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Anne Sexton; Cenicienta

La traducción es macarrónica, pero encontré este poema curioso. No es precisamente un desgaste de figuras poéticas, pero el juego que hace con el cuento tradicional de los Grimms me parece interesante. También ha de tenerse en cuenta que esta mujer usaba la escritura de un modo bastante confesional. La biografía, en especial, da un enfoque curioso al analísis.

CENICIENTA

Siempre lees sobre ello:
el fontanero con doce hijos
que gana la lotería irlandesa.
De los retretes a la riqueza.
Esa historia.

O la doncella,
algun dulce exquisito de Dinamarca
que captura el corazón del hijo mayor.
De los pañales a Dior.
Esa historia.

O el lechero que sirve a los ricos,
huevos, crema, mantequilla, yoghurt, leche,
la furgoneta blanca como una ambulancia,
que llega a una gran propiedad
y hace una montaña.
De los homogeneizados al almuerzo con martinis.

O la limpiadora
que está en el autobús cuando choca
y consigue suficiente del seguro.
De las mopas a Bonwit Teller.
Esa historia.

Una vez
la esposa de un hombre rico estaba en su lecho de muerte
y le dijo a su hija Cenicienta:
Se devota. Se buena. Asi sonreiré
desde el cielo al borde de una nube.
El hombre tomó a otra esposa que tenía
dos hijas, bastante bonitas
pero con corazones como blackjacks.
Ceincienta era su doncella.
Dormía junto al fuego enhollinado cada noche
y andaba por ahí pareciéndose a Al Jolson.
Su padre trajo regalos de la ciudad a casa,
joyas y vestidos para las otras mujeres,
pero la rama de un árbol para Cenicienta.
Plantó esa rama en la tumba de su madre
y esta creció como un árbol donde se posaba la blanca paloma.
Cada vez que deseaba cualquier cosa la paloma
lo dejaría caer como un huevo en la tierra.
El pájaro es importante, queridos, así que prestadle atención.

Después vino el baile, como todos sabéis.
Era un mercado de matrimonios.
El príncipe estaba buscando una princesa.
Todas estaban listas salvo Cenicienta
y todas se estaban emperifollando para el gran evento.
Cenicienta rogó que le dejasen ir también.
Su madrastra tiró un plato de lentejas
entre las cenizas y dijo: Recógelas
en una hora y podrás ir.
La blanca paloma trajo a todos sus amigos
todas las cálidas alas de su tierra natal vinieron,
y recogieron las lentejas en un suspiro.
No, Cenicienta, dijo la madrastra,
no tienes ropas y no puedes bailar.
Es la forma de ser de las madrastras.

Cenicienta fue al árbol en la tumba
y lloró allí como un cantante de evangelios:
Mama! Mama! Mi palomita,
llévame al baile del príncipe!
El pájaro dejó caer un vestido dorado
y unos delicados tacones de oro.
Un paquete algo grande para un simple pájaro.
Así que fue. Lo que no es una sorpresa.
Su madrastra y hermanastras no
le reconocieron sin la cara encenizada
y el príncipe cogió su mano al divisarla
y no bailó con otra en todo el día.

Con la noche pensó que sería mejor
llegar a casa. El príncipe caminó hasta su casa
y ella desapareció en el palomar
y aunque el príncipe cogió un hacha y lo cortó
en dos ella se había ido. De nuevo a las cenizas.
Estos eventos se repitieron durante tres días.
Sin embargo en el tercer día el príncipe
cubrió los escalones del palacio con cera de zapatero
y el zapato de oro de Cenicienta se quedó pegado.

Ahora encontraía a quien le quedase bien el zapato
y encontraría a su extraña chica bailarina por siempre.
Fue a su casa y las dos hermanas
estaban encantantadas porque tenían un pie bonito.
La mayor fue a la habitación para probarse el tacón
pero su gran dedo gordo se interpuso en el camino así que simplemente
se lo cortó y se puso el zapato.
El príncipe cabalgó con ella hasta que la blanca paloma
le insistió en que mirase la sangre fluyendo.
Es lo que pasa con las amputaciones.
No se sanan simplemente como un deseo.
La otra hermana cortó su talón
pero la sangre se chivó como debe hacerlo la sangre.
El príncipe se estaba cansando.
Empezaba a sentirse como un vendedor de zapatos.
Pero hizo un último intento.
Esta vez Cenicienta encajó en el zapato
como una carta de amor en su envoltorio.

A la ceremonia de la boda
las dos hermanas vinieron para pescar favores
y la blanca paloma les arrancó los ojos.
Dos agujeros huecos les quedaron
como dos cucharas de sopa.

Cenicienta y el príncipe
vivieron, dicen, felices para siempre,
como dos muñecas en una caja de museo
nunca molestos por pañales o polvo,
nunca discutiendo sobre el tiempo de un huevo,
nunca contando dos veces la misma historia,
nunca teniendo la plaga de la mediana edad,
sus queridas sonrisas encoladas para la eternidad.
Típicos gemelos Bobbsey.
Esa historia.