, que pueden ser alucinaciones, que nunca se nos aclara) nos cuenta su vida desde que puede recordar, en su infancia y la fiesta de la vendimia, hasta la noche en que, cuando decide no realizar la vigilia de sus armas y no convertirse en caballero, no matar a sus hermanos, es asesinado por los mismos.

Como en alguna que otra novela de la autora (y estoy pensando en Primera Memoria), los símbolos se desarrollan, se superponen, juegan unos con otros. Estos son los últimos párrafos, donde muchos de los símbolos (el blanco y el negro, los caballos, la guerra, la sangre, la violencia, el amanecer o la torre) son finalmente explotados. Sospecho, sin embargo, que sin haber leído la novela estos párrafos carecerán de tanto significado. Y con eso y con todo, creo que sigue pudiéndose apreciar lo bien escrito de estos últimos, alucinados pensamientos.

Antonio Gala; ¿Por qué corres, Ulises?

(Tararea una nana. ULISES se queda dormido. Ha aparecido EURIMEDUSA, acechante, con un uniforme de cocina, un delantal y un cuchillo en la mano.)

EURIMEDUSA.- ¿Se durmió?

(NAUSICA le hace un gesto de silencio)

NAUSICA.- (Avanzando) Si. Menos mal. También yo tengo, de cuando en cuando, derecho a descansar. Estando él despierto no hay manera.

EURIMEDUSA.- Los hombres son todos unos petardos. Guapísimos, pero petardos... (Por la habitación.) Ya ves que orden de casa. No se puede ni arreglar la habitación. Antes, por lo menos, hacías el amor y eso salías ganando, pero lo que es ahora... Hablar, hablar y quedarse dormido. ¿Cuándo limpio yo el polvo?

NAUSICA.- (Desganada.) Más polvo había antes. No gruñas... (Con naturalidad.) o te mando al Erebo,, hijo del Caos y hermano de la Noche.

EURIMEDUSA.- (Asustada.) ¿Qué?

NAUSICA.- ¿Ves? Ya me está contagiando sus manías. Habla él y me pone la alcoba perdida de dioses y centauros.

EURIMEDUSA.- Lo que inventan para llamar la atención. Qué presumidos, madre.

NAUSICA.- Si se come un conejo es porque Palas Atenea se lo puso delante. Si se descuerna contra una roca es porque Poseidón le tomó antipatía. Si lleva veinte años haciendo el gamberro fuera de casa es porque dejó tuerto de su único ojo a Polifemo, que también hace falta mala sangre... (Pequeña pausa.) Me aburro, Eurimedusa... No, no me aburro.

EURIMEDUSA.- (Que ha dejado el cuchillo y se ha puesto a limpiar.) ¿No le gustaba el mar? Pues que se vaya a Ítaca con viento fresco. O a donde sea.

NAUSICA.- Es que lo quiero aún. Es un pesado, pero lo quiero. Me ha contado ya tres veces la Ilíada, cada vez de una forma diferente: lo que no cambia es que él se pone siempre de protagonista... Pero lo quiero. La Odisea me la sé de memoria: si él se equivoca, y le sucede con frecuencia, lo corrijo... Pero lo quiero. Ningún hombre, hasta ahora, me inspiró lo que Ulises: ternura... No hay nadie que suscite más ternura que un héroe cansado.

EURIMEDUSA.- Pues aguántate entonces. Todos estos que vienen de la guerra, vienen así: pidiendo una enfermera a gritos. Les digas lo que les digas, te habla sólo del frente.

NAUSICA.- (En lo suyo.) Ya ves qué general en jefe: sin ejército, sin barcos, sin un mal uniforme, sin otros enemigos que los que él se imagina... Pero lo quiero.

EURIMEDUSA.- Lo que a mi me parece, si te digo mi verdad, es que Ulises ha sido toda su vida un chulo.

Entre visillos; Carmen Martín Gaite

Es una novela bastante curiosa, realista y simple en apariencia, sin demasiada floritura, pero la mar de interesante. Los tipos, los personajes, están muy bien retratados, y las conversaciones que tiene son muy naturales. Es difícil dar una buena idea del libro en conjunto como fragmento, más que nada porque es importante cómo los personajes se construyen y sus relaciones entre ellos. Con eso y con todo, he aquí uno de mis fragmentos favoritos. Siento que pierda tanto en pequeñín:

"Aquella noche ya no tenía trabajo en el casino. Anduvimos por las calles de la Catedral, y otra vez en el río, mirando las luces pobres que se meneaban sobre el agua en reguerillos. Fue una despedida lenta y deprimente. Al final estuvimos sentados en una terraza de la Plaza Mayor, tomando café. Yo tenía sueño. La gente que salía de los cines nos miraba al pasar, con ojos descarados. Hacía un poco de frío.

A la una le dije:

-¿Nos vamos?

-¿Tan pronto? Ahora da pereza moverse.

Hablaba con los ojos puestos en la taza vacía de café que inclinaba por el asa con dos dedos.

-Yo lo digo por ti, si te duermes tarde vas a perder el tren mañana, ¿no has dicho que sale a las ocho?

-Si. ¿Y si lo pierdo?

Me miraba al decirlo.

-Tú veras.

Al llegar a casa nos paramos en el pasillo, casi a oscuras, entre las dos habitaciones. Hablábamos cuchicheando.

-Ya le dije antes a la vieja de aquí que mañana te cambie a mi cuarto. Estarás mejor porque es más grande.

-Bueno.

-Me gusta que te quedes en mi cuarto.

Le brillaban los ojos, como al borde del llanto. Luego sacudió la cabeza con un gesto afectado y me tendió la mano.

-Bueno, adiós, que es muy tarde. Y a ver si eres bueno. Me tienes que poner una postal de vez en cuando. Me cuentas que tal te va, señor profesor.

-De acuerdo, Rosa, que tengas suerte.

Estábamos con las manos cogidas. Dijo, acercándose:

-Me figuro que me besarás.

Me incliné para besarla. Llevaba un carmín que sabía amargo.